Conrado del Campo |
El 28 de septiembre de 1911, Joaquín Taboada
Steger,(1870-1923), compositor, hijo del también compositor Rafael, y autor
de muchas canciones y zarzuelas, algunas de ellas dedicadas al público
infantil, publicaba el siguiente artículo que merece la pena ser leído con
atención. Al terminar la lectura, es
recomendable hacerse la siguiente pregunta: ¿Hemos cambiado en estos más de
cien años?.
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Por Joaquín Taboada Steger.
“Un
esfuerzo más. Esta año ha correspondido la limosna a Conrado del Campo, un
buen músico.
No voy yo ahora a hacer un juicio crítico de su
ópera El final de Don Álvaro[1], ni a discutir su
mérito, el cual, desde luego, reconozco y felicito al compositor por haberla
escrito, pero le censuro haberla estrenado.
Tres representaciones le han dado a la nueva obra
que han correspondido a las tres últimas funciones de la temporada. La Empresa
ha cumplido su compromiso. Los abonados han quedado satisfechos.
El arte español … como siempre.
Así no se adelanta un paso, más bien vamos hacia atrás. ¿Quién
tiene la culpa?. Los músicos.
No nos quejemos, pues, si vemos arrastrar una vida
vil y lastimosa a la ópera española.
Es mucho más digno reinar en un modesto aposento,
que albergarse vergonzosamente en el más espléndido palacio.
Desde el año 1908 a 1911, no se han estrenado en
España arriba de ocho o nueve óperas, entre las cuales recuerdo por este orden:
El certamen de Cremona, Zaragoza,
Mayarido (Margaridó?). Margarita la
tornera, Colomba, La maja de rumbo (de autor español estrenada en América)
y El final de Don Álvaro. Pues bien,
este escasísimo número de producciones musicales, me parece todavía excesivo
para un público hostil y un ambiente contrario, que es todo cuanto encuentra en
su espinoso camino el músico español que se propone “lavorare” en serio. ¿Qué
es tarea difícil y casi utopía llevar a cabo tan grande empresa? Yo creo que
no. Únanse, mejor dicho, hermánense los maestros que hoy se preocupan por ello,
y no piensen en la creación de la ópera española. Esta existe; búsquesela un
templo sea el que fuere, porque deificado por tan alta misión, el último teatro
puede ser el primero.
Pretender que estrenándose una o dos óperas al
año, las cuales quedan enseguida excluidas del repertorio, puede llegarse a obtener
la beligerancia en el mundo musical, esa sí que es una verdadera utopía.
¿Por qué no se ha hecho esta año Colomba? ¿Y Margarita la tornera, ha vivido ya bastante? A esto contestará la
empresa, que sus intereses son sagrados, y que a defenderlos va complaciendo al
abono, a más de las muchas dificultades con que tropieza para ensayar las obras
españolas, por la resistencia que para ello encuentra en los cantantes célebres,
que vienen escriturados por un número de funciones e imponiendo cada cual las
obras de su repertorio, y como quiera que el aprender una obra nueva española
representa para ellos un trabajo estéril, está hasta cierto punto justificada
su resistencia. Así que considero que los artistas tienen razón y que la
empresa tiene razón también.
Todo está dentro de los ritos del teatro Real.
Vamos a suponer que las óperas escritas hasta hoy
por nuestros maestros, no están a la altura ni pueden figurar al lado de las
más sublimes creaciones de los músicos italianos y alemanes. ¿Pero es que estos
han sido célebres ya por sus primeras obras? Wagner, escribiendo solamente Rienzi, ¿sería Wagner? Verdi, si después
de escribir tantas obras no hubiese llegado a Rigoleto, Aida y Otelo, ¿sería
el mismo Verdi?
El camino del arte es infinito.
Los hombres son antes niños, y no creo que el don
de la música haya sido reservado exclusivamente para inteligencias de determinados
países.
Con mucho gusto vería que firmas más autorizadas
que la mía, vertiesen ideas sobre este asunto que de tanta importancia es para
el arte español, y lograran con más talento apartar a nuestros músicos del equivocado
y vergonzoso sendero por donde caminan, abriendo sus ojos a la luz de la
realidad y aprestándoles a una lucha digna, donde encuentren noble y franco
enemigo, no juez indiferente que les perdone la vida, reconociendo tan sólo en
cada obra española que se estrena “un esfuerzo más”.
[1] Drama lírico en dos actos,
con libro de Carlos Fernández Shaw, basado en Don Álvaro o la fuerza del sino,
de Ángel Saavedra, Duque de Rivas. Música de Conrado del Campo. Estreno: 4 de
marzo de 1911, en el Teatro Real, de Madrid. Acción en la Villa de Hornachuelos
(Córdoba), mediados del siglo XVIII.
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