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martes, 22 de septiembre de 2020

Adiós a La verbena de la Paloma.

 

Don HILARIÓN.  ¡Ay, Don Sebastián! ¡Menos más que ha venido usted!

Don SEBASTIÁN. Pero, ¿qué le pasa amigo mío? ¿Está usted enfermo? ¿Se la ha muerto alguien? ¿Le han entrao en la botica? ¿Ha pillao el bicho?

HIL. No, no. Nada de esto. Pero tengo una congoja… Una angustia que me tortura, me presiona y me ahoga.

SEB. O sea, que tiene usted una congoja, congoja. Vamos, como si dijéramos, una congoja de padre y muy señor mío.  Pero, ¿tiene usted, dolores, calentura, escalofríos o temblores? ¿Confunde usted el sabor de la zarzaparrilla y está que no las huele?

HIL. No lo tome usted a chirigota. No es el coronavirus; ese no me preocupa. El mío es un problema del espíritu, del sentimiento[JPM1] ...

SEB. Bueno, bueno, tranquilícese. Dígame, si no es un secreto, qué le pasa. Quizá pueda echarle una mano

HIL. Pues se lo voy a contar. Pues, simplemente, que nos quedamos sin La verbena de la Paloma.

SEB. Ya, ya lo sé. Por lo de la pandemia …

HIL. No, no. No hablo de la fiesta de este agosto pasado. Hablo de La verbena de la Paloma, de la zarzuela, de ¡nuestra zarzuela!  Se lo voy a contar.


SEB.
¿Del sainete de don Ricardo de la Vega, y del maestro Bretón?

HIL.  Precisamente.

SEB. Pero, eso. no puede ser. Después de 126 años… Perdóneme, Don Hilarión, pero me cuesta creerlo.

HIL. Se lo explico. Usted sabe que tengo por amigo a uno de esos que llaman en el teatro un “elefante blanco”.

SEB.  Entiendo, el empresario.

 HIL. Eso. Pues verá usted. Este amigo quería montar La verbena de la Paloma, por doble motivo: para seguir con los espectáculos zarzueleros, porque hay que continuar, porque esto del virus hay que ir arrinconándolo, no olvidarse de él, pero tampoco achantarse, asustarse, ni encogerse… Hay que hacerle frente, plantarle cara… Como diría el gran Don Quijote, plantarle batalla …

SEB. ¡Y que Dios reparta suerte!, que contestaría Sancho Panza.

HIL. Pues bien, a este empresario le ha dicho que montar hoy La verbena supone un elevado riesgo, si tenemos en cuenta nuestra legislación actual y la que se está cociendo.

SEB. ¿Qué me dice, amigo, qué me dice? Pero si La verbena es una obra inocentona, sencilla y sin dobleces.

HIL. Bueno, bueno, Eso no está tan claro para quienes hoy tratan de mangonearnos y hacernos comulgar con ruedas de molino. Mire usted, mi amigo ha recogido algunas de las cosas y frases que podrían ser sancionadas, y me las ha ido contando una por una. Empecemos por la escenografía: El libreto pide una botica, una buñolería de lujo y una taberna o almacén de vinos. Con la botica no hay problema, pero la buñolería y la taberna, tendrían que aparecer cerradas, porque son establecimientos de hostelería y ahora mismo están en situación insostenible; con tanta limitación de horarios y de aforos, no pueden subsistir y tienen que echar la llave.

Tampoco puede estar abierto el Café de Melilla, donde la Cantaora entona las célebres soleares, porque como local de espectáculos tiene restringidos sus horarios y capacidades. Además, tampoco podrá intervenir la cantaora…

SEB. ¿Tampoco se podrán cantar esas imponentes soleares…?

HIL. Pues no, claro que no. ¿Recuerda usted el comienzo de la letra?

SEB. ¡Pues claro!: “En Chiclana, me crie, que me busquen en Chiclana si me llegara a perder”

HIL.  ¡Ahí lo tiene! Chiclana es de Cádiz! Y por las normas de control de la pandemia, por los confinamientos perimetrales o circunferenciales, y para evitar posibles contagios interregionales y no alborotar a regiones políticamente opuestas … pues la cantaora no podrá venir. Se plantearon traer a una cantaora de Cataluña (en secreto, amiga íntima de mi amigo), con el argumento de que en aquellas tierras hubo y hay una gran afición al flamenco… Pero, claro, mi amigo ha pensado que cuando la catalana se arranque con lo de “En Chiclana me crié”… se puede armar un tiberio en el teatro que, si sale indemne será de milagro.

Tampoco puede exhibirse la partida de cartas entre el tabernero y los mozos.

SEB. ¿Tampoco las cartas? ¡Pero si es una simple partida de tute!

HIL. Ya, ya. Eso le dije yo al empresario. Y me contestó: ¿Una simple partida? Mire usted, Don Hilarión: Podría darse el caso de que hubiera una denuncia por “abuso de posición dominante”.

SEB. ¡Qué me dice!

HIL.  Lo que oye. No olvide que el Tabernero dice “¡Las cuarenta!”, dando un fuerte golpe en la mesa, porque además de llevarse los puntos … se juega a la puerta de su taberna. ¿Me comprende? Además, con la ley de juego que se prepara, al que le pillen jugando al gua, le incautarán las bolas y le condenarán por atentado ecológico … por hacer el gua en el suelo.

SEB. ¡Dios mío! Dentro de poco solo vamos a poder jugar a la Primitiva y a la Lotería Nacional … porque son de las que saca rendimiento el Estado.

HIL.  Hay más, todavía. Por ejemplo, la escena del baile habrá que eliminarla totalmente, porque incurre en murmuración, patraña, y ¡quién sabe!, quizá hasta calumnia.

SEB. La escena del baile. Ahora mismo no recuerdo con detalle, pero de verdad ¿es tan grave la cosa’

HIL. Hombre, todo depende. Tenga, tenga, lea usted el texto y juzgue, juzgue, las opiniones de Doña Severiana, su señora de usted, curiosamente.

SEV.       (Llamándolas) ¡Teresa! ¡Teresita! (Teresa y Candelaria se acercan.)

TER.       ¿Tía?

SEV.       Hazme el favor de no bailar con el hojalatero.

TER.       ¿Por qué, tía?

CAN.      ¡Pues baila muy bien!

SEV.       Porque no me da la gana de que bailes con el hojalatero, que da cada lata que no se le puede aguantar.

TER.       Pues ya me ha sacado para el primer baile.

SEV.       Pues si él te ha sacado, tú te metes aquí dentro y no bailas con él.

TER.       Bueno, tía; pero me parece muy feo.

SEV.       Yo no digo que sea feo ni guapo el hojalatero; lo que digo es que no me da la gana.

TER.       Bueno, tía, bueno.

CAN.      (A Teresa.) Anda, ya encontraremos otro.

               (Se cogen otra vez del brazo y se van a pasear por el salón.)

SEB.       Pero, ¡qué más da el hojalatero, que el vidriero, que el plomero, que el tapicero, que el carpintero, que el cerrajero, que el bastone­ro, que el confitero?...

SEV.       Calla, y no hables tanto.

MAR.     Pues parece buen chico.

SEV.       Mire usted, doña Mariquita: cuando yo digo esto, es porque sé cómo las gasta el hojalatero.

Dígame, Don Sebastián, en confianza. ¿Sabe usted algo del hojalatero? Porque si la afirmación es falsa, la cosa puede ir contra la Ley de la Propia Imagen, que tal y como se dice que va a salir, no será moco de pavo. Y si es cierta … 

SEB. ¡Qué barbaridad! Vamos a terminar sospechando todos de todos. Me parece que cuando don Ricardo de Vega escribió las cuartillas de este sainete se limitó a transcribir las costumbres de las gentes que veía. ¿No ha visto usted, a diario, cómo nos deleita la murmuración, el saber sobre vidas ajenas? ¿Se da usted cuenta, querido amigo, que hay incluso medios de comunicación que viven de divulgar los detalles más escabrosos de famosos y famosillos, sean verdad o producto de sus imaginaciones o deseos? 

HIL.  Sí, sí. Claro que lo sé, pero las cosas son así. Y hoy, en nuestra sociedad, la Ley de Protección de Datos es como una espada de Damocles que pende sobre las cabezas de algunos. No de todos, claro está, porque como dice nuestro refranero, “hecha la Ley, hecha la trampa”. Y aquí la trampa es eso que llaman derecho a la información, a la libertad de opinión y a la libertad de prensa.

Comprenderá usted que ante estos posibles problemas, el señor empresario, tenga ciertas dudas, y piense en montar una comedia musical americana, que como está en inglés, la mitad de la gente no se va a enterar de lo que se dice. Y eso que la mayoría de los españoles dice manejarse bien, o muy bien, en la lengua inglesa,  “ a nivel de conversación”.

Pero, es que hay más.

SEB. ¿Todavía más? Pero La verbena, nuestra verbena, ¡es un pozo de posibles ilegalidades! ¿Qué más, dígame, que más?

HIL.  Pues, por ejemplo, la escena de los guardias y el sereno:

SER.                 ¡Buena está la política!

GUARDIA 1º    ¡Sí, sí, bonita está!

SER.                 ¿Pues y el Ayuntamiento?

¿No le parece a usted una conversación subrepticiamente sospechosa? Y, además, entre miembros de los Cuerpos de Seguridad de la Nación. Y por si fuera poco, recuerde usted cómo termina:

¡Y luego habla el Gobierno

de la cuestión social!

¡Va! ¡El trueno será gordo!...

¡pero muy gordo! ¡Va!

¿Y qué me dice de usted del intento de agresión del Julián a mi misma

 persona? ¡Agredir a un pobre anciano como yo! ¡A un honrado y longevo ciudadano, de la tercera edad, que paga sus impuestos y cuyo único delito es disfrutar de la belleza de las mujeres jóvenes! A un respetado votante que gusta de invitar a dos muchachas para presumir ante los demás, sabiendo que las cosas no llegarán a mayores porque él ya no está para trotes.

SEB. ¡Pues mucho cuidado con eso! Ahora como le pillen a uno mirando a una buena moza con eso que llaman “miradas lascivas” se le cae el pelo…de la cabeza o del peluquín. 

HIL.  Pues falta lo mejor. Lo he dejado para el final para que usted comprenda la negativa del empresario a montar La verbena de la Paloma.

SEB. ¿Lo mejor? ¿Qué es lo mejor?

HIL.  Lo de los perros. Recuerde:

(Oyese dentro de la casa una batalla de perros que se muerden, ladran y aúllan.)

ANT.    ¡Anda, demonio, anda!

CAS.    ¡Ya empiezan los malditos perros!

ANT.    (Levantándose) ¡Callaisus!, condenados![1]

SUS.     ¡Lástima de morcilla!

SEB. ¡Ah! Ahora que lo dice usted. No había caído. La Susana, ¡quería envenenar a los perros! ¡Como hacen los rusos con los disidentes!

HIL.  Más o menos.

SEB ¡Dios mío! Pero, ¿en qué país vivimos?

HIL. ¡Cualquiera sabe! ¡De teatro, de chirigota, de mojiganga … de zarzuela!



[1] Sorprende que se use "condenados" y no condenaos, mucho más habitual en el habla cotidiana castiza.


 [JPM1]

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