Pensamientos de un
barbero.
He estado de visita en el barrio
judío de una ciudad andaluza. ¡Qué belleza! Calles estrechas, rincones
escondidos, callejones, recovecos, trazados caprichosos, nada de rígidas
geometrías ni simétricos diseños, plazas recoletos donde crece una palmera,
curvas fachadas donde esconderse de mirada ajena el amor o la muerte.
Todo limpio, muy limpio,
impoluto. Casas de paredes encaladas que se adornan de vivos colores,
contrastes de albero. El barrio olería a limpio, a recién pintado, si no fuera
porque sus flores, muchas flores, mezclan sus aromas con el aire de un barrio
sin coches, en el que no hay prisas. Y en este barrio limpio ¡ni una sola pintada!. Ni una sola huella del
analfabetismo cívico de esos guarros que actúan con naturalidad y alevosía; sin
ninguna señal que identifique a quien más valía pasar sin nombre.
Mi barrio también es judío, o lo
fue. Hoy es una mezcla de gentes de varia procedencia, aunque casi todos, de
pobre condición. Nada que objetar a esta multirracialidad, pero mi barrio está
sucio.
Me da pena y rabia. ¿Por qué
estas calles que tanto han sufrido tienen que soportar la suciedad y la
desidia, en tiempo en los que se supone que somos más cultos, más maduros, más
civilizados, más democráticos, más solidarios…? ¿Quiénes son los responsables?
¿Por qué mis aceras tienen que
soportar manchas indelebles y eternas de chicles pisoteados? ¿O la podrida
humedad de sus rincones, convertidos en urinarios de emergencia? ¿O las
verduscas y corrosivas cagadas de las cada día más numerosas palomas? ¿He dicho
cagadas? Perdón, quizá debería haber escrito “deposiciones” que es más
políticamente correcto.
¡Por qué las fachadas de las
casas están pintarrajeadas con toda clase de figuras, símbolos, siglas,
proclamas, anuncios, mensajes, … que llaman grafitis? ¿A quién se le ha
ocurrido llamar a esto “arte” y pedir, en consecuencia, que se conserve. ¿Arte?
¿Arte urbano? ¡Miren en el diccionario lo que significa “urbano”.
¿Con permiso de quién guarrean la
estética de la propiedad privada? ¿Por qué muchos rincones hieden a orines?
Cada día son más las calles que
no se limpian a escoba o cepillo, en su lugar, el personal del servicio de
limpieza (cada vez se usa menos la palabra barrendero y mucho menos la de
manguero) utiliza unas máquinas sopladoras, horriblemente ruidosas y molestas,
que mueven la suciedad de un lado a otro, levantando el polvo que se adhiere,
desesperado, a los coches y a los bajos de las fachadas. El soplador (¡a nadie
se le ocurra llamarle soplón!) trata de amontonar la suciedad y otro sujeto la
recogerá.
Ese otro individuo, viene
caballero en un cochecito que aspira la porquería. ¡Qué juguete! La máquina
anda hacia delante y hacia atrás, como un baile, gira en un espacio pequeñísimo, casi en un
ladrillo, como el chotis. Y hasta lo hace con gracia. Pero, ¡ay!, hay lugares
donde la maquinita no llega.
Ya no se baldean las calles ni se
mojan con aquellas potentes mangas cuyo poderoso chorro tenían que sortear los
últimos noctámbulos de la ciudad. Nuestros niños han olvidado aquella letanía
provocadora: la mana riega, que aquí no
llega …
Ahora, tenemos unos
camiones-cisterna que sueltan, a voluntad del conductor, unos potentes chorros
de agua que entorpecen el tráfico, salpica los coches y no moja toda la calle,
porque los chorros de agua han de ser interrumpidos con frecuencia. El
resultado del paso de esos camiones es una media limpieza.
No estoy tan seguro de que las
mejoras en las condiciones de trabajo de estos obreros (empleados) mantenga la
eficacia de su labor. Pero no es ese el problema. La causa es que mucha gente es guarra. Hay
quien la llama incívica o desconsiderada, pero su nombres es guarra, puerca, …
No sé si faltan normas o castigos
serios a quienes las transgreden. Pero está claro que si se ensucia y no se
limpia …
Lo siento mucho, pero no doy el
nombre de la ciudad porque no quiero dar pistas a esos guarros incívicos e
impresentables sobre que hay una ciudad bellísima y limpia. ¡Al enemigo no se
le pueden dar pistas!
Lamparilla
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