Seb.
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Buenos días, Don Hilarión. Hace
tiempo que no nos vemos. Presumo que ha estado usted de vacaciones.
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Hil.
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Buenos días, Don Sebastián. Pues sí
he estado unos días de viaje de asueto, emigrando temporalmente de la
canícula madrileña y sumándome a la costumbre de la diáspora estival
imperante entre nuestros conciudadanos. ¿Y usted?
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Seb.
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Pues aquí, en el foro, combatiendo
los calores con un buen refresco de naranja o de cebá, Contemplando a los turistas sudar la gota en este Madrid
castizo y cosmopolita. Y disfrutando de las verbenas agosteñas, o sea, de San
Cayetano, la Paloma y San Lorenzo, ¡que ése sí que pasó calor, ¡el pobre!
Pero dígame, amigo mío. ¿Dónde ha
sentado usted sus reales en estos días?
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Hil.
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Bueno, sentar, lo que se dice sentar
los reales … He estado haciendo un recorrido, un circuito, un “tour”
por una parte de Suiza.
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Seb.
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¿Suiza? Un país precioso, tengo
entendido …
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Hil.
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¡Maravilloso!
¡Qué paisajes! Verdes praderas y bosques
que escalan las montañas hasta lo más alto.
¡Qué ríos! Desde los pequeños arroyos
que nacen en las nevadas cumbres, al calor del sol, hasta las poderosas
corrientes que imponen por su bravura y rugen cuando caen por las cascadas.
Yo al Manzanares le tengo cariño, pero ¿qué quiere que le diga?
¡Qué lagos! Grandes, muy grandes,
poblados de barquitos de todos los tamaños y clases, llenos de vida.
¡Qué montañas! Altas, altísimas,
cubiertas de nieve en las cumbres, con imponentes paredes de rocas desnudas
que son una provocación para los amantes del alpinismo, roturadas por
serpenteantes caminos y senderos entre los cuales pastan, apaciblemente, las
vacas, quizá ajenas a la magnificencia natural que las rodea.
¡Que pueblos! Pequeños, limpios,
orgullosos de su arquitectura tradicional, con sus casas llenas de flores y banderas.
En ellos se respira la tranquilidad, sólo rota por el ruido de los turistas y
sus cámaras de fotos. ¡Qué preciosidad! ¡Desde lejos, ¡parecen belenes!
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Seb.
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Vuelve usted entusiasmado, si me
permite que se lo diga. Tenía noticias de que Suiza es así, pero también
tengo entendido que es un país caro, muy caro...
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Hil.
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Bueno, esto de caro o barato es
relativo y subjetivo. Relativo porque depende del caudal de la cuenta
corriente del individuo, y subjetivo porque a alguno le parece caro pagar
5 euros por un café y no les da cargo
de conciencia gastarse 300 o 400 en una entrada para los toros en la reventa.
Pero sí, para la mayoría de nuestros coterráneos, es caro.
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Seb.
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Y, qué ha visto usted?
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Hil.
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Mucho, he visto mucho: ciudades:
Zurich, Lucerna, Berna, Friburgo, Montreux y Ginebra; media docena de
pequeños y encantadores pueblos; las cataratas de uno de los grandes ríos de
Europa, el padre Rin; y he subido a dos grandes montañas: Panplatten a más de
2.200 m. de altura y a Jungfrau a casi ¡3600!
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Seb.
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¡Menudo periplo!
Y, dígame, ¿las cosas de cultura?
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Hil.
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No he tenido ocasión de asistir a
espectáculos, pero la cosa cultural tiene buena pinta. Piense usted, Don
Sebastián, que en Suiza han residido, y viven, grandes artistas e
intelectuales: pintores, literatos, músicos … No olvide que es un país rico y
que no sufrió los desastres de la guerra mundial. Y la cultura, al menos la
cultura “elaborada”, no la popular, suele estar muy cerca de vil metal.
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Órgano de la Catedral de Lucerna |
Tienen ópera, conciertos y grandes
festivales de música clásica, en teatros y al aire libre, fiestas donde no
desprecian lo tradicional, sino que lo conservan y lo potencian, música para
los jóvenes … Y, música en las iglesias; en casi todas las que he entrado
había alguien ensayando en el órgano para un recital.
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Seb.
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Me alegro por ellos, como es natural.
Pero no tendrán zarzuela.
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Hil.
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Ellos no, pero nosotros sí.
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Seb.
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¡Hombre, Don Hilarión! Ya sé que
nosotros tenemos zarzuela.
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Hil.
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No, no. Lo que digo es que en el
repertorio zarzuelero hay, por lo menos, seis zarzuelas relacionadas con
Suiza.
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Seb.
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¡No me diga! ¡Seis zarzuelas suizas!
No tenía la menor idea.
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Hil.
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Ni usted, ni la mayoría de los
aficionados.
Mire. Al contemplar los maravillosos
paisajes alpinos, las verdes praderas que escalan las montañas en pendientes
inverosímiles, esos bosques impenetrables en los que de seguro habitan nomos
y druidas, las montañas de nieves
perpetuas, los pacíficos lagos y los
pueblecitos que parecen de juguete, me dije:
buenos lugares para ambientar una zarzuela. Y me puse a buscar.
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Seb.
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¿Y…?
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Hil.
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Y encontré media docenita. Una de las más antiguas, El cervecero, obra cómica en dos actos
escrita por Guillermo Perrín y Miguel de Palacios, con música de Quinito
Valverde; se estrenó el 14 de agosto de 1892, en el Teatro Tívoli, de
Barcelona.
Otra zarzuela es El palacio de cristal, escrita por José Jackson Veyán y Jacinto
Capella, con partitura de Tomás López Torregrosa. Se estrenó en el Gran
Teatro, de Madrid, el 21 de enero de 1907, y cuenta las peripecias de una pareja
de enamorados del pueblo de Altdorf, en el cantón de Uri, en la Suiza
alemana, que son confundidos con unos famosos artistas. La interpretaron los
inolvidables Loreto Prado y Enrique Chicote que obtuvieronn un éxito
destacado.
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Seb.
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¿Y la tercera?
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Hil.
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La
siguiente fue definida por la revista Comedias
y comediantes como “una zarzuela para señoras, culta, ingeniosa,
agradable, muy fina, digna”. Se trata de La
suerte de Isabelita, obra cómica en un acto, firmada por Gregorio
Martínez Sierra, aunque escrita por su mujer María Lejárraga, como usted
sabe. La música la compusieron Gerónimo
Giménez y Rafael Calleja y se dio a conocer en Apolo, el 5 de mayo de 1911.
Isabelita es una fantasiosa obrera de un taller de flores artificiales que
resulta agraciada con un importante premio de la lotería. Mientras le dura el
dinero, vive una especie de sueño, donde encontrará el verdadero amor, con el
que posteriormente, agotado su capital, se comprometerá. Los cuadros II y
III, se desarrollan en Suiza.
De La vaquerita y de ¡Colibrí!
solo sé que desarrollan en el país helvético, así, en general, la primera y
en Saint-Moritz, la segunda. La
vaquerita, título que ya nos sitúa en las montañas suizas, fue escrita
por Luis Fernández de Sevilla y Anselmo Cuadrado Carreño, y estrenada en
Apolo el 27 de octubre de 1924; la música la firmó Ernesto Pérez Rosillo. ¡Colibrí! es una “historieta
cómico–lírica–vodevilesca”; en dos actos con letra de Joaquín Vela y José
López Campúa y música de Ernesto Pérez Rosillo. Se dio a conocer el 19 de abril
de 1930, en el Teatro Romea.
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Seb.
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Dijo usted seis, ¿Cuál falta?
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Hil.
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La más importante, la de mayor fama,
una obra que se representó cientos de veces. Se trata de El reloj de Lucerna, drama lírico en tres actos, escrito por
Marcos Zapata con música de Pedro Miguel Marqués. Se estrenó el 1 de marzo de
1884 en el Apolo madrileño y sitúa su acción en Suiza, a mediados del siglo
XVII, cuando, según el argumento, el cantón de Lucerna, traicionado por su
"avóyer" pierde sus fueros y vuelve a caer en la servidumbre. El
tirano manda retirar, del carillón de la torre de la ciudad, el viejo himno
de la libertad y sustituirlo por su "marcha personal". Al escuchar
las notas del nuevo himno, los siervos se alzan contra el usurpador.
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Seb.
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¡Qué barbaridad! Es usted una enciclopedia
zarzuelera andante.
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Hil.
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¡Hombre, no tiene importancia!
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Seb.
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Y, dígame, Don Hilarión, ¿Cómo son
estas obras?
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Hil.
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Ahí sí me ha pillado usted, querido
amigo. No lo sé. No lo tome como inmodestia, pero creo que nadie lo sabe;
seguramente el último que escuchó alguna de ellas está ya en … Usted ya me
entiende
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Seb.
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Ya, ya. En la Almudena o en alguna
otra sacramental.
Y, dígame, ¿qué podríamos hacer para
conocer estas zarzuelas; alguna, por lo menos?
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Hil.
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¿Nosotros? … Se me acaba de ocurrir …
Como de nuestras autoridades y
responsables culturales, nada podemos esperar (ya sabe usted que no les
interesa la zarzuela, quizá porque más zarzueleros que ellos …).
Se me ocurre, le decía, dar un garbeo
por las tierras helvéticas y plantearles asunto a alguien de allí, lo mismo
les interesa. Tenga usted en cuenta que algunos españoles tienen allí buen
crédito … Ya me entiende…
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Seb.
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¿Admite usted compañía? Me ofrezco a seguirle
en calidad de lo que sea… compañero, servidor, esclavo …
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Hil.
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¡Por Dios, Don Sebastián! Si la idea adquiere
consistencia sólida, es decir, si cuaja, iríamos como amigos. ¡Faltaba más!
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Seb.
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Pues vaya usted cerrando la botica,
que me veo disfrutando del queso y del chocolate.
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