Seb.
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¡Tranquilícese
usted, Don Hilarión! ¡Recupere el resuello! Parece que venga usted corriendo
a todo correr. ¡Siéntese y respire!
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Hil.
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¡Ay!
No le extrañe usted que venga sofocado. Es que traigo una noticia que me ha alterado
y ha provocado una aceleración incontrolada de mi ritmo respiratorio.
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Seb.
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¿Es
grave, la cosa?
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Hil.
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¡No,
no! ¡Ni mucho menos! ¡Todo lo contrario!
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Seb.
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No
me diga, le ha tocado a usted “el gordo”
de Navidad.
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Hil.
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¡Qué
va! ¡Mejor que eso! Se lo diré a bocajarro,
de sopetón. ¡Atento!
La
Televisión Española, la oficial, va a emitir los fines de semana, en horario
de máxima audiencia, y en lugar de las blandengues películas habituales, las
zarzuelas representadas en el Teatro de la Zarzuela. ¿Qué le parece? ¿Cómo se
le ha quedado a usted el cuerpo?
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Seb.
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¿Qué
la televisión nacional … emitir … zarzuelas?
Me
deja usted sin habla, sin sangre en las venas, sin aire en las fosas nasales
… ¡Absolutamente sincopado!
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Hil.
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Lo
comprendo. A mí me ha pasado lo mismo.
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Seb.
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No
me estará usted tomando el pelo… Porque si es una broma, después de este
síncope me puede dar un detenimiento del músculo cardíaco y me veo, frente a
frente, con la Almudena.
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Hil.
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Nada
de bromas. Cierto, tan cierto como que tenemos que morirnos y … pagar
impuestos.
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Seb.
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¿Cómo
se ha enterado usted?
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Hil.
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Fácil.
Usted sabe que por la naturaleza de mi establecimiento tengo un buen puñado
de amigos, de toda clase y condición. Y en todas partes. Pues bien, uno de
ellos –cuyo nombre voy a mantener en secreto, por aquello de la discreción–
me ha mostrado un documento elaborado por el Ministerio, el Teatro de la
Zarzuela y la Televisión, en el que se aprueba la colaboración susodicha y
subsiguiente.
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Seb.
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¿Y
cómo ha sido eso? Porque este asunto es como un incunable de la Biblioteca
Nacional: no se presta. Quiero decir que la tele no se presta a emitir las
zarzuelas, y el teatro no se presta a que sus producciones sean televisadas.
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Hil.
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Pues,
al parecer, ha sido sencillo. Ha habido un sujeto –tampoco puedo desvelar su
identidad– ha dado con la clave. Y la clave es, nada más y nada menos, que
esta palabra: “pat-tri-mo-no”,
“pa-tri-mo-nio”.
O
sea, resumiendo, ha venido a decir que la zarzuela es patrimonio nacional,
como otras manifestaciones de arte, como los libros, las pinturas, las
esculturas, e-te-ce, e-te-ce… osas.
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Seb.
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Pero
eso ya lo sabíamos.
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Hil.
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Nosotros
sí. Y mucha gente, pero los políticos de turno … pues no. Quizá porque eran
eso, políticos de turno, temporales. En fin.
Lo
cierto es que ante esa palabra “patrimonio nacional”, la cosa se ha puesto en
marcha y los representantes han empezado a hablar en serio. Se han planteado
problemas y dificultades, y se han ido corrigiendo, aunque la cosa no ha sido
fácil.
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Seb.
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Perdóneme,
Don Hilarión, pero me cuesta creerlo.
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Hil.
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No
tiene usted por qué. Mire, piénselo así: Usted, o cualquier viandante, se da
un paseo por el Parque del Retiro y disfruta con la visión de las magníficas
estatuas que lo adornan. O admira la peculiaridad de los edificios
monumentales de nuestra capital. O, aunque no sea religioso, entra en una
catedral y ve los retablos, las pinturas, la singularidad de los trajes
talares antiguos, la belleza de muebles, objetos litúrgicos … Y todo gratis.
¿Y, por qué?
Porque
es “patrimonio”; o sea sé, nuestro, de la nación … Y la zarzuela, ¿no es
también patrimonio de España?. Pues eso.
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Seb.
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Hombre,
visto así … Pero… ¿Y los derechos?
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Hil.
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¡Ah,
amigo mío! ¡Ahí está la clave! Cierto es que las obras musicales devengan
derechos de autor … Pero no es menos cierto que, pasadas unas decenas de
años, no generan estos derechos. Y, escuche usted atento, pasan a ser “de dominio público”, “dominio público”. De
ahí a “patrimonio” … ná. Un paso de chotis.
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Seb.
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Pero,
oiga, ¿No ha habido dificultades, problemas …? Porque, tal y como usted
cuenta la cosa ..
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Hil.
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Hombre,
claro que ha habido dificultades. Pero la gran suerte es que el señor que ha
resuelto el problema ha sido muy claro. Resumo: las obras de “dominio
público”, sin problemas, y para las otras … ha propuesto el estudio de varias
fórmulas para que nadie vea mermados sus derechos, es decir que nadie va a
salir perjudicado.
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Seb.
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¿Y
si alguno se niega?.
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Hil.
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Ningún problema, Se da a conocer su negativa a la
opinión del pueblo, para que la gente sepa lo que ocurre, y le castigue con
una buena dosis de indiferencia. Porque si no quieren colaborar, es lo mismo –cómo
le diría yo– que si el Señor Benlliure
tapara con una lona sus esculturas. Es un supones, claro, porque el Señor
Benlliure está difunto.
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Seb.
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No
es mala idea. Que cada palo aguante su vela. Y… a esperar… que ya llegará el verano, que en este caso viene a ser “dominio
público”.
Y,
dígame, ¿cuando veremos la primera zarzuela?
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Hil.
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Pronto,
será pronto. Ahora hay que preparar todo, elegir títulos, hablar con los
responsables, encajar la programación .. y esas cosas.
Bueno
lo primero, es que el acuerdo se traslade al papel oficial. Pero eso es cosa
de simple burocracia.
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Seb.
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¿Burocracia?
¡Dios, con la Iglesia hemos topado!
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Hil.
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No
se preocupe, se va a firmar el próximo día 28. Lo sé de buena tinta.
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