Seb.
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¡Buenos
días, Don Hilarión! Trae usted cara de contento. Y debe ser por algo
personal, porque el país no ha cambiado y en el Ayuntamiento están los
mismos. ¿Será por lo que imagino?
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Hil.
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Buenos
días, Don Sebastián. Sí y no. Sí, vengo alegre; y no, no es por lo que supongo que usted imagina.
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Seb.
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Si
no es por cosa de faldas, tiene que ser de zarzuela, porque de su negocio me
extraña: que hace frío, vende usted antigripales; que hace calor, cremas
solares.
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Hil.
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Ha
acertado usted en lo de la zarzuela. De la botica, si quiere hablamos otro
día, porque no es oro todo lo que reluce. ¿Sabe usted el riesgo que corre un
boticario? ¡Si todos los clientes están enfermos, y medio podridos! ¡Si hasta
las mozas más buenas del lugar cuando van a mi negocio es porque están malas!
¡Qué tragedia!
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Seb.
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De
acuerdo, de acuerdo. ¿Qué pasa con la zarzuela?
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Hil.
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Usted
sabe que soy un enamorado y un estudioso de la misma.
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Seb.
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Lo
sé; lo sabe todo el mundo y su criterio es respetado.
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Hil.
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Gracias,
muchas gracias. Digo lo de estudioso pero debería corregirme, “estudioso
actual”, o sea de ahora, no del pasado. Porque, si rascamos un poquito, la
zarzuela arranca en Adán y Eva.
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Seb.
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¿Dónde
va usted?
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Hil.
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Como
le digo. ¿Usted no cree que lo de la manzana fue un apasionado dúo de amor
entre nuestros primeros padres? Usted sabe que la Señora Eva, aconsejada por
la serpiente, que es un precedente de las suegras, como sostienen
concienzudos investigadores y sociólogos, conquistó al Señor Adán y le hizo
morder la manzana, con las consecuencias que de ello se derivaron. ¿Cree
usted que estando en el Paraíso Terrenal, rodeados de belleza, había de
faltar la música?.
Perdone,
perdone, Don Sebastián, me voy.
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Seb.
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¡No,
por Dios, no se marche, Don Hilarión! ¡Si acaba de llegar!
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Hil.
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No,
digo que me voy del tema. Pero me quedo. Decía que soy un estudioso “actual”
porque me intereso por los diferentes aspectos de la zarzuela en nuestros
días.
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Seb.
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Pero,
¿hay materia?
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Hil.
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Sí,
claro. La zarzuela, mal que les pese a algunos, sigue viva. Un poco achacosa,
es verdad, pero creo que se está reponiendo.
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Seb.
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¿Y
en qué se basa usted para pensar eso?, si puede saberse.
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Hil.
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Hay
varia señales, por ejemplo: la aparición de un nuevo género zarzuelero.
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Seb.
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¿Un
nuevo género?
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Hil.
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Pues
sí. Usted sabe que en la zarzuela hay género grande, chico, ínfimo, fantástico,
dramático, histórico, regional… y hasta de colores: verde, blanco… Pues bien,
hoy tenemos uno nuevo que yo he bautizado como “género coctelero”.
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Seb.
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¡Género
coctelero! Y eso, ¿con qué se come? Quiero decir, ¿en qué consiste?
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Hil.
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Consiste,
como su nombre indica, en una mezcla.
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Seb.
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¡Ah,
una mezcla! ¡Pero eso no es nuevo! Ahí tiene usted La Virgen de Utrera, zarzuela cómico-dramática, de José Cabas
Quiles; La tempestad, melodrama fantástico, de Chapí;
Las foncarraleras, zarzuela
bufo-cómica de Ventura Galván; El
terrible Pérez, humorada tragi-cómico-lírica, de Valverde y Torregrosa, y
hasta las mismísima Gran Vía,
revista cómico-fantástico-callejera, del inconmensurable Federico Chueca.
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Hil.
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¡Ay,
amigo mío! No anda usted muy sobrado de sutileza. Lo que usted dice, que
existe desde luego, es suma, adición, añadido, incluso ayuntamiento. Yo me refiero a otra cosa. Se lo explico.
Coge
usted un libreto cualesquiera, lo trocea “ad libitum” y lo deposita en un recipiente.
Le añade trozos de otro libro, incluso un par o tres de ideas propias de su
cacumen. Todo esto lo mueve con energía, para que se mezcle bien, y ya está.
¿Entiende usted ahora lo de “género coctelero”?
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Seb.
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Y
supongo que se puede añadir, según el gusto de cada cual, unas gotas de
reivindicación social, de crítica política, de concentrado de antimachismno,
o de protesta ciudadana, para darle un poco de sabor, para que la mezcla deje
luego … ¿cómo dicen los catadores de vino? … sabor en boca.
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Hil.
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Naturalmente,
estas cosas, se hacen con el libro, es decir, con el papel, porque ya sabe
usted que el papel todo lo aguanta.
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Seb.
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Y,
¿quién es el “barman” de estos cocimientos”.
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Hil.
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Hombre,
Don Hilarión, parece mentira que me pregunte usted algo como eso. El director
de escena, que es hoy el sursuncorda de la lírica patria y foránea.
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Seb.
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¿Y
los resultados? Porque no todo el mundo sabe preparar bien un martini o un
gintonic, u otras mezclas.
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Hil.
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No
me hable usted de mezclas que soy boticario. Los resultados … como en los
toros: división de opiniones.
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Seb.
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¡Qué
cosas! Me viene a la memoria la cuarta de las Siete Palabras de Cristo en la
Cruz: “¡Dios mío, por qué me has abandonado!”.
Pero,
dígame Don Hilarión, y no lo tome usted como expresión de masoquismo, ¿qué
hacen estos mezcladores con la música.
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Hil.
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Bueno.
Ahí, la verdad, es que han cambiado poco. Lo que suelen hacer es quitar o
poner algún número porque resultan viejos (eso dicen, como si el resto de la
zarzuela no hubiera nacido al mismo tiempo), o añadir alguna música de otra.
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Seb.
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O
sea, todavía no hemos llegado a sustituir los violines por trompetas con
sordina, ni el arpa por un ukelele. Algo es algo.
Así
que, añadir música de otras obras. . Y eso, ¿a cuento de qué?
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Hil.
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Pues
no lo sé muy bien. Quizá porque les parece que encaja bien; a lo mejor porque
esa música le gusta al mezclador; o porque se la cantaba su madre cuando era
chico. ¡Vaya usted a saber!
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Seb.
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¿Y
qué dicen los autores o sus herederos?
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Hil.
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Silencio.
La mayoría sólo tienen oídos para el tintineo de los derechos.
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Seb.
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¿Y
la SGAE?
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Hil.
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Afónica.
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Seb.
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¿Y
la crítica?
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Hil.
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Muda.
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Seb.
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¿Y
el gobierno?, porque algo tendrá que decir el gobiero.
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Hil.
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Preparando
promesas, como debe ser.
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