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martes, 20 de enero de 2015

EL CONDICIONAL



Pensamientos de un barbero.



Yo no sé quién inventó el lenguaje, quizá nadie lo sabe. Tampoco si lo hizo bien o no, pero tengo la impresión de que en algunos casos trabajó un poco a la ligera, pues el resultado es manifiestamente mejorable.

Estoy pensando en el tiempo del verbo que llamamos condicional y en las palabras o frases que suelen acompañar a esa idea, cosas como “hay que”, “habría”, “deberíamos” …

Vayamos por partes. Un verbo expresa acción, eso es lo que nos han enseñado desde siempre y es verdad. Acción presente, pasada o futura. lo condicional no es acción; puede llegar a serlo o no; es algo inconcreto, quizá ocurra, o ¡vaya usted a saber! … Lo más curioso del caso es que lo condicional esconde, con mucha frecuencia, una orden imperativa o una mentira manifiesta. Repasen ustedes conmigo algunas frases condicionales.

“Deberíamos plantearnos el problema”; pues claro, de otro modo nunca se sabrá si tiene solución o no.  La técnica de dejar que las cosas se resuelvan solas te puede beneficiar, pero no podrás enorgullecerte de haber solucionado la papeleta.


“Tendríamos que decidir si pasamos las vacaciones en la playa o en la montaña”; espabila que te quedas sin hotel.

“Sería interesante que empresarios y sindicatos pactaran un buen convenio laboral para ambas partes”; ¡vaya descubrimiento!

“Cuando la coyuntura lo permita, revisaremos las pensiones”; largo me lo fiáis, ¡y no me fío!

“Si gano las próximas elecciones, bajaré los impuestos”; esto es un grandísimo ejemplo de  condicionalidad, ¡bien lo sabemos!

“Yo mejoraría la sanidad, la educación, la cultura, el bienestar del pueblo…, pero las fuerzas fácticas, los poderes ocultos no me dejan”; ¡qué pena!

A todas estas frases se pueden añadir muchas más que, permítanme el juego de palabras, condicionan la condicionalidad de lo condicional.

Lo condicional no lleva aparejado un tiempo de resolución; puede ocurrir dentro de un rato o al año que viene. Ahí van otros ejemplos:

“A  ver si nos vemos y tomamos unas copas”, decimos cuando no tenemos intención de volver a reunirnos ni compartir licores con el sujeto en cuestión (Cuando el otro conesta: “Sí, hombre, sí”, no está afirmando nada, es frase tan condicional como la otra).

“No te preocupes, en cuanto tenga todos los datos, te llamo”; ni tiene tu teléfono ni el suyo permite llamadas de salida.

Incluso frases tan afirmativas como “Tú déjame, que yo controlo”, sabemos que llevan una peligrosísima carga de condicionalidad.


Si encuentro un hueco en la agenda, quedamos; no tengo agenda ni una simple lista de tareas.

Podría seguir en cuanto estrujara un poco el cerebro, pero no me parece necesario: para muestra, basta un botón, solemos decir aunque la frase es poco afortunada.

Hay otros usos del lenguaje, asimilables a lo condicional, que tampoco me parecen muy elaborados; son las construcciones impersonales, como, por ejemplo, este caso: si su señora de usted dice: ”hay que bajar la basura!”, ¿qué quiere decir exactamente?;  o esta otra circunstancia: ”¿qué te parece, dice ella, si mi madre viniera de vacaciones con nosotros?”.  Pues eso, tiene usted toda la razón.

Me parece que todo esto es un razonamiento filosófico equivocado; el lenguaje en sí no es malo ni bueno, somos nosotros quienes lo utilizamos para bien o para mal, los que aplicamos sus palabras y herramientas adecuadamente o no. Lo condicional no es la lengua, somos nosotros. Y para muestra, otro botón: ¿cuántas veces he utilizado en este escrito formulas condicionales?

Lamparilla

(Todo esto es consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).

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