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viernes, 11 de octubre de 2019

Un Caserío brillante ... pero aligerado.

Fotografias: Teatro de la Zarzuela

El Caserío. Comedia lírica en tres actos. Texto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw. Música de Jesús Guridi.
Intérpretes: Carmen Solís. Ana Cristina Marco. Itxaro Mentxaka. José Antonio López. José Luis Sola. Jorge Rodríguez-Norton. Eduardo Carranza. José Luis Martínez.
Equipo técnico: Dirección de escena: Pablo Viar. Escenografía: Daniel Bianco. Vestuario: Jesús Ruiz. Iluminación: Pascual Juan Gómez-Cornejo. Coreografía. Eduardo Muruamendiaraz. Aukeran Dantza Konpainia (Dtor. Eduardo Muruamendiaraz).Coro titular del Teatro de la Zarzuela (Dtor. Antonio Fauró). Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director musical: Juanjo Mena. Teatro de la Zarzuela, 10-10-2019.

Hacía 42 años que no se representaba El Caserío  en la Zarzuela, teatro en el que nació en1926. Lo ha hecho en una versión producida por los Teatros Arriaga, de Bilbao y Campoamor, de Oviedo, bien ejecutada, expuesta “de un tirón” (140 minutos de espectáculo),  escuchada con interés y aplaudida aunque sin apasionamiento. En esto del aplauso tengo la impresión de que el “respetable” está cayendo en una expresión acomodaticia: apenas hay diferencia sonora entre la ovación para algún corto papel secundario y la magnífica intervención del coro o del ballet. Hacer saludar sólo tres veces a los intérpretes, me parece poco. No sé si esto ocurre todos los días, o sólo en la función (de abono) a la que suelo asistir.


La versión de El Caserío comandada en lo musical por un magnífico director, expuso una música magnífica, con presencia de melodías vascas y propias, con un vuelo lírico destacado, con una instrumentación colorista y brillante, y con demostración evidente del trabajo de un compositor de primerísima fila. Lo mismo en los aires folclóricos que en las romanzas líricas, en los dúos y en los fragmentos destinados al coro, en los que se advierte  cómo el músico vasco sabía manejar esta masa interpretativa.

El conjunto de solistas estuvo muy equilibrado; un grupo conjuntado que mereció en aplauso general. Para mí, el protagonista fue el barítono José Antonio López, en el papel de Santi, bien cantado y bien interpretado. Carmen Solís, fue una Ana Mari convincente,  cantó muy bien y dio a su personaje una expresión correcta. Ana Cristina Marco, mezzosoprano zaragozana, fue Inosensia, y en su dúo con Txomin estuvo a la altura.  Itxaro Mentxaka fue Eustasia; sin intervención solista como cantante, dio vida con mucha soltura a su personaje. José Luis Sola, interpretó a José Miguel, el pelotari vividor que termina comprometido con Ana Mari; en la parte vocal ofreció momentos muy atractivos, dominando la dinámica de su voz y alcanzando los agudos si forzar en ningún instante. Jorge Rodríguez-Norton fue quien representó el cómico de Txomin; bien expuesto con soltura y gracia. Don Leoncio, el cura, estuvo interpretado por el pacense José Luis Martínez que se movió con a gusto en un personaje planteado por la dirección teatral con cierta trivialidad. En la sociedad vasca que retrata El Caserío, el cura es un hombre formalmente discreto, aunque muestre su mano izquierda al proponer a Santi la solución a sus inquietudes personales.

El coro, como siempre, modélico, tanto en sus intervenciones en escena como en las que tiene fuera de ella. Afinación, cohesión, gusto musical… La importancia del coro en El Caserío es determinante y su contribución al éxito de una representación  muy importante. También lo fue la presencia del ballet vasco Aukeran Dantza Konpainia, dirigido por Eduardo Muruamendiaraz. Cuatro parejas que pusieron colorido, gracia y elegancia en sus intervenciones, poseedoras de la gran técnica que requiere la original danza euskalduna. Felicidades.



Como ya viene siendo norma, el texto hablado de la comedia ha sido bastante aligerado. Faltan, incluso, algunos personajes secundarios. Sigo sin entender las razones que se argumentan. El rol cómico de Eustasia ha quedado desdibujado; el de don Leoncio me resultó demasiado baladí. Tampoco me ha convenció la ambientación, aunque funciona: no dudo que el frontón sea el ágora de los pueblos vascos, pero no es el lugar para el diálogo de los jóvenes protagonistas (con todo el pueblo en las gradas) ni para la declaración de Ana Mari a su tío Santi, ni para la unión definitiva de los jóvenes, que se produce, según el texto original, en la cocina del caserío, espacio mucho más íntimo que cualquier lugar público. Honestamente considero que El Caserío es más un homenaje a la casa, a la tierra, a la fuerza de la familia tradicional, que a la comunidad.

De todos modos, aun con estos detalles, me parece que este Caserío es “exportable”.

Vidal Hernando

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