Seb.
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Buenos días, Don Hilarión.
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Hil,
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Buenos días, Don Sebastián.
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Seb.
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¿Qué tal estamos hoy?
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Hil.
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Pues verá usted, amigo mío. Hoy me encuentro especialmente
contento.
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Seb.
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Bien que me alegro. Y, ¿puede saberse la causa de su
alegría? ¿Alguna buena noticia familiar?
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Hil,
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No, no. La familia está bien, normal. Mi satisfacción
tiene que ver con la música, más concretamente con la zarzuela, como usted
debía suponer, por otra parte, pues bien me conoce.
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Seb.
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Algo gordo debe ser para que usted se alegre, porque, la
verdad, no he visto aficionado más crítico y exigente que usted, A veces creo
que pide demasiado. Pero, diga, diga…
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Hil.
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Pues verá. Usted sabe que tengo un amigo en Berlín, al que
conocí en un congreso farmacéutico y con el que hice buenas migas porque es
un gran aficionado a la zarzuela.
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Seb.
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Sí, creo que me ha hablado de ese hombre alguna vez.
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Hil,
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Pues me acaba de mandar una noticia interesante y
sorprendente: el magnífico Auditorio
de la Orquesta Filarmónica
de Berlín va a celebrar el Día de la Zarzuela.
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Seb.
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¿Cómo que el Día de la Zarzuela?
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Hil.
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Sí señor, como el Día de la Música, pero sólo de
zarzuela. Veinticuatro horas de zarzuela interpretadas por diversos
cantantes, coros, orquestas y bandas.
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Seb.
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¡Pero eso es magnífico!
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Hil,
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¡Sí que lo es!
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Seb.
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No le veo muy entusiasmado. Supongo que como no puede
usted estar allí…
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Hil.
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Sí, sí, claro. ¡Figúrese!
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Seb.
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Pero, dígame, ¿a qué se debe esa celebración. ¿Cosa de
nuestras autoridades? Como ahora estamos en Europa y somos amigos de la
mandamás de Alemania …
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Hil,
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Pues no, nada de eso. Es una cuestión de toma y daca,
vamos de colaboración recíproca. El Día de la Zarzuela en Berlín es
la justa compensación de nuestro Día de la Música.
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Seb.
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No le entiendo, Don Hilarión. Pero me temo lo peor: una
catástrofe. Le va subiendo la color de la cara y cierra usted los puños que
va a clavarse las uñas.
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Hil.
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¡Y terminaré reventando!
¡Porque lo de la zarzuela en Berlín no es cierto! Ni un
día, ni medio, ni cuarto, ni ná. Los alemanes tienen por la zarzuela el mismo
interés que yo por la música autóctona de los batusi.
Ahora bien, lo que sí es cierto es que nuestro Auditorio
Nacional de Música va a celebrar el Día de la Música ofreciendo las
nueve Sinfonías de Beethoven y las 32 sonatas para piano de este mismo
compositor. Y no es que tenga yo algo contra Beethoven. ¡No! ¡Dios me libre!
¡Que he escuchado la Para Elisa unas veinte o treinta veces, por lo
menos!
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Seb.
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O sea que lo del Día de la Zarzuela no era verdad.
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Hil,
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¡Que va a ser! ¡Ni en Alemania ni aquí!
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Seb.
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¡Qué pena! ¡Ya me había hecho ilusiones!
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Hil.
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¿De ir a Alemania? Mire usted, los españoles sólo podemos
ir a ese país a trabajar. Y no por culpa de ellos, sino nuestra.
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Seb.
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Puede que tenga usted razón. Los españoles somos
especialistas en no valorar lo nuestro. No se trata de menospreciar lo ajeno,
ni mucho menos, pero tampoco olvidar lo propio.
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Hil.
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Así debía ser porque tenemos de todo y mucho: pintores,
literatos, músicos, paisajes, comidas … Pero …
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Seb.
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Tendremos que hacer algo. Porque, nuestra música les gusta
a los alemanes. Piense usted en los que se cuecen en nuestras playas, ¿qué
hacen por las noches?
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Hil,
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Confieso mi ignorancia. Usted sabe que viajo poco.
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Seb.
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Bailar Los pajaritos
o el Aserejé o descoyuntarse
las caderas con el Viva España. ¿Y
si les diéramos un poquito de género chico y zarzuela? ¿Qué harían frente a la Mari Pepa de La revoltosa? ¿O la Paloma del Barberillo? ¿O la Ascensión de La del manojo de rosas? ¿O Doña
Francisquita, o Luisa Fernanda? ¿O nuestra mismísima Susana? …
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Hil.
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¡Un momento! A la Susana sáquela usted del inventario que es cosa
mía. Bastante tengo con pelear con un simple cajista de imprenta¡ ¡Más valía
que se fuera él a Alemania, que dicen que tiene unas máquinas de imprimir que
son lo más de lo más!
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