Don SEBASTIÁN. Buenas tarde, Don Hilarión.
Don HILARIÓN. Buenas tardes, Don Sebastián.
SEB. ¿Qué, me lo cuenta, o no me lo cuenta?
HIL. ¿Qué le tengo que contar? ¡No le entiendo!
¿Cómo sabe usted que quiero contarle algo?
SEB. ¡Por Dios, Don Hilarión! ¡Si lo trae usted
escrito en la faz!
HIL. ¡Qué barbaridad! ¡Y qué pupila se gasta
usted, querido amigo!
SEB. ¡Pues claro! ¡Lo que a mí se me escape! Desde
que le he visto dar la vuelta a la esquina, le he calado. Y me he dicho:
“Sebastián, Don Hilarión viene deseoso de contarte algo” ¡Y algo gordo! … ¡Lo
que a mí se me escabulla!
HIL. Y, ¿cómo es usted, tan “premonitorio”?
SEB. ¡Don Hilarión! No olvide que soy tendero casi
desde que prescindí de la dentición láctea. Llevo tantos años de cara al
respetable, que en cuanto veo entrar en mi tienda a una dama, sé si va a
comprar algo o sólo a mirar y matar el tiempo,
HIL. ¡Qué
habilidad! No le conocía yo esa faceta. A mí no me pasa lo mismo, y mire usted
que llevo en la botica casi tantos años como los que dicen que vivió Matusalén.
SEB. Hombre, Don Hilarión, perdóneme, pero su
circunstancia, que diría el filósofo, y la mía, son distintas.
HIL. ¡No me diga!
SEB. Le digo. Mire usted, a mi tienda vienen
muchas mujeres a ver trapos, a enterarse de lo que es moda o no, a cotillear…
¡A mirar!, solamente a mirar y sin intención alguna de dejarse los cuartos en
el mostrador. A su botica, dese usted cuenta, no va nadie a mirar si están de
moda los calomelanos, o los parches porosos. A usted nadie le pregunta si la
penicilina es mejor que la estreptomicina y si los purgantes van mejor con el
tono de piel. En su botica, los clientes entran, le dan a usted un papel
escrito con letra jeroglífica, y nada más.
HIL. ¡Cómo lo sabe usted! Ya lo dice el sainete:
“Tiene razón, Don Sebastián, tiene muchísima razón”,
SEB. Pero dejemos a un aparte las habilidades
sicológicas comerciales de cada cual, y confiéseme eso tan importante que está
usted ansioso por contarme.
HIL. Pues allá va. La cosa es que al fin se canta
la gloria.
SEB. Ya, ya. Es decir, que a todo cerdo le llega…
HIL. Hombre, Don Sebastián. No me parece que esa
expresión de la sabiduría popular venga al caso con lo que quiero contarle.
SEB. ¡Pues, cuente, hombre de Dios, cuente! ¡Y
déjese de refranes, proverbios o aforismos! Y descubra el secreto, de una vez.
HIL. Sea. Pues que dentro de ocho o diez días se
estrenará la zarzuela Policías y
ladrones.
SEB. ¡Me deja usted de piedra! Ya era hora: A la
tercera va la vencida, más vale tarde que nunca.
HIL. Ahora es usted es que se ha puesto refranero.
SEB. Es cierto, perdone. Es por el entusiasmo;
cada vez que me dan una buena noticia, en lugar de dar saltos de alegría, o
ponerme como unas castañuelas, me da por enjaretar dos o tres dichos populares
para manifestar mi exaltación.
HIL. Cada uno es libre… Pues sí, parece que por fin,
tendremos ocasión de asistir al estreno de una nueva producción del Teatro de
la Zarzuela que todo el mundo espera con ganas.
SEB. No me extraña. El personal está ansioso por
ver si hoy día la zarzuela puede continuar viva, si se puede hacer un
espectáculo lírico-teatral (esto quiere decir cantado y hablado, como usted
sabe) para continuar alimentando una tradición cultural con más de 400 años de
historia.
HIL. Entiendo la inquietud del respetable. Yo
también estoy nervioso y expectante. Tengo puestas muchas esperanzas en esta
prueba.
SEB. Pues tranquilícese, amigo, sosiegue ese
ánimo. Verá usted como todo sale bien y esos “guindillas y chorizos” dan
continuidad a los calmosos agentes de la autoridad y a los habilidosos y
despreeoupados ratas de nuestros tiempos jóvenes.
HIL. Bueno, bueno. No tengo muy claro que los
personajes vayan a ser como aquellos. Más bien parece que tiene que ver con
mangantes de guante blanco, con comisionistas, intermediarios o corruptos. No
sé detalles, porque no he tenido ocasión de leer el libreto, pero creo que la
obra va por ahí.
SEB. O sea, siguiendo la tradición. Lo entiendo
porque, y perdóneme que recurra otra vez al refranero, la estameña no
confecciona al clérigo, es decir …
HIL. Ya sé lo que quiere usted decir …
SEB. Pues eso.
HIL. Mire usted. Don Álvaro del Amo, es decir, el
libretista, es un hombre de prestigio literario, con experiencia como
guionista, novelista, dramaturgo y crítico musical. Él, junto con don Tomás
Marco, el compositor, han velado las armas de esta zarzuela durante más de ocho
años, teniendo que vérselas con enemigos poderosos.
SEB. Ya me lo imagino. Velar las armas, como Don
Quijote. Mire usted, Don Hilarión, le voy a confesar una cosa. En este país estamos tan rodeados de ladrones, encantadores, cantamañanas,
pintamonas y vividores a costa ajena, en general, que quien más y quien menos
tiene que velar sus armas y estar siempre alerta, por si los dípteros
voladores, es decir las moscas.
HIL. Pero, vamos. Ya le digo que yo tengo
esperanzas.
SEB. Veremos.
¿Y de la música? ¿Qué me puede usted decir de la música?
HIL. ¿De la música? ¡Qué quiere que le diga! ¡Que
es la combinación de los sonidos con el tiempo!
SEB. No me tome usted el pelo. Pregunto si
escucharemos romanzas, dúos, concertantes, mazurcas, valses, seguidillas …
Porque, don Tomás Marco tiene fama de ser un músico, ¡cómo diría yo,
“contemporáneo”. Y eso, pues que quiere que le diga… Para la zarzuela, …
HIL. ¡Quien sabe! Lo mismo don Tomás, como usted
le llama, nos sorprende. Antecedentes tenemos. Recuerde usted que la música de
nuestra Verbena de la Paloma, la
compuso un sesudo compositor, castellano viejo, director del Conservatorio,
autor de varias óperas, digamos “densas” … Y, mire usted, por donde nos salió
el salmantino …
SEB. Me está usted poniendo los dientes largos, y
los nervios como las alabardas de los vigilantes del Palacio de Oriente. Y,
otra cosa, ¿Qué es Policías y ladrones?
¿Una zarzuela, un drama, una comedia, un apropósito, una revista…?
HIL. Pues tampoco lo sé. Los autores la han
llamado “zarzuela contemporánea”. Aunque, para mí que es un “sainete”.
SEB. ¿Y eso? ¿Por qué piensa usted que es un
sainete”?
HIL. Porque si fuera de verdad, los personajes no
estarían a la luna de Valencia, sino en
el Gran Hotel de Carabanchel.
SEB. Don Hilarión, que ese “cinco estrellas” hace
tiempo que no existe.
HIL. ¡Ah, no! ¡Quizá por eso así nos va!
SEB. ¡No
se preocupe, Don Hilarión! Recuerde que tanto va el cántaro a la fuente…
HIL. Ya, ya, Pero ahora son de plástico…
SEB. Y
una última cuestión. Si la obra lleva escrita ocho años, y no se entrena hasta
ahora, ¿les pagarán a los autores derechos “de demora”.
HIL. ¡Ay, Don Sebastián!, ¡qué cosas tiene usted!