Sucede con frecuencia, con demasiada frecuencia
que se cercenar el texto hablado de las zarzuelas, en cantidad y calidad, dejando
situaciones sin resolver o personajes a medio definir. Esta práctica suele ser
tan habitual que para muchos directores de escena, parece haberse convertido en
una obligación.
Ya hemos sufrido una Francisquita cuyo texto en verso, fue “pasado” a prosa, lo que nos
parece un auténtico “delito” ético y artístico; hemos conocido también obras casi
de nueva creación que aprovechan el tirón de un título conocido para llevar
público al teatro; zarzuelas a las que se añaden fragmentos de otras … para que
el espectáculo dure algo más. También
hemos visto personajes “trasplantados”
de época y ambiente (un Julián de La
verbena convertido en butanero macizo y potente… ) y obras “modernizadas”
teatralmente inferiores al original.
Las razones esgrimidas para estos cambio y “renovaciones”
son variadas: que los chistes de antes no vamos a entenderlos hoy (¿quién lo
sabe?), que los cantantes de hoy no saben decir el verso (¿no sería mejor que
aprendieran?) Qué no se puede hacer el teatro hoy como hace cincuenta o cien años
(¿alguien esta pidiendo telones pintados en la escena, o vestuarios de nuestras
abuelas?). Todo sin que se rasguen los velos del templo, sin que a nadie se le
caigan los anillos y, sobre todo, sin que nadie trate de poner coto a estos
desmanes.
Las justificaciones son las de siempre: aligerar
el texto (¿por qué no se aligera la música?), “actualizar” la obra, quitarle
“caspa”, buscar intenciones morales o políticas que no tiene el original … Toda
una serie de argumentos más que discutibles en la mayoría de los casos. Además,
no son pocas las veces en que estas razones se esgrimen de manera ofensiva y
violenta contra quienes no las comparten, porque no son (dicen) modernos o
progresistas.
Ya es hora de empezar a decir que no.
No se trata de mantenerse rigurosa y obsesivamente
fiel al original, se pueden hacer ajustes, claro, pero las tijeras y el
pegamento conviene dejarlos en casa para reparaciones domésticas. Eso de
“cortar y pegar” quizá esté bien para las nuevas tecnologías, pero no debería
admitirlo el mundo del arte.
Lo mismo puede decirse de la ambientación. Vean
ustedes, si los libretistas de Luisa
Fernanda llevaron el final al campo extremeño, ¿Tiene sentido cambiar la
dehesa por una playa del Caribe, sólo porque así pueden sacar a la soprano en
bikini? (por cierto, si algún realizador hace esta “actualización”, que sepa
que me debe los derechos de propiedad intelectual). Bromas aparte, ¿qué valor
añaden estas modificaciones?
Más difícil de valorar son aquellos cambios
producto de concepciones morales, sociológicas o políticas de nuestra época,
distintas a las de centurias pasadas. Aunque lo hacemos a cada momento, no es
recomendable juzgar con criterios de hoy lo sucedido hace décadas; podemos
cometer graves errores y caer en injusticias.
Podríamos seguir argumentando y poniendo ejemplos,
como también podrían hacerlos quienes sostienen ideas contrarias a las
nuestras. Lo sé, quizá lo mejor sea no alargar innecesariamente estas líneas,
porque temo que no sirvan para mucho..
Sí diré, con firmeza, que el libreto de una
zarzuela define su estructura, describe sicológicamente a sus personajes a
través del texto (tanto hablado como cantado), desarrolla el argumento
imaginado por sus autores, construye las interrelaciones entre los distintos
personajes, y lleva al final deseado por los literatos. La música es
fundamental, claro, porque crea ambientes, sensaciones, estados de ánimo,
sugiere ideas, paisajes… pero no transmite ideas concretas como lo hacen las
palabras. Piénselo fríamente; si usted quisiera llamar “tonto” a alguien, ¿cómo lo haría: con una nota o con
un acorde? ¿Grave o agudo? ¿Largo o corto? Es cierto que la música demuestra
constantemente su capacidad para enmarcar la manera y la intencionalidad de las
palabras, pero el mensaje lo transmite la letra. Permítanme un par de
ejemplos.
Escuchen ustedes el segundo movimiento del Cuarteto en Do mayo, Op. 73 nº 3, de
Haydn, el llamado “Emperador”; a nadie se le ocurre ponerse firme … a nadie que
no sea alemán, porque esta música es el himno nacional de Alemania. No,
señores, no, Eso de “prima la música e poi le parole”, es el título de una
ópera escrita por Giovanni Battista Casti con música de Antonio Salieri,
estrenada en Viena en 1786. Pero como frase referida a la zarzuela, pretendiendo
poner “primero la música y después las palabras”, es inadecuada y equivocada.
En la zarzuela, palabras (no sólo las cantadas) y música van de la mano; una y
otras conforman el espectáculo.
Vidal Hernando.
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