Pensamientos
de un barbero.
Hace un rato,
un sujeto para mí desconocido, ha abierto la cortina de la barbería y sin más,
me ha preguntado si el viernes hacía algún tipo de descuento en mis tarifas
profesionales. Al ver mi cara de extrañeza ha considerado necesario explicarme
que como es “blac fridai” …
Como mi
expresión facial interrogativa se ha acentuado, el individuo ha creído que
sería cosa de ignorancia, y se ha explicado, diciéndome que el “blac fridai” es
un día en el que comercios, tiendas y almacenes de todo tipo hacen grandes
descuentos a sus clientes. Parece que es un invento norteamericano (ya se sabe
que aquí copiamos todo lo guiri con rapidez inusitada, como por ejemplo lo del
día de jaloguin …) que tiene un éxito fabuloso traducido en numerosas ventas.
Me ha dicho también que lo de “blac fridai” se traduce en castellano como
“viernes negro”.
Entendida la
explicación, le he dicho que no, que yo no vendo nada, que soy un experto de la
peluquería y artes afines y no un simple mercader rapabarbas. El sujeto se ha
marchado y no creo que vuelva. Mejor, porque tenía una pelambrera … Pero me ha
dejado pensando.
Así que “blac
fridai”, “viernes negro” es un día de felicidad para unos y otros. Lo de
viernes lo entiendo bien, pero lo de negro… si los vendedores venden mucho,
pero mucho y los compradores compran muy barato… ¿dónde está lo “negro”?. En
fin, será cosa del humor norteamericano.
Nada tengo en
contra de día tan señalado; igual me da que sea viernes, o lunes … No sé, ni lo
voy a investigar, el origen de la idea,
tampoco indagaré si hay, o no, prácticas comerciales poco éticas (como subir
antes los precios y luego bajarlos, ofrecer artículos de temporada pasada, o
modelos obsoletos…). Tampoco si los que venden tienen necesidad de espacio en
sus almacenes y han de hacer sitio para lo que viene… Nada. Allá cada cual. Que
sea feliz el que vende y se vaya contento el que compra. Y aquí paz y después
gloria.
Lo que no voy
a hacer es dejar pasar la ocasión de volver a quejarme de cómo estamos
olvidando –y hasta despreciando– el idioma de Cervantes, dejándonos conquistar
por expresión extrañas que abrazamos más contentos que unas Pascuas.
Porque no es
que el inglés, el francés o el alemán traten de introducirse en nuestro
lenguaje, no; es que somos nosotros quienes los metemos hasta la cocina. “Blac
fridai” … y tantas y tantas expresiones que escucha uno en la calle, en los
medios de comunicación, en las conversaciones de la gente del pueblo. Así, de
pronto, cosas que me encalabrinan: en Madrid, este Madrid de mis entretelas,
este Madrid de manolos y chisperos, ha celebrado hace poco la “Orse fasion
guic”, que viene a ser una semana fantástica dedicada al caballo; aquí mismo en
la capital, los siete días dedicados a la moda en el vestir los han llamado: “Madrid
fasion guic”, ¡Chúpate esa!
Y qué me dicen
del personal: ya no tienen un maestro, un profesor o un entrenador, .. tienen
un “coach”… algunos muchachos y muchachas (que en esto van a la par con ellos)
se cuelgan con imperdibles de diversas partes del cuerpo las cosas más
dispares, y a eso lo llaman “piersin”. Los que ahora hacen deporte, ya no
corren, hacen “futin” o “raning”, que nada tiene que ver con batracio alguno,
como el lector podrá suponer. En fin, podríamos estar poniendo ejemplos hasta
mañana, la lista es interminable.
Y no sólo nos
autoinvadimos del inglés. Nuestras televisiones emiten anuncios de coches en
alemán; muchos anuncios de perfumes, algunos etéreos y casi metafísicos, lo
presentan en francés… Y toda esa intrusión es … desde dentro.
Lo malo es que
lo admitimos, que incorporamos a nuestro hablar cotidiano expresiones bastardas
e innecesarias, porque el castellano tiene palabras más que de sobra para la
mayoría de las situaciones. Sólo admito, como excepción, algunos términos
nuevos derivados de los avances de la tecnología, porque en esto de las
ciencias andamos un poco arrastrando la culeras. Ya lo dice Don Sebastián, el
de La verbena…”Hoy las ciencias
adelantan…”, pero nosotros …
Pero lo peor
de todo, lo que más rabia me da, es la pasividad de la Real Academia Española
de la Lengua, que mucho me temo se limita a hacer la vista gorda, sino que da
por buenas y admite muchas de estas palabrejas. Dicen algunos académicos , en
su defensa, que la Academia se limita a dar carta de naturaleza al habla que es
habitual en la calle. No me convence, porque si cada día hablamos peor nuestra
propia lengua, lo que hay que hacer es corregirlo lo antes posible. De lo
contrario, hasta los señores académicos van a terminar pasando lista en el
Inaem.
En fin. Quizá
otro día escriba sobe esa especie de fuga de vocales que son las siglas. ¡Que
esa es otra”
Lamparilla
(Todo
esto es consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).
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