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miércoles, 20 de abril de 2016

MARÍA MOLINER: LUCHAR CONTRA EL SILENCIO.



María Moliner. (Ópera documental en dos actos y diez escenas, de Lucía Vilanova. Música de Antoni Parera Fons). C. Faus. S. Ferrández. C. Alcedo. M.J. Suárez. L. Casariego. J.J. Frontal. S. Peris. G. López. D. Oller. T. Marsol.
Movimiento escénico: C. Martos de la Vega.Vestuario: M. Araujo. Diseño de video: P. Chamizo. Iluminación: P. Yagüe. Dirección de escena y escenografía: Paco Azorín. Coro del Teatro de la zarzuela (Dtor.: Antonio Fauró). Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección musical: Víctor Pablo Pérez. Teatro de la Zarzuela, de Madrid, 19 de abril de 12016.


En cierto modo podría decirse que María Juana Moliner Ruiz (Zaragoza, 1900–Madrid, 1981) pasó media vida luchando contra el silencio, contra el silencio provocado por la situación política tras la Guerra Civil, y contra el silencio que produce el olvido que sufrió en sus últimos años. Y para quien dedicó su vida a las palabras, el silencio debió ser un poderoso enemigo. María Moliner no pudo vencer al segundo, pero hizo frente al primero y le venció con su célebre Diccionario de uso del español, ese magnífico libro con el que también sometió a quienes la señalaban poniendo el dedo en los labios.

La ópera María Moliner, de Vilanova y Parera Fons se define como “documental”, término que en su Diccionario tiene, entre otras dos, esta definición: “Se aplica a las películas sin argumento o con uno sin importancia cuyo valor es principalmente informativo o instructivo”. Eso me pareció en algunos momentos, un  documental, por su planteamiento discursivo y, quizá, por la presencia de filmaciones que muestran distintos momentos de la vida de la protagonista. Ese carácter “documental” se muestra en un texto escueto, con no demasiado vuelo literario, que me hubiera gustado, en general, algo más intenso. La música cantada se mueve en una franja sencilla, sin extremos ni virtuosismos, en una especie de recitativo permanente sin que aparezcan los habituales ritmos y melodías que el público tradicional del teatro espera. El acompañamiento de la orquesta me ha parecido muy bueno, dejando siempre que sea la voz la que domine el discurso, permitiendo que la palabra se entienda y, al tiempo, rodeándola de un marco sonoro y colorista que va desde el suave retrato de un paisaje hasta el enérgico subrayado de una situación violenta.


Debo decir que María Moliner, en general, me gustó, y también gustó al público que, al finalizar, se mantuvo en el teatro aplaudiendo con entusiasmo a los autores y a los intérpretes, aunque, como suele ser habitual en estas ocasiones, hubo alguna deserción en el intermedio. Destacaré, además de la presencia de la pareja protagonista, tres escenas: el diálogo de María con Goyanes, el sufrido linotipista que compuso el Diccionario; la del apoyo de las “académicas”, y la de la sesión de la Academia que ridiculiza a la lexicógrafa por haber tenido la osadía de criticar al diccionario oficial.

El trabajo interpretativo fue excelente. María Moliner  es obra prácticamente para la mezzosoprano protagonista; todo el tiempo, 95 minutos, en escena y cantando. La valenciana Cristina Faus dio vida a la mujer de las palabras con intensidad dramática, y con presencia escénica convincente. José Julián Frontal, barítono que dio vida a Fernando, el marido, en un rol de menor relevancia, realizó un trabajo muy encomiable; la parte vocal no presenta dificultades, pero en lo actoral estuvo convincente. Goyanes, el resignado linotipista, fue defendido eficazmente por el barítono valenciano Sebastià Peris; su corto papel caló en el auditorio. Celia Alcedo, María José Suárez y Lola Casariegos, dieron vida, respectivamente a los personajes de Emilia Pardo Bazán, Isidra de Guzmán y de la Cerda y Gertrudis Gómez de Avellaneda. Junto a ellas intervino Sandra Fernández que, además de personificar a Carmen Conde, hizo el papel de Inspectora del Seu, la violenta y acusadora comisaria política. Todas estuvieron a la altura. Por último, Gerardo López, David Oller y Toni Marsol, fueron el personaje de “El Almanaque”, los tres, desde distintos lugares de la sala del teatro, sitúan en el tiempo cada una de las diez escenas de la ópera.

La escenografía está constituida por dos grandes escaleras metálicas que giran y dan lugar a que haya un movimiento escénico que, de no existir, dejaría las tablas en un simple cuarto de trabajo, con una mesa, una silla y una máquina de escribir que fueron las compañeras de María durante los quince años que tardó en componer su diccionario.

Mención especial para Juan Pons que dio vida al Sillón B de la Rae; una intervención breve pero maestra, podría decirse que “académica”, en el mejor sentido del término. Un lujo que el público supo agradecer.

En resumen, María Moliner, ha sido una buena aportación al teatro lírico nacional; un acierto  de quienes rigieron el teatro cuando se puso en marcha y de quienes tienen ahora la responsabilidad del mismo por mantener el proyecto en marcha. Es posible que volvamos a tener ocasión de ver esta María Moliner, pues creo que tendría público para más de las cinco funciones ofertadas.


Vidal Hernando

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