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viernes, 2 de marzo de 2018

Meras excusas.



Pensamientos de un barbero.

Está poco menos que de moda algo que no sé hasta qué punto tiene el valor que le otorga, en general, nuestra sociedad. Estoy pensando en eso de “pedir perdón”. Desde lo individual a lo colectivo, la sociedad reclama a muchas personas, grandes y pequeñas, que pidan perdón. Con esto parece ser suficiente, se tranquilizan y acallan muchas conciencias, se calman muchas inquietudes, se olvidan muchas ofensas y delitos y hasta se perdonan actuaciones reprobables o delictivas.

Darle vueltas a esto del perdón me produce un cierto desasosiego. De una lado, si lo acepto, me siento un poco tonto; si lo rechazo, me parece que voy en contra de mi educación social más básica. Sospecho que la verdad estará en el punto medio.

En esto del perdón hay por lo menos dos puntos de vista distintos, dos ideas, dos conceptos y dos formas de actuar: una cosa es pedir perdón y otra otorgar perdón. Es probable que la segunda idea esté algo más clara, siempre que quien perdone sea el ofendido y no otro. ¿Tiene sentido y valor el perdón de un colectivo a un terrorista, si no lo otorga la víctima directa o quien legítima, e incluso legalmente, la representa?  Si consideramos que incluso los delitos contra un individuo único tienen cierta trascendencia social, ¿debe la sociedad perdonar al delincuente y dejarlo sin castigo, sin que la víctima esté mínimamente conforme?

Esto de pedir perdón no parece difícil, son sólo dos palabras y pronunciarlas puede traernos grandes beneficios. Si el criminal pide perdón puede conseguir la libertad o que la justicia sea con él menos rigurosa; si el ladrón pide perdón, quizá no se le exija reintegrar todo lo robado (esto y los “acuerdos judiciales”, ¿no tienen ciertos puntos de contacto?); si el mentiroso pide perdón, puede que volvamos a confiar en él sin reservas. Todo esto puede ocurrir, si ese perdón se pide con una puesta en escena adecuada, aduciendo detalles básicos: desconocimiento (“yo no sabía …”), errores de apreciación (“me parecía que …”), intencionalidad positiva (“esperaba beneficiar a la sociedad …”). Añádase la posibilidad de culpar a los demás (“no he sido entendido …”) y se entenderá que un buen montaje influye. ¡Quién lo duda!

Cuando uno piensa en esto de pedir perdón, se da cuenta de que hay otros casos y no sólo el de que quien comete un error o delito lo haga. Está el tema de que otros pidan perdón por algo que no hicieron y de lo que es discutible que sean responsables. Es el caso de colectivos a los que se le reclama que pidan perdón por algo que hicieron otros miembros de ese colectivo o, incluso, de individuos que alguien asocia con ese colectivo. Esto está muy de moda, sólo parcialmente, claro está, pero ¿para qué sirve?. Que la Iglesia Católica pida perdón hoy por los errores, delitos o barbaridades cometidas por alguno de sus miembros hace cincuenta, cien o doscientos años, tiene el mismo sentido que pedir a los italianos de nuestro tiempo que pidan perdón por las tropelías de las legiones romanas hace … dos milenios. ¿Por qué la derecha actual ha de pedir perdón por las barbaridades cometidas por la derecha en una guerra, si la izquierda actual no pide perdón por las barbaridades cometidas por la izquierda en esa misma guerra? ¿No se busca con estos perdones humillar a ciertos colectivos? ¿Por qué no se exige que pidan perdón grupos que, ahora mismo, están cometiendo delitos o barbaridades? Grupos que, por ejemplo, no respetan a la mujer, a los que no piensan como ellos, a los que creen en un dios distinto, a los que son de otro color …

Pedir perdón es fácil a pesar de todo. Mucho más difícil debería ser otorgarlo. ¿Estamos seguros de que quien lo pide se arrepiente y está dispuesto a corregirse? ¿Van a devolver lo sustraído los ladrones? ¿Olvidarán sus ideas criminales los asesinos? ¿Hemos de conformarnos con que el colectivo señalado pronuncie la palabra perdón? ¿Nos lo creemos? ¿Confiamos en ellos o seguimos  mostrándoles animosidad, prevención, e incluso odio?

Esto de pensar en cosas serias no es fácil. Quizá por eso no lo hace todo el mundo. Pero veo abrirse la puerta de la barbería: viene un cliente. Tendré que dejar de pensar y atenderle.  Y ustedes perdonen por lanzar tantas preguntas en el aire.

Lamparilla

 (Todo esto es consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).

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