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jueves, 4 de diciembre de 2014

GATO POR LIEBRE





Hil.
¡Vaya escándalo! ¡Menudo cisco se va a formar! ¡Me río yo de la batalla de las Termópilas!

Seb.
¿Qué pasa? ¡Me asusta usted, Don Hilarión!

Hil.
¡Un terremoto! ¡Una hecatombe! ¡Un fin del mundo!

Seb.
¡Por Dios, Don Hilarión! ¡Olvídese de adjetivos catastróficos y dígame qué ocurre!

Hil.
Escuche, escuche. Esta mañana, al abrir el Museo del Prado, ¿qué dirá que ha encontrado uno de los vigilantes en la sala de Las Meninas?

Seb.
¡Qué sé yo! ¿Una gotera! Como dicen que no hay presupuesto …

Hil.
¡Qué gotera! ¡Un atentado¡ ¡Un crimen!

Seb.
¿Un visitante muerto?

Hil.
¡Peor!


Seb.
¿Mas de uno?

Hil.
No, hombre, no… Nada de óbitos ni fallecimientos. El crimen es artístico, el atentado es cultural. Escuche: Alguien ha colocado un pequinés al lado del imponente mastín  que pintó Velázquez.

Seb.
¿Un pequinés? ¡Qué barbaridad!  No, si ya decía yo que los chinos nos iban a invadir.

Hil.
¡Qué chinos, ni qué chinos! ¡Un perro! ¡Un perro pequinés!

Seb.
¡Un perro! ¿Y lo han pintado?

Hil.
No, no. Es una pegatina que, con mucho cuidado, se puede quitar sin que afecte al cuadro.

Seb.
¡Menos mal! ¿Y qué dice el Director, el Alcalde, el Presidente de la Comunidad, el Ministro, el Jefe del Gobierno, el Rey? …

Hil.
Nada.

Seb.
Como siempre, silencio administrativo. Esperar a que escampe.

Supongo que pedirán tranquilidad, sosiego y calma, cuando ante una cosa como esa hierve la sangre, se inyectan los ojos, se crispan las manos, y todos los recovecos del alma artística de uno piden justicia y castigo.

Hil.
No se altere, amigo mío. Si digo que nada es porque no es verdad. Lo que le he contado a usted es una milonga.

Seb.
¡Caramba, Don Hilarión, usted siempre tan musical!

Hil.
¡Perdón, perdón, perdón! Perdóneme que haya abusado de esta manera, pero necesitaba reconocer su reacción ante un desastre, un dislate, un desprecio artístico semejante.

Seb.
Y, ¿para qué?, si puede saberse.

Hil.
Porque no acabo de entender por qué no reaccionamos de la misma manera cuando en la zarzuela nos dan gato por liebre, o pequinés por mastín, que viene a ser lo mismo. Cuando nos toman el pelo y nos engañan como a chinos.

Seb.
¡Y dale con lo oriental! Está usted exótico.

Pero todo esto viene por algo; algo que oculta en la manga.

Hil.
¡Que bien me conoce usted, amigo mío!  Toda esta puesta en escena viene a cuento porque me ha llegado el rumor de que en una función de Luisa Fernanda pretenden añadir una romanza de otra zarzuela.

Seb.
¡Qué me dice! Me deja usted maravillado.

Hil.
Por favor, Don Sebastián, no se burle.

Seb.
Perdone. Quise decir anonadado, suspendido, a la par que molesto e indignado. ¡Qué barbaridad! ¡Sí señor, maravillado!

Hil.
Pero, es lo que yo me pregunto: ¿Le hacen falta añadidos a la Luisa?

Seb.
A mí me parece que no; la Luisa es una obra de arte completa, redonda, compacta, cerrada. Está perfecta como está.

Hil.
Pero ni a la Luisa, ni a la Francisquita, ni a la María Manuela, ni a la Chulapona,  ni a… En fin, es la historia de siempre.

Seb.
Y no tiene fácil solución. Porque mucha gente lo admite, lo tolera y lo aplaude. Y no se para a pensar si la carne que le dan es gato o liebre.

Hil.
Yo creo que la cosa es peor. Si nos pusiéramos a la puerta del Prado, seguro que oiríamos a más de uno decir: “¡Qué mono está el pequinés! Usted me entiende. ¡Ay, Dios!

Seb.
¿Con H o sin H!, digo lo de Dios…
 
Hil.
Sin H, desde luego.

Seb.
Menos mal que lo del pequinés era una pegatina.

Hil.
¿Qué quiere usted decir?

Seb.
Que se puede quitar y el cuadro volverá a verse como siempre. Y si a la Luisa le quitamos el añadido, seguirá quedándonos una maravilla.

Hil.
¡Que Dios le oiga!

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