La Gran
Duquesa de Gerolstein (Zarzuela bufa en tres actos de Henry Meilhac y Ludovic Halevy.
Música de Jacques Offenbach). S. Cordón. J.L. Sola. E. Sancho. M. Diego. G.
Bullón. G. Peña. F. Crespo. Coro del Teatro de la Zarzuela (Dtor. A. Fautó). Orquesta de la Comunidad de Madrid.
Dirección de escena, escenografía, vestuario e iluminación: Pier Luigi Pizzi.
Realización de la dirección de escena: Massimo Gasparon. Coreografía: Marco
Berriel. Director musical: Cristóbal Soler. Teatro de la Zarzuela, 25-3-2015.
Aunque pueda
parecer pretencioso, después de ver y escuchar las dos horas de La gran duquesa de Gerolstein, es
posible sacar varias conclusiones que ponen sobre la mesa la importancia
sociológica del espectáculo. Se me ocurren varias: el Teatro de la Zarzuela
recupera un repertorio que, durante muchos años, fue muy importante en sus carteles;
se demuestra la inútil esterilidad de esa protesta, más o menos soterrada, de
los habituales del teatro sobre que “esto no es zarzuela”; se confirma el
conservadurismo de los espectadores que, en muchos casos sólo buscan ver y oír lo
que conocen y no se aventuran a espectáculos que pueden darles muchas
satisfacciones; se demuestra que no es necesario retorcer argumentos ni violentar
intenciones (¡y mira que en La duquesa se
presta!), y que con elementos sencillos puede montarse un largo espectáculo sin
que pierda interés.
La gran duquesa de Gerolstein, estrenada en Madrid en 1868, es una obra entretenida, dinámica, ágil
y brillante, con una música sencilla pero eficaz, con presencia casi constante
del ritmo de vals, y que posee una cualidad especial: familiaridad; parece que
la conociéramos de siempre. Su argumento, festivo y divertido, desarrollado con
eficacia teatral, contiene una importante carga crítica que causó a la obra
algún que otro problema; su texto, no demasiado, tiene gracia y ofrece algunos
chistes que calan en el público. A propósito del texto quiero destacar un
detalle importantísimo: la traducción es excelente, no porque corresponda al
original francés, que se sobreentiende, sino porque los acentos fonéticos de los
textos de las canciones, coinciden con los acentos sonoros de la música que les
acompaña. Conseguir eso es francamente difícil, y aunque pueda pasar desapercibido,
porque paree lo “normal”, creo que debo destacarlo.
Hemos asistido
a una de las representaciones ofrecida por el “segundo reparto”, y la impresión
es muy buena. El conjunto funciona y cada elemento está en su sitio. Susana
Cordón, la Gran Duquesa, dio agilidad y soltura a su largo papel, prestándole la
picardía que requiere. La voz correcta con seguridad en los momentos
comprometidos. Elena Sancho, en el papel de Wanda, es una joven lírica que hizo
muy bien su rol, menos lucido que el de la protagonista. Fritz, el personaje
principal masculino, estuvo a cargo de José Luis Sola, de voz potente, clara y
sin aristas; dio la réplica a la Cordón con solvencia y eficacia. El otro gran protagonista masculino, el
general Bum, Bum, pobre víctima de los caprichos de la aristócrata, estuvo a
cargo de Gerardo Bullón, barítono madrileño de voz potente y bien proyectada;
su trabajo actoral excelente. El Príncipe Pol, Gustavo Peña, tenor canario, nos
gustó más como cantante que como actor, quizá porque su papel de “ridículo”
estaba demasiado forzado. Manuel de Diego, como el Conde Puck, Francisco
Crespo, como el barón Grog y Enrique R. del Portal, como el capitán Nepomuceno,
papeles secundarios, no presentan
problemas, pero fueron resueltos con profesionalidad e interés.
Mención
especial merece el grupo coreográfico que tuvo una actuación muy destacada,
especialmente en el final del segundo acto y en el galop del tercero, donde la
estética y visualidad del cancán se adueñó del escenario de la Zarzuela.
Excelentes
también, cl coro y la orquesta, esta última rodeada de una pasarela que dio mucha
agilidad al montaje. Cristóbal Soler,, director titular del teatro, acompañó
con eficacia a los protagonistas y planificó dinámicas y planos con conocimiento
de lo que debe ser una orquesta teatral.
Por último, la
puesta en escena, iluminación y movimiento de actores, todo ello
responsabilidad del milanés Pier Luigi
Pizzi, eficaces, ágiles y de impacto directo. La escena, teñida de azul,
aumentada con una pasarela que rodea al foso y que se incorpora al escenario,
se mueve con agilidad, y las simpáticas críticas, pero críticas al fin, a la
arbitrariedad de los personajes representados, se marcaron con elegancia en los
“desfiles” de las tropas y en las “intrigas” de los enemigos del protagonista.
En resumen,
una excelente velada que mereció el aplauso del público.
Vidal
Hernando.
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