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domingo, 19 de mayo de 2013

LA VIÑA DEL SEÑOR




Filosofías de barbero.


No sé si a ustedes les ocurre, pero con frecuencia recurrimos a frases hechas para justificar un razonamiento o confirmar una idea. Suelen emplearse estas expresiones de manera adecuada, es decir, explican lo que se pretende o demuestran lo que se sostiene. Sin embargo, no siempre analizamos la frase en cuestión. Se utiliza porque es de gran ayuda para  reforzar la comunicación, y basta. Pero se dan casos en que siendo correcto el significado que le damos, no lo es tanto el de la frase en sí misma.

Pensemos en la expresión “de todo hay en [o tiene la] viña del Señor”, que viene a significar que lo bueno y lo malo suelen estar mezclados, que virtudes y defectos van de la mano, y con la que solemos dar por válida la existencia de alguien o algo inconveniente o impropio del entorno al que pertenece. Por ejemplo, si en un grupo altruista y filántropo descubrimos a alguien que detrae fondos o recursos para su exclusivo beneficio, decimos que “de todo hay en la viña…” Si en una manifestación de gentes pacíficas se destaca un energúmeno antisocial, lo justificamos con un condescendiente “es que siempre tiene que haber de todo en la viña…”

No debería ser así. En una viña lo que debe haber son vides. Fíjense ustedes cuando tengan ocasión de viajar, en esos cuidados viñedos bien arados que esperan la caída de la lluvia vivificadora, con la tierra removida y esponjosa, limpios de matojos y malas hierbas, con las cepas perfectamente alineadas que elevan al cielo buscando el sol las pocas ramas que les dejó el experto podador. ¿No da gusto verlos? ¿No tranquiliza la simetría de sus líneas que parecen moverse al tiempo que nos movemos nosotros? ¿No les da la impresión de que de ahí sólo puede salir un buen vino?

Por el contrario, esas viñas llenas de hierbas de todas clases que cubren una tierra plana y dura incapaz de retener el agua cuando llueva dejándola correr sin aprovechamiento. Esas cepas rodeadas de pequeñas plantas trepadoras que se agarran a su tronco y vencen sus ramas, haciéndolas caer a tierra. Esas vides que terminarán embravecidas y estériles. ¿No dan sensación de abandono, de tristeza? ¿No será su vino un líquido vasto y grosero? ¿No fructificará en una uva raquítica, arrugada con más pellejo que pulpa?.

No, creo que no. La viña debe estar limpia y es responsabilidad de su dueño encargarse de que así sea, de proporcionar los cuidados que necesite, de ararla a su tiempo, de vigilar su desarrollo, de velar por su salud.

Y ¿qué hacer con esas cepas bravías e infecundas? Quizá dejarlas en manos de un experto viticultor. Él sabe lo que conviene. Muchas de ellas podrán ser salvadas, injertándolas. ¡Es sorprendente cómo una pequeña púa puede transformar el fruto de una cepa vigorosa y recia, pero asilvestrada!

 Lamparilla

 (Todo esto es consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).

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