Seb.
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Buenos
días, Don Hilarión, ¿qué le ocurre? Desde que le he visto acercarse me ha
parecido observar que su cara cambiaba de color; del rojo de la ira, al
pálido amarillo de la lividez cadavérica, o de la ictericia.
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Hil.
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¡Qué
gran observador! ¡Qué visionario! Descubre usted lo evidente a un par de
metros de distancia. ¡Y sin darle importancia!
¡Tiene
razón, Don Sebastián, tiene muchísima
razón! ¡No sé qué siento aquí!
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Seb.
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Eso
lo cantan en Châteaux Margaux, Pero
me temo que no es la famosa zarzuela del maestro Fernández Caballero lo que
le preocupa.
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Hil.
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No,
amigo mío, desde luego que no. Déje
que recupere un poco la tranquilidad y recobre la normal gradación cromática
de mi cutis y se lo cuento. ¡Se va usted a quedar de mampostería berroqueña!
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Seb.
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De
acuerdo. Libemos un par de sorbos de este vinillo que nos ha proporcionado el
ADMV.
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Hil.
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¿El
ADMV?
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Seb.
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El
Asistente Diplomado de Mesas y Veladores, vulgo el camarero.
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Hil.
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¡Acabemos!
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Seb.
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¡Empecemos!
(Cogiendo el vaso de vino y bebiendo).
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Hil.
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Ahora
principio yo. Sujétese con fuerza a la silla, trague saliva para que se
iguale la presión intrabucal y la de del aparato auditivo, y atento. Usted
sabe que tengo un amigo que es director teatral.
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Seb.
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Sí,
señor. Me lo ha dicho usted en alguna ocasión.
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Hil.
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Ayer
me lo encontré. Y me habló, entusiasmado de un proyecto que prepara para
dentro de unos meses. Una gran zarzuela, por todo lo alto.
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Seb.
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¡Pero
eso es estupendo! ¡Con lo necesitados que estamos de grandes producciones!
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Hil.
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Ya,
ya. Pues desde entonces estoy que no duermo, ni como, ni bebo, ni … voy al
baño.
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Seb.
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Lo
último es comprensible, si no come ni bebe … no genera usted desechos...
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Hil.
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No
se ría, Don Sebastián, que estoy que echo chispas. ¡Figúrese que hasta ha
venido siguiéndome un bombero!
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Seb.
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Perdone,
Don Hilarión, lo hago por quitarle hierro al tema. Pero, dígame, ¿qué
zarzuela va a montar su amigo?
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Hil.
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Doña Fernanda.
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Seb.
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No
me suena.
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Hil.
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¡Como
que es nueva! Permítame que le resuma la peripecia argumental. Son tres
actos.
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Seb.
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¡Tres
actos! ¡Zarzuela grande!
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Hil.
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Sí,
señor. Primer acto. Se abre la cortina y se ven zanjas, piedras, un edificio
a medio hacer; al fondo, grandes tablones entrecruzados como formando una
gran “M”.
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Seb.
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¿Escenario
postbélico? ¿Una explosión nuclear?
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Hil.
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No
señor. Se supone que es Madrid, ¡como siempre está en obras!
Entre
vallas y cascotes, una guapa moza zigzaguea tratando de sortear los
obstáculos sin sufrir percance ni accidente alguno. La muchacha (es Doña
Fernanda), llega al centro de la escena, que es casi una encrucijada, y no
sabe hacia dónde dirigirse. Cuando está a punto de ser vencida por la
desesperación, aparece un ejecutivo agresivo con su uniforme (traje, corbata
y maletín de ordenador portátil) hablando por un teléfono móvil, mientras se
cimbrea elegantemente entre valla y valla (estos ejecutivos modernos tienen
tanta cintura como tragaderas).
Ve
a la chica, se para, corta la comunicación y guarda el móvil, y la dice:
“¿Pinto o Valdemoro?”
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Seb.
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Hombre,
si el sujeto lo que quiere es ligar… Por cierto, ¿cómo ha dicho que se llama?
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Hil.
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No
lo he dicho, pero responde por Javier Fernando.
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Seb.
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Bueno,
vale. Digo que mejor sería decirle a la moza: “¿Estudias o trabajas?”
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Hil.
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Eso
le dije yo. Pero mi amigo me cortó radicalmente: “¡Ni hablar! Esa frase está vieja y desfasada, además es
políticamente incorrecta. Con los niveles de abandono escolar y la tasa de
paro juvenil, ¡cualquiera la usa!”.
Además,
me dijo mi amigo que su obra tiene también un poco de denuncia social.
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Seb.
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Oiga,
Don Hilarión, su amigo es fino, ¡eh!
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Hil.
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Es
un águila con vista de lince.
Bueno.
El caso es que después de la cháchara (el desarrollo argumental que dicen los
dramaturgos) y los habituales tiras y aflojas, actualizados – eso, sí – a un
entorno actual, los dos tiran para Aranjuez.
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Seb.
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O
sea, que el Javier Fernando ese consigue llevársela a la huerta; usted me
entiende.
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Hil.
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Nada
de eso, es que la chica es monárquica.
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Seb.
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¡Acabáramos!
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Hil.
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Todavía no. Cuando la pareja está en medio de la
Cuesta de la Reina (se sabe, dice mi amigo, porque en el fondo de la escena
se proyecta un cartel que señala dos direcciones: “República”, hacia la
izquierda y abajo, y “Monarquía”, hacia la derecha y arriba).
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Seb.
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Se
ve clara la intención política de su amigo. Pero, ¿tiene eso que ver con el
tema de la zarzuela?
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Hil.
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Eso
mismo le dije yo. Parece ser una sutileza, un guiño … no sé muy bien a quien.
Se lo explico a usted como él me lo explicó: “la vida es como una cuesta; si
la subes con sacrificio y trabajo, puedes convertirte en un rey (o una reina
… por lo de la igualdad), pero si la cosa viene mal, lo mejor es escapar,
largarse, y para eso nada mejor que correr cuesta abajo”.
Bueno,
pues aquí aparece otra pareja. Él dice llamarse Vidal Cárdeno (por la
coloración de su piel) y es un chuleta guaperas, moderno, modernísimo, con un
lenguaje elegante, distinguido y casi amanerado. Ella se llama Aurora, alias
“La Duquesa” y es mujer recia, segura de sí misma, de convicciones firmes y
objetivos claros. A pesar del contraste de su aspecto y modales, se atraen
como los imanes atraen al hierro.
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Seb.
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Y
supongo que después de flirtear con pocos prolegómenos y menos circunloquios,
toman también el camino de la Vega, quiero decir del huerto (o de la huerta,
que tanto da).
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Hil.
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Sí,
claro, pero, entretanto llega la consumación del viaje, las miradas de los
cuatro se cruzan dos a dos. Las
indirectas no dejan descansar al espectador y, sobre todo, consiguen que no
sepa quién se juntará con quién.
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Seb.
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Es
decir, un lío.
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Hil.
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Un
lío deliberado, porque como aquí se acaba el primer acto, lo que busca mi
amigo es que el público discuta, delibere … se implique durante el descanso.
Es el teatro moderno y la zarzuela también tiene que serlo. Hay que conseguir
que el público participe. Nada de darle resuelta la historia; no, no; que piense, que tome partido, que decida…
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Seb.
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Caramba
con los creadores modernos. El día menos pensado ponen una urna en el
vestíbulo para que la gente vote cual de los protagonistas ha de morir y
quién se casa con la chica.
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Hil.
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¡Todo
se andará! ¡A eso lo llamarán teatro interactivo!
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Seb.
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Bien,
bien. ¿Y el segundo acto?
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Hil
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Deje
que pida otra ronda (Hace una seña al
camarero).
Los
cuatro aparecen en un baile típico popular.
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Seb.
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¿Típico?
¿De dónde? ¿De Aranjuez?
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Hil.
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No,
de ningún sitio concreto, o sea de
cualquier parte. Allí bailan, beben, beben y bailan; bailes del pueblo, de
los sueltos, no de parejas. Y continúan las miradas, las insinuaciones
entrecruzadas, los ademanes provocativos.
Un
lugareño anuncia que va a comenzar el tradicional baile de los ciegos. Las
mujeres se pondrán en un estrado tras un cortinaje que les impide ver y ser
vistas. Los hombres, abajo, escucharán al vocero que irá leyendo una frase,
escrita por cada una de las mujeres, que se supone sólo será entendida por su
enamorado. Los que se interesen levantarán una mano haciendo ondear en ella
un billete.
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Seb.
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Una
subasta, vamos, como en Luisa Fernanda.
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Hil.
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No
exactamente, porque como hay varias mujeres y varios hombres, aquello empieza
siendo un auténtico lio; más que una subasta parece un carnaval.
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Seb.
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Como
el de Doña Francisquita.
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Hil.
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Tampoco
es eso. La cosa poco a poco se va aclarando, porque las mujeres por las que
ningún hombre levanta el brazo, van siendo descartadas …
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Seb.
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Me
lo imagino, al final quedan sólo los cuatro los protagonistas.
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Hil.
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Claro.
así son los designios de la providencia.
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Seb.
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De
la providencia, no, de los autores, que son más previsibles que el programa
de un partido político en época de elecciones.
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Hil.
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Bueno,
acierta usted: los personajes quedan emparejados, pero al revés. Y cae el
telón del segundo acto.
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Seb.
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Un
poco largo y previsible el asunto. Veamos que nos depara el tercer acto.
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Hil.
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Estamos
en la terraza de un chalet unifamiliar independiente. A la izquierda,
alegoría de la ciudad; a la derecha, imagen idílica de una dehesa.
Los
protagonistas miran a ambos lados, como si no supieran muy bien por qué
persona decidirse, Javier Fernando y Doña Fernanda se acercan y se declaran
amor eterno, y enlazan sus manos mirando al infinito.
Aurora
“la Duquesa” se acerca, humildemente, a Vidal Cárdeno, pero este la rechaza con
elegancia y firmeza, al tiempo que mira, resignado y suspirando, a Javier
Fernando.
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Seb.
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O
sea, ¿Qué el Vidal Cárdeno es … mediopensionista?
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Hil.
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¡Figúrese!
¡El primer gay de la historia de la
zarzuela! ¡Un escándalo!, le dije a mi amigo.
“¿Un
escándalo?”, me contestó, ¡Ni mucho menos! ¡Una novedad, una innovación, una
apuesta por la modernidad, por sacar de la zarzuela los personajes de
cartón-piedra, las mujeres de miriñaque y corsé y los hombres con botines y
bombín”.
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Seb.
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Lo
que usted diga, quiero decir, lo que diga su amigo. Pero, si me lo permite,
¿no hay en esta historia cierto tufillo a Doña
Fancisquita y a Luisa Fernanda?
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Hil.
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¡Pues
claro! Eso le dije, y me confesó que, cuando le encargaron el trabajo, le
dieron a elegir, precisamente entre la Luisa
y la Francisquita. y como él se considera una persona de su tiempo y un
poquito transgresor, pensó que tenía que hacer algo novedoso, llamativo fuera
de lo corriente. Con la Francisquita y
la Luisa se ha hecho ya de todo: se
ha sustituido el precioso verso original por una prosa de lo más corrientito,
las han cortado hasta desangrarlas, dejando personajes y situaciones sin que
el personal entienda qué pinta allí un cierto individuo o por qué hace lo que
hace. Las han cambiado de fecha y lugar, las han añadido intenciones
políticas y sociales que los autores no imaginaron …
En
fin, mi amigo pensó que tenía que hacer otra cosa.
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Seb.
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Y
parió una mezcolanza sin pies ni cabeza. ¡Dios mío!
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Hil.
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¿De
dónde cree que viene mi inquietud y malestar?
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Seb.
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¡Cómo
le entiendo, Don Hilarión! Pero, dígame una cosa, ¿Y la música?
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Hil
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¡Ay,
Don Hilarión! ¡Esa sí que es gorda! No es que hayamos topado con la iglesia,
como dice Don Quijote, es que nos hemos dado de bruces con la curia entera y
hasta con el mismísimo Vaticano.
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Seb.
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¿Tan
grave es?
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Hil.
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¡Abróchese
el cinturón, que aterrizamos! Como mi amigo no sabe una palabra de música
(como tantos directores de teatro), se le ha ocurrido … ¿Qué dirá usted que
se le ha ocurrido?
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Seb.
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¡Cualquiera
sabe!
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Hil.
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¡Hace
un mix! Mi amigo dice que el personal sólo quiere escuchar lo que se sabe, lo
que ya conoce.
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Seb.
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Eso
es cierto.
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Hil.
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Pues
ya está. Se cogen los trozos más conocidos de cada obra, se mezclan, … y
todos contentos.
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Seb.
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¡Qué barbaridad! Supongo que a su amigo le
habrán reservado plaza en Ciempozuelos.
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Hil
|
¡Qué
va! ¡Al contrario! Como el responsable de cultura es un niñato que no sabe ni
la “O”, pero que se las da de moderno y avanzado, está dispuesto a financiar
el proyecto y ponerlo en marcha. Dice que hay que modernizar la zarzuela, que
acercarla a las gentes de nuestra época; actualizar sus personajes y
argumentos, Y ha bautizado a Doña
Fernanda como una “zarzuela I+D+I, en tres actos”.
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Seb.
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¿Investigación,
Desarrollo e Innovación?
|
Hil.
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No,
no. Izquierda, Derecha, Izquierda.
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Seb
|
¡Joder!
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Buenísimo!!! Un diez!!!
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