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sábado, 2 de febrero de 2019

¿Ilusión o espejismo?



Los protagonistas (Foto. T. Zarzuela)

El sueño de una noche de verano. Ópera cómica en tres actos. Texto de Patricio de la Escosura. Música de Joaquín Gaztambide.
Intérpretes: R. Lojendio. B. Díaz. S. Ballerini. L. Cansino. J. Franco.
Equipo técnico y artístico. Escenografía: Nicolás Boni. Iluminación: Albert Faura. Vestuario: Jesús Ruiz. Dirección de escena: Marco Carniti. Coro Titular del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección musical: Miguel Ángel Gómez Martínez. Teatro de la Zarzuela, de Madrid, 31-1-2019.

Con esta nueva producción, el equipo directivo del Teatro de la Zarzuela sigue la senda de recuperar títulos importantes que están absolutamente olvidados. Trata de cumplir así uno de los objetos principales de su estatuto. El sueño de una noche de verano, estrenado el 21 de febrero de 1852, hace 167 años, es un buen candidato. El problema, a mi juicio, es que la producción del “sueño” que hemos tenido ocasión de ver y escuchar, más nos parece espejismo, pues toda la parte hablada es de nueva creación, cambiando localizaciones, argumentos, personajes, textos…; sólo queda del original, la música. Esta es una práctica habitual en los tiempos que corren, discutible y discutida, que no es momento de analizar pero que nos priva de conocer una parte importante de cualquier zarzuela: el trabajo original del escritor.
En esta ocasión el resultado ha sido largo, complejo y hasta enrevesado en algunos momentos.  La consecuencia se ha traducido en una palpable frialdad del público, al que no ha gustado la palpable diferencia entre el lenguaje hablado y el cantado. Tampoco han dado resultado comentarios (chistes, que se decía antes), ya sabidos, casi rutinarios, ni el retrato de algunos personajes que ya resultan tópicos.  Algunos espectadores abandonaron el teatro en el descanso, creo que más decepcionados que molestos. 
Escena de la nueva producción (Foto. T. Zarzuela)
Lo dicho a propósito del arreglo no debe velar nuestro juicio a la hora de comentar el trabajo de la realización y de la interpretación del evento.  La escenografía, responsabilidad de Nicolás Boni, es atractiva, monumental y bien realizada, aunque la barra del bar esté fija incluso en las ensoñadoras escenas de bosque. El vestuario, diseño de Jesús Ruiz, es excelente, tanto el de los figurantes como el de los solistas.  El movimiento escénico, con muchos personajes, resulta ágil y rápido; aunque a pesar de su dinamismo no puede ocultar la fatiga de un espectáculo largo y hasta tedioso.
La parte musical es la triunfadora del espectáculo, no sólo porque los mimbres sean buenos (Gaztambide es uno de nuestros grandes compositores de zarzuela, aunque no tenga hoy el predicamento que debería), sino porque en su realización se emplearon con entusiasmo todos cuantos intervinieron.
La soprano canaria Raquel Lojendio, como la Princesa Isabela Tortellini, mostró su bella voz, su oficio y resolvió sin problema alguno su papel.  Beatriz Díaz, soprano asturiana, dio vida a Olivia de Plantagenet, amiga y confidente de la princesa. También estuvo a la altura en sus intervenciones; ambas consiguieron el aplauso en el dúo que abre la representación, tras el preludio.
Los papeles principales masculinos estuvieron a cargo de Santiago Ballerini, tenor bonaerense, de voz agradable, redonda y con cierto carácter lírico; fue Guillermo del Moro, guionista de cine, trasunto de Shakespeare. Luis  Cansino, madrileño de nacimiento aunque se siente gallego, representó el personaje de Juan Sabadete (Sir John Fálstaff), con dinamismo, energía y convicción.  Los actores Jorge Merino y Pablo Vázquez, pusieron en pie sus roles con gran profesionalidad. El primero fue el Director General de Cinematografía y Teatro de España (dicho esto de España siempre con un remarcado e innecesario retintín buscando ridiculizar el personaje); el segundo fue Don Liborio, Barón de Brisa, noble español, presentado como un aprovechado vividor. Los dos se movieron con mucha energía y sacaron adelante sus personajes. 

El coro titular, como es habitual, preparado por Antonio Fauró, sonó muy bien; homogéneo, con un bonito color, afinación y redondez. La orquesta fue protagonista principal, gracias a un planteamiento y ejecución directoral excelente, llevada por el granadino Miguel Ángel Gómez Martínez, con eficacia y sentido artístico. Se escucharon detalles atractivos, se destacaron colores (muy bien las siempre difíciles trompas) y, lo más importante, al servicio permanente de las voces
Vidal. Hernando

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