Hoy es 17 de octubre de 2023, martes. Y es tu aniversario, Doña Francisquita, aunque aquel año de 1923 fuera miércoles. ¡100 años! Un siglo. ¡Ya ha llovido!, que diría un castizo. Pues sí, señora. Hace hoy, precisamente, un siglo viniste al mundo, no en una moderna y aséptica clínica maternal, sino en el ambiente expectante de un teatro. Pero no de un teatro cualquiera, nada de eso. Nada menos que dl Teatro Apolo de Madrid, el de la calle de Alcalá, al lado de la iglesia de San José, que, mira tú por dónde, no ha llegado a cumplir los cien años.
Aquella noche, serían las diez, comenzaste a vislumbrar las candilejas del escenario de Apolo. Acabaste de nacer sobre las dos y media de la madrugada del día 18. Un parto largo. Los niños humanos suelen venir a este mundo totalmente desvalidos, algunos guapos, los menos; otros, feos como demonios. Y casi todos llorando. Tú no. Tu naciste de una pieza, podríamos decir que ya crecida. Alegre, vibrante, rica, guapa, distinguida y elegante. ¡Toda una mujer! Desde el primer momento, a pesar de que algunos “teatreros” no estaban muy convencidos, fuiste un éxito sin paliativos. Tus gracias de recién nacida, cautivaron a los más de dos mil espectadores del teatro y, desde aquella noche memorable, fuiste popular en los grandes escenarios líricos de España, los grandes de Europa y de América, la de abajo, la del centro y la de arriba.
Los padres de la criatura, don Amadeo, don Guillermo y don Federico, tuvieron que esperar fuera del escenario. Guillermo y Federico, entre bambalinas, Amadeo en su casa, accidentado. Impacientes los tres, inquietos, nerviosos, intranquilos y preocupados. Pero, en el fondo, orgullosos de su trabajo y seguros de su triunfo.
Quizá todo esto ya lo sepas. A buen seguro que te lo habrán contado más de cuatro, porque al carro del éxito se suben hasta los no intervinientes.
Dicen que todos los niños vienen con un pan bajo el brazo. Tú también trajiste panes, muchos y buenos. Pero, además, contigo nacieron otros muchos, centenares, miles, quizá cientos de miles. Esos Fernandos tímidos, apocados e indecisos que, a pesar de todo conocen aquello de, “Por el humo se sabe dónde está en fuego”. Todos esos Cardonas, hombres de mundo, triunfadores, capaces de leer en las mujeres como en un libro abierto, sabedores de que “cuando un hombre se encalabrina, debe buscar el olvido, que es la mejor medicina”. Todos los ya maduros Don Matías, que todavía conservan las fuerzas, el pundonor y la dignidad de su juventud, cuando hay que enfrentarse a los perdonavidas que acechan.
Aquella
noche memorable, nacieron también Aurora la Beltrana, la cómica famosa e
idolatrada, la mujer de carácter capaz de ponerse el mundo por montera, la de
hacerse valer diciendo a los cuatro vientos aquello de: “el que mis bailes
quiera, que vaya a verme sobre el tablado”, o esto otro más directo y decidido:
“El que quiera bailar con mi cuerpo, que se acerque a beber en mi vaso”. Porque
la Beltrana es “madrileña”, y no por casualidad, sino “porque Dios ha querido
que así lo sea”. También vio la luz Doña
Francisca, tu madre, que todavía se cree capaz de encandilar a los hombres, sin
darse cuenta de que lo que de verdad le atrae son los sermones del Padre Lucas.
También vieron la luz de este Madrid singular, vitalista, leal y noble, las gentes corrientes, los de madrugones diarios que no desdeñan, de vez en cuando, las celebraciones y jaranas, porque “el pueblo de Madrid encuentra siempre diversión, lo mismo en Carnaval que en viernes de Pasión”.
Pero sobre todo, y aquí termino, naciste tú, Francisquita, sencilla pero decida, constante y hábil, capaz de arrancar al zascandil de Fernando de sus ilusiones infundadas, probarle, “con un mimo, que serás la miel de su hogar”.
¡Muchas, muchísimas felicidades, Francisquita!
José Prieto Marugán

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