Pensamientos
de un barbero.
Hace tiempo
que no acudo a estos papeles en los que vierto mis pensamientos, certeros o
equivocados, de barbero observador de gentes y costumbres. Tengo una
justificación: el trabajo, el mucho trabajo que me ha tocado realizar con
motivo de los carnavales y de la Semana Santa.
Quizá les
sorprenda que un profesional como yo tenga más trabajo del habitual por las
carnestolendas. Pues lo tengo, mejor dicho,
lo tuve, porque han de saber ustedes que para los bailes de disfraces,
desde los más elegantes y empingorotados, hasta los más modestos y verbeneros,
el peinado es fundamental. Y no les quiero contar lo exigente que se ha puesto
el personal de un tiempo a esta parte. Antes, para disfrazarse, valía cualquier
cosa, pero ahora no. Hoy, todo hijo de vecino procura aparecer de punta en blanco, con toda clase
de elementos conjuntados, con los rostros cubiertos de afeites y cremas, los
vestidos cosidos por los mejores sastres
y los peinados más sofisticados que pueda pensarse. No les digo la cantidad de
bigudíes que he puesto en estos días pasados en toda clase de cabezas; la
cantidad de cabellos que he tenido que ensortijar; los moños y trenzas que he
debido tejer, a veces con extrema dificultad por falta de material primario,
pos así decirlo; la cantidad de añadidos y extensiones que han hecho falta …
Incluso, llegó una dama –cuya identidad ocultaré, como es natural, porque los
peluqueros mantenemos el mismo secreto profesional que los médicos– que estaba
dispuesta a cubrirse el cuerpo, sólo con una enorme peluca, desde la cabeza a
los pies. Esto, dicho así, ya es
bastante, pero añádanse las labores complementarias: lavados, cardados,
alisados, desenredados, uso de cremas, lacas, acondicionadores …
La Semana
Santa también me ha dado mucho trabajo. cierto es que los señores no suelen
requerir, en este caso, actuaciones peluqueriles especiales, pero ellas … ¡Ay,
las señoras! Nadie sabe el trabajo, y la guerra, que da colocarles una teja o
una peineta, cuando falta un pelo denso, abundante y consistente, Pero, a ver,
¿qué mujer castiza enuncia a la peina o a la mantilla en Vernes Santo?
Pasadas estas
fechas y estos fastos, la tranquilidad y el sosiego regresaron, y aunque las
estrecheces acogotan de nuevo la faltriquera, el filósofo-barbero, o viceversa,
es decir un servidor, dispone de tiempo para poder echar dos o tren
pensamientos, mirando al infinito, que es la mejor manera de ver lo más
cercano.
Y sin saber
por qué, me he visto cavilando en lo ignorantes que son, o se muestran, algunas
personas. Es el caso de esos políticos, hombres de empresa, comunicadores o
personas públicas que pronuncian frases equivocadas, inoportunas, impertinentes
o insultantes, sin medir las consecuencias. Esas personas que descalifican a
otras por ser distintas en color, en origen, en ideas …
Esas personas
que, cuando se dan cuenta de su error, de su equivocación o de su ofensa, o
cuando alguien les hace ver lo improcedente e injusto de su comentario,
rectifican rápidamente, pero tratando de echar la culpa a otro.
Son esas
personas que pretenden disculparse diciendo que no hemos sabido interpretarles,
como si fuéramos tontos de capirote.
Son esas
personas que tratan de culpar a otros, acusándoles de tergiversar lo que
dijeron.
Esas personas
son doblemente ignorantes porque nos ofenden dos veces: con sus afirmaciones
iniciales y cuando tratan de eludir su responsabilidad.
Son esas
personas que rectifican pidiendo un perdón condicional (“si he podido ofender a
alguien…”, “si alguno se ha sentido molesto…”).
Esas personas
sí que son ignorantes, porque ignoran que no nos han engañado.
Otra cosa es
que no podamos darles la respuesta que se merecen.
Lamparilla
(Todo
esto es consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).
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