Pensamientos de un
barbero.
Hoy ha venido a arreglarse don
Tiburcio. Hombre maduro, casi pasado ya; de facha erguida, casi estirado;
presumido y listillo. En el barrio no hay tertulia o corrillo donde no deje
alguna sentencia lapidaria, sea cual sea el tema de que se trate. En realidad
es un personaje más bien superficial, pero en el país de los ciegos …
Hoy me ha contado que en este
país nuestro empieza a funcionar, con fuerza, el “blaq fridai”. A través del
espejo ha visto una expresión de sorpresa en mi cara (por su dureza al
pronunciar las palabras inglesas “black friday”, no porque yo desconozca su
significado). Pero él ha interpretado mi mueca como ignorancia. Y me lo ha
explicado.
Es el día en que en los Estados
Unidos de Norteaméríca comienzan las rebajas de Navidad. Nueva cara de sorpresa
(poner estas caras y callar unos segundos es lo mejor para que los parroquianos
sigan hablando). Imagínese –me dice– que una mañana a la puerta del colmao de la Trini, hay un gentío
acumulado que no se ve la acera de enfrente. Llevan ahí horas, aguantando el
frío de la noche y esperando que abran, porque como hoy, es un suponer,
empiezan las rebajas de la Trini,
serán sus mercancías más baratas.
Cuando va llegando la hora, la
masa informe de personas, se balancea de un lado a otro por los empujones, y
aprovechándolos, siempre hay quien gana una o dos posiciones. Cinco minutos
antes de la hora oficial de apertura, la Trini se acerca a la puerta y coloca una cuerda
en un extremo de la tranca que la cierra. Al cabo de un momento, levanta la
mano izquierda, totalmente abierta. A ese gesto responde la muchedumbre
gritando: ¡Cinco!, ¡Cuatro!, ¡Tres! … Al escucharse el ¡Cero!, la Trini tira con fuerza de la
soga, la tranca gira sobre el extremo fijo y la puerta queda libre un segundo.
¡Qué digo un segundo –me dice don Tiburcio continuando con su relato– ¡Una
milésima! ¡Un ná!
Empujado por la muchedumbre la
puerta se abre con violencia y por donde cabe una persona, entran cuatro o
cinco a la vez. Hubo incluso, una madre que colocó a su hijo sobre las cabezas
de la masa y, gracias al imparable movimiento de esta, el niño llegó enseguida
a la primera línea del mostrador.
¡Qué espectáculo! ¡Inenarrable!
Mire usted, señor Lamparilla; en poco más de una hora, el colmao quedó vacío
(ha visto –añadió el indivíduo– que juego de palabras: colmao–vacío).
Y, ¿cómo dice usted que se llama
esto en América?, le pregunto. “Blaq fridai!, contestó. Tomo nota, le dije, al
tiempo que terminaba mi tarea con él.
Cuando don Tiburcio se marchó,
orgulloso por haberme sacado de la ignorancia (a su entender, claro), quedé
pensando. Hay que ver estos americanos. Llamar a esto “black friday” cuando
deberían llamarlo el día de la marabunta, o ataque a las rebajas…
O, por lo menos, quitar eso de
black, que significa negro. Porque con lo que venden ese día, los vendedores se
ponen “morados”. Y nosotros tendríamos que ponernos “rojos” de vergüenza por
llamar a esta curiosa efemérides “blaq fridai”, como dice don
Tiburcio.¡Teniendo un idioma como el que tenemos!
Lamparilla
(Todo esto es
consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).
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