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sábado, 7 de septiembre de 2019

Ni empresas ni entidades: Personas.


Hace algún tiempo se conoció una escandalosa noticia: los directivos de una conocida ONG gastaron una cantidad de dinero no especificada pero importante, en juergas y prostitutas en Haití, el país más pobre del mundo y uno de los más castigados por los desastres naturales.

Por desgracia, esto de que alguien abuse descaradamente de un puesto en una entidad, organización o empresa, no es nuevo. Diría más, es muy viejo. Y lo peor de todo, en muchos casos está admitido socialmente. Las comilonas, los viajes, los lujos, los sueldos y remuneraciones estratosféricas, los privilegios y toda suerte de prebendas, no generan tanta indignación como lo que tiene que ver con el sexo.
La reacción del mundo ante el hecho que motiva esta reflexión,  se tradujo en una indignación generalizada, aireada por los medios de comunicación. Comentaristas, contertulios, “expertos” (muchas veces no se sabe en qué) y toda clase de gentes levantaron el dedo acusador contra estos individuos.
Sin apenas tiempo para respirar, surgieron noticias sobre comportamientos similares en otras facciones de la misma ONG y de otras. El velo de la indignación cubrió el planeta. Volvieron las habituales reacciones viscerales, gobiernos que amenazan (¡!) con retirar las ayudas económicas a las organizaciones implicadas; socios, colaboradores y demás que retiran sus donativos … Y todo, sin pensar que en estas entidades hay personas serias que hacen su trabajo con profesionalidad y ética, que entregan su tiempo desinteresadamente para ayudar a otras personas, que ponen en práctica la solidaridad, el cariño, la justicia social, incluso la caridad, palabra que no tiene hoy buena prensa entre algunos colectivos.
Estas personas son más numerosas que los sujetos indeseables que roban y se aprovechan y que no merecen nuestro apoyo, de ninguna manera. Los indeseables, además de beneficiarse del trabajo y esfuerzo ajeno son los responsables de que nosotros, que tenemos una equivocada y peligrosa tendencia a la generalización, cometamos el error –frecuentísimo– de confundir a un individuo con un colectivo: Que un guardia civil o un policía comente un delito, enseguida acusamos a la Guardia Civil o a la Policía; que un empleado de banca nos engaña, nos falta tiempo para señalar a su Banco, incluso a una entidad superior, la Banca; que un concejal o un diputado se comporta indignamente, rápido afirmamos que los Políticos son unos sinvergüenzas; que un sacerdote abusa de alguno de sus feligreses … la Iglesia es …  ¡¡Qué poco nos cuesta generalizar!! Y meter en el mismo saco a los garbanzos negros y a los que hacen un guiso sabroso y saludable.
Muchas veces un comportamiento infame surge al calor de estructuras sociales que quizá han sido creadas por individuos perversos, con la única finalidad de beneficiarse.  Estoy pensando en esas “cosas” que llamamos  entidades, organizaciones, sindicados, corporaciones, partidos políticos, parlamentos, empresas … En esas entelequias dirigidas por quienes en ellas se parapetan cuando las cosas no salen como les interesa. Pienso en algunos casos: el director que propone el despido de trabajadores porque la empresa no va bien (a veces a causa de sus errores) y, al mismo tiempo, se sube el sueldo.
Los ejemplos pueden ser numerosos. Y el corolario es sencillo: empresas, entidades, organizaciones, partidos, etc., son entres intangibles, aunque esto no debería importarnos. Lo que ha de interesarnos son las personas, porque son ellas las que hacen los trabajos difíciles, las que ayudan a los desarraigados, las que consuelan a los desesperados, las que aportan su dinero, su tiempo o su trabajo, a las causas nobles y humanas.  Cuando llamamos personas a quienes roban, engañan, defraudan nuestra confianza o se comportan de manera socialmente reprobable, nos equivocamos,

Es muy posible que estos pensamientos de barbero resulten generalizaciones excesivas  o radicales y no sean aplicables a todos los colectivos. Pero, piénselo ustedes: ni todos los andaluces son vagos, ni todos los catalanes ahorradores, ni todos los madrileños chuletas improductivos.
Lamparilla
(Todo esto es consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre)

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