Seb.
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¡Buenos días, Don Hilarión!
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Hil.
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¡Buenos días, Don Sebastián!
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Seb.
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Le veo a usted preocupado. ¿Le pasa algo?’
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Hil.
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¡Qué observador es usted, Don Hilarión! Vengo con la
cabeza agachá; la vista, a los
adoquines; la musculatura facial, encogía,
y las manos, a la espalda, como Napoléon…¿Y me pregunta que si me pasa algo?
¡¡¡Pues, claro!!!
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Seb.
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Y debe ser gordo, porque está usted más tenso que la
prima.
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Hil.
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¿Qué prima?
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Seb.
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La de la guitarra, hombre, la de la guitarra.
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Hil.
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No se burle, usted, hágame el favor.
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Seb.
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De acuerdo, de acuerdo. Sólo pretendía relajar el
encuentro, suavizar la tensión, distender nuestra charla.
Pero, dígame, amigo mío. ¿Puede saberse qué es eso tan
grave que le preocupa?
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Hil.
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Verá usted, Don Sebastián. Tengo un problema grave,
bastante grave.
Esta mañana, a eso del mediodía, minuto más, minuto menos,
entró en la botica la
Encarna; ya sabe usted,
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Seb.
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¿La
Encarna? Pues ahora mismo no caigo.
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Hil.
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Sí, hombre, sí. la Encarna.
La que vive dos casas por encima de la suya, aunque debía
trasladarse a la calle de Alcalá, porque está como para exponerla en Bellas
Artes.
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Seb.
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¡Ah! Ya sé quién dice usted. ¿Y está enferma?
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Hil.
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¿Enferma? ¡Quiá! Sana y muy sana. Tiene unos principios
vitales más equilibraos que el
“debe” y el “haber” del Banco de España.
Pues, como le digo. Vino a la botica y con una voz
delicada y un poquito tímida me dijo:
-
Don Hilarión, vengo a pedirle a usted un favor.
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Seb.
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Y a usted casi se le desborda el torrente sanguíneo.
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Hil.
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Pues claro. Pura ciencia. Ya lo sabe usted: el principio
de la acción y la reacción. Pero, sigo.
-
Vengo a pedirle un
favor, dijo. Verá usted. Hace unos días me han nombrado presidenta del
AMPA del colegio del barrio.
-
¿Del “ampa”,
-respondí escandalizado y sorprendido. ¿Es que ha llegado la
delincuencia a los colegios.
-
¿Qué dice usted?, me dijo ella, con los ojos como
platos.
-
Hombre, perdón, mujer –dije yo– . Eso del “ampa” me
suena a mafia, a camorra, a cosa nostra…
-
¡Que no, Don Hilarión, que no!, me dijo ella,
lanzando una carcajada. El AMPA no es lo que usted piensa, sino el nombre
resumido de la Asociación
de Madres y Padres de Alumnos.
-
¡Acabáramos!, respondí. ¡Haber empezado por ahí!
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Seb.
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Ya me extrañaba. ¿Y el favor?
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Hil.
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Ahí voy. Me dijo: Usted sabe que en el AMPA organizamos
actividades para que los niños se
entretengan, se diviertan y aprendan alguna cosa que no enseñan los maestros.
Y yo he pensao que, como usted es
el que más sabe en el barrio de zarzuela, podía darle a los muchachos unas
nociones, para que conozcan algo de ese arte tan nuestro. Porque, mire usted,
me dijo, en la escuela, les enseñan a leer, a escribir, las cuentas, y muchas
cosas … que si las capitales, los ríos y las montañas del mundo, que si
historia antigua, que si los romanos, o los moros … Pero de lo nuestro, de
nuestra música, de nuestra zarzuela, … ná de ná.
Y así están los chavales, que les habla usted de El rey que rabió y creen que Don Juan
Carlos tiene un dolor de muelas. O les mienta usted La revoltosa y creen que es un refresco. Y si les suelta usted,
de sopetón: Chueca, Barbieri, Chapí o Bretón, se quedan como alelaos.
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Seb.
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¿Y, usted, qué hizo?.
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Hil.
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Que había de hacer: claudicar, rendirme. Ya conoce usted
mi debilidad por la zarzuela.
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Seb.
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Y por las féminas.
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Hil.
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Bueno, … también. Total, que la Encarna se fue más
contenta que unas Pascuas. Yo entré en la rebotica buscando un bebedizo
apropiado y mientras mis nervios descansaban por el efecto relajante del
narcótico, pensé: En qué lío te has metido, Hilarión. De esta no te sacan ni
tus dos mejores amigos: Ramón y Cajal.
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Seb.
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Así que una charlita para niños. Pues no veo el problema.
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Hil.
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¿Cómo que no? Los niños son el público más difícil. Lo
dice todo el mundo. Conseguir su atención y mantener su interés, es muy, pero
que muy complicado.
Mire usted y perdone la inmodestia. Yo podría dar una
charla de zarzuela, qué digo una charla, una conferencia o una clase
magistral, a bachilleres, universitarios, licenciados, intelectuales … y
hasta a una compañía de legionarios. Pero, ¡a niños!
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Seb.
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Es muy fácil. Sólo necesita usted dos cosas: volverse niño
y hacer lo que hace todo los días en la botica.
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Hil.
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¿Volverme niño? ¿Pretende que me ponga pantalones cortos?
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Seb.
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No, claro que no. Lo que quiero decir es que les cuente
usted las cosas con sencillez y naturalidad. Olvídese de conflictos
sicológicos entre los personajes; nada de intenciones político-sociales de
los protagonistas.
Muéstrele a los niños que en la fantasía del teatro todo
es posible. Podemos estar en la
Puerta del Sol, chascar los dedos y quedar a oscuras.
Cuando al instante siguiente vuelva la luz, estaremos en un país lejano,
exótico, en América, China, Oriente … Y sin tener que pedir pasaportes, ni
pagar billetes de tren o avión. Basta con la ilusión y la imaginación.
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Hil.
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¿Y usted cree que eso funcionará?
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Seb.
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Pues claro. ¡Pruébelo! Pida a los niños que cierren los
ojos e imaginen una playa tranquila, de fina y dorada arena, con unas
palmeras que protegen del sol. Hágales escuchar una música tranquila, suave,
delicada, o cántela usted mismo. Y verá como en sus caras se refleja la
felicidad.
Hágales escuchar un pasodoble o una jota, y verá cómo sus
cuerpecillos responden a los estímulos del ritmo.
Todo tiene que ser sencillo. No necesitan explicaciones ni
tecnicismos musicales, ni cómo hay que poner la garganta para que las voces
de los cantantes nos emboben y emocionen.
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Hil.
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Voy entendiendo. Hay que darles sólo lo que necesitan.
Pero, dígame, ¿y lo de la botica?
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Seb.
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Sencillo también, ¿Qué hace usted en la botica?
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Hil.
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Hombre, …
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Seb.
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Permítame que lo cuente yo: seleccionar, simplificar y
suavizar. Usted selecciona los elementos básicos que necesita, toma una parte
de cada uno y los mezcla como es debido. Luego los comprime, los “simplifica”
y los convierte en píldoras, que son muy sencilla de tragar.
Con las explicaciones hay que hacer lo mismo. No se puede
contar a los niños el argumento de una obra que, escrito, ocupa cuatro
páginas. Se aburren, se desconectan y les hemos perdido. Simplificar. Muchas
veces basta con decir “esto es una historia de amor entre dos jóvenes cuyos
padres no están de acuerdo”, o “esto es una historia de aventuras
fantásticas”, o este hombre es un pícaro, o aquella una mandona. La
imaginación del niño pondrá el marco y la propia zarzuela irá dibujando el
cuadro.
¡Ah, importantísimo. ¿Usted da a sus clientes la fórmula
de las medicinas que les prepara?
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Hil.
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Naturalmente que no.
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Seb.
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Pues haga lo mismo con la zarzuela. No descubra los
entresijos ni el final.
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Hil.
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¿Y lo de endulzar?
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Seb.
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Claro como el día. Estará usted conmigo en que casi todas
las medicinas tienen un sabor
horrible. ¿Qué hace el boticario? Añadir azúcar o sabores … cualquier cosa
que facilite la toma de la pastilla o el jarabe.
Pues haga usted lo mismo con la zarzuela. Añada anécdotas,
curiosidades, chismes … Mire usted, a los niños les impresiona más enterarse
de que el maestro Chapí pasó alguna noche durmiendo en un banco de la calle, que
saber que sacó un sobresaliente en contrapunto. Observe la cara de
incredulidad de los niños cuando les diga que Barbieri, de joven, emprendió
una gira por provincias con una compañía de zarzuela y como el negocio no
funcionó, tuvo que volver a Madrid … andando.
Si me lo permite, dígame: Si la zarzuela es entretenida,
casi siempre alegre, ¿por qué las conferencias tienen que ser pesadas y
aburridas?
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Hil.
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Muchos consejos y sugerencias. Buenos, sin duda, pero
tendré que asimilarlos.
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Seb.
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Vamos, ponerlos un poquito a macerar, como diría un
boticario.
¡Ah! El último truco.
Para cerrar la conferencia, y como el movimiento se
demuestra andando, pida usted a la
Encarna que suba al estrado. No podrá negarse, nobleza y
cargo obligan, y todo sea por los alumnos de la escuela. Y cuando esté a su
lado, cante con ella el final de El dúo
de la Africana,
y dígale con intención eso de “Vente conmigo a Aragón”.
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Hil.
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Dirá que no.
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Seb.
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Eso en la zarzuela. Pero en la vida real, ¡quién sabe! Y
los chavales reirán con ganas.
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