Fantochines. (Ópera de cámara en un
acto. Texto de Tomás Borrás. Música de Conrado del Campo). S. de Munck. B.
Quiza. F. Barrutia. Vestuario: Gabriela Salaverri. Escenografía e iluminación:
Tomás Muñoz. Solistas de la Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director de
escena: Tomás Muñoz. Director musical: José Antonio Montaño.
Casi 92 años
han pasado desde que esta deliciosa obra viera la luz por primera vez en el
Teatro de la Comedia madrileño. Y aunque, en comparación con otras partituras
propias y ajenas, ha tenido bastante suerte, porque se ha representado en
varias ciudades españolas e incluso en el extranjero, lo cierto es que un par
de generaciones españolas han desaparecido sin conocerla.
Fantochines es una pequeña joya, sencilla, de magnífico
texto en verso y fácil argumento que llega muy directamente al público. Diría,
incluso, que la incidencia del texto es determinante para mantener el interés y
el disfrute del auditorio. La música es compleja, difícil, moderna para su
tiempo y hasta para quienes, en el nuestro, limitan su gusto estético a la
tradicional ópera italiana. Aquí la partitura es una sucesión continua de música
exigente tanto para los intérpretes como para los oyentes que no tienen el
fácil asidero de melodías belcantistas.
Gracias a la
colaboración de la Fundación Juan March y el Programa Pedagógico del Teatro de
la Zarzuela, hemos tenido ocasión de escuchar esta ópera de cámara tal y como
fue estrenada en una puesta en escena sencilla y efectiva, utilizando elementos
simples en la decoración y unas preciosas marionetas (como prescribe la obra)
con la que, en algunos momentos, interaccionan los personajes humanos.
Sólo tres intervienen
tres cantantes. Sonia de Munck, soprano madrileña, dio vida a la protagonista
femenina: Doneta. Hizo frente con solvencia y energía a una partitura difícil,
dura, agotadora, muy exigente que la hace trabajar en lo más alto de su
registro. El barítono gallego Borja Quiza, hizo el papel del engreído Lindísimo
con eficaz expresividad actoral y con una voz potentísima que llenó la sala, sobreponiéndose
en algunos momentos al acompañamiento instrumental. Fabio Barrutia, barítono, madrileño,
dio vida al Titerero, el narrador que nos sitúa en el entorno de la historia, y
a Doña Tía, títere acompañante de Doneta, papel que, en cierto modo, podríamos
asimilar a una celestina, Supo dar vida con firmeza al pregonero y con picardía
como celestina.
El grupo
instrumental (quinteto de cuerda, flauta, xilófono y piano) estaba situado a la
izquierda del escenario lo que añadía dificultades a los cantantes, al no tener
visión directa de las indicaciones del director. A las órdenes de José Antonio
Montaño, sonó bien, aunque en algunos momentos tuve la impresión de que la
potencia de las voces, especialmente el barítono protagonista, superaban la
energía sonora del conjunto.
Tomás Muñoz,
director de escena, planteó la representación con elementos muy simples; no
hacían falta más, la obra es sencilla y no necesita de aditamentos artificiales
porque todo está en la música y en la palabra. Hizo actuar a los protagonistas
con sencillez, destacando la vanidad de Lindísimo y la falsa ingenuidad de
Doneta con eficaz y discreta gestualidad.
Mención
especial merecen los títeres realizados por The root poppets, y controlados por
Esther d’Andrea y Rafael Rivero. Sencillo y efectivos como el resto de la
producción, llamaron la atención del auditorio.
Tres de las
siete funciones ofertadas están destinadas a un público joven, entre 12 y 14 años. Confieso que tengo mis dudas sobre lo
oportuno de una música de este tipo como iniciación para quienes no conocen el
teatro musical, pero me llegan noticias de que los chavales se han integrado en
el espectáculo con interés y atención. Quizá haya influido la presencia de las
marionetas y la gran incidencia del texto; influye también, y muy positivamente,
el hecho de que los niños son preparados por sus profesores, gracias al planteamiento
del Programa Pedagógico de las entidades que promueven la actividad. Estamos en
el buen camino.
Vidal
Hernando.
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