Pensamientos
de un barbero.
Yo no sé quién
inventó el lenguaje, quizá nadie lo sabe. Tampoco si lo hizo bien o no, pero
tengo la impresión de que en algunos casos trabajó un poco a la ligera, pues el
resultado es manifiestamente mejorable.
Estoy pensando
en el tiempo del verbo que llamamos condicional y en las palabras o frases que
suelen acompañar a esa idea, cosas como “hay que”, “habría”, “deberíamos” …
Vayamos por
partes. Un verbo expresa acción, eso es lo que nos han enseñado desde siempre y
es verdad. Acción presente, pasada o futura. lo condicional no es acción; puede
llegar a serlo o no; es algo inconcreto, quizá ocurra, o ¡vaya usted a saber! …
Lo más curioso del caso es que lo condicional esconde, con mucha frecuencia,
una orden imperativa o una mentira manifiesta. Repasen ustedes conmigo algunas
frases condicionales.
“Deberíamos
plantearnos el problema”; pues claro, de otro modo nunca se sabrá si tiene
solución o no. La técnica de dejar que
las cosas se resuelvan solas te puede beneficiar, pero no podrás enorgullecerte
de haber solucionado la papeleta.
“Tendríamos
que decidir si pasamos las vacaciones en la playa o en la montaña”; espabila
que te quedas sin hotel.
“Sería
interesante que empresarios y sindicatos pactaran un buen convenio laboral para
ambas partes”; ¡vaya descubrimiento!
“Cuando la
coyuntura lo permita, revisaremos las pensiones”; largo me lo fiáis, ¡y no me
fío!
“Si gano las
próximas elecciones, bajaré los impuestos”; esto es un grandísimo ejemplo
de condicionalidad, ¡bien lo sabemos!
“Yo mejoraría
la sanidad, la educación, la cultura, el bienestar del pueblo…, pero las
fuerzas fácticas, los poderes ocultos no me dejan”; ¡qué pena!
A todas estas
frases se pueden añadir muchas más que, permítanme el juego de palabras,
condicionan la condicionalidad de lo condicional.
Lo condicional
no lleva aparejado un tiempo de resolución; puede ocurrir dentro de un rato o
al año que viene. Ahí van otros ejemplos:
“A ver si nos vemos y tomamos unas copas”,
decimos cuando no tenemos intención de volver a reunirnos ni compartir licores
con el sujeto en cuestión (Cuando el otro conesta: “Sí, hombre, sí”, no está
afirmando nada, es frase tan condicional como la otra).
“No te
preocupes, en cuanto tenga todos los datos, te llamo”; ni tiene tu teléfono ni
el suyo permite llamadas de salida.
Incluso frases
tan afirmativas como “Tú déjame, que yo controlo”, sabemos que llevan una
peligrosísima carga de condicionalidad.
Si encuentro
un hueco en la agenda, quedamos; no tengo agenda ni una simple lista de tareas.
Podría seguir
en cuanto estrujara un poco el cerebro, pero no me parece necesario: para
muestra, basta un botón, solemos decir aunque la frase es poco afortunada.
Hay otros usos
del lenguaje, asimilables a lo condicional, que tampoco me parecen muy
elaborados; son las construcciones impersonales, como, por ejemplo, este caso:
si su señora de usted dice: ”hay que bajar la basura!”, ¿qué quiere decir
exactamente?; o esta otra circunstancia:
”¿qué te parece, dice ella, si mi madre viniera de vacaciones con
nosotros?”. Pues eso, tiene usted toda
la razón.
Me parece que
todo esto es un razonamiento filosófico equivocado; el lenguaje en sí no es
malo ni bueno, somos nosotros quienes lo utilizamos para bien o para mal, los
que aplicamos sus palabras y herramientas adecuadamente o no. Lo condicional no
es la lengua, somos nosotros. Y para muestra, otro botón: ¿cuántas veces he
utilizado en este escrito formulas condicionales?
Lamparilla
(Todo
esto es consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).
No hay comentarios:
Publicar un comentario