Foto Fernando Marcos. Cortesía T. Zarzuela |
Viento es la dicha de amor (Zarzuela en dos actos de Antonio Zamora
(Versión libre de Andrés Lima). Música de José de Nebra). Y. Auyanet. C.
Mouriz. B. Díaz. R. González. G. de Gennaro. A. San Juan. Orquesta Barroca de
Sevilla. Coro ddel Teatro de la Zarzuela.
Dirección de escena: Andrés Lima. Director musical: Alan
Curtis. Teatro de la Zarzuela,
29-5-2013.
Tenía puestas muchas esperanzas
en este espectáculo que cierra la temporada oficial 2012-13 del Teatro de la Zarzuela, de Madrid. Poder contemplar una zarzuela barroca (obras
ausentes de nuestros teatros a pesar de ser el origen del género) servida por
un reparto de buenos cantantes, por una orquesta especializada que aumenta su
prestigio día a día y bajo la dirección de un músico famoso en este tipo de
música, era una idea muy atrayente. Faltaba lo fundamental, la puesta en
escena. Y ahí fue donde toda mi ilusión se vino abajo. Debía haber sospechado
algo, porque el espectáculo se ofrecía con detalles muy sutiles: el título era Viento (es la dicha de Amor), en lugar
del original Viento es la dicha de amor, y
se definía como “poema lírico sobre el Deseo, basado en la zarzuela de Antonio
Zamora”, en vez de “zarzuela en dos actos”, sin más. Además, el lugar de la
acción pasa a un balneario suizo del siglo XXI, donde ninfas y semidioses se
mueven entre masajes, sugerencias eróticas e, incluso, algún desnudo que
escandalizó a unos pocos espectadores. Del texto hablado original de Antonio
Zamora no ha quedado prácticamente nada y Andrés Lima, responsable de la
dramaturgia y la escena, lo ha sustituido por poesía amorosa española de los
siglos XVII (Calderón de la
Barca) y XX (Ángel González, Valentge, José del Hierro).
Foto Fernando Marcos. Cortesía T. Zarzuela |
Tengo dicho y escrito que estos
cambios radicales que violentan y cercenan las obras originales me desagradan.
Y no estoy tan seguro de que los verdaderos autores los autorizaran. Muchos,
desde luego, no lo harían. A pesar de este planteamiento básico, trato siempre
de separar la paja del grano y juzgo, cuando tengo que hacerlo, el espectáculo
separadamente de la obra. Es decir: puede gustarme mucho una Verbena, aunque no sea La verbena.
En este caso, además, salí con la
impresión de que los textos introducidos chirrían con los de las canciones
originales. El conjunto de términos usados, el ritmo de estrofas y versos y el
entorno de los poemas no encajan, aunque la intencionalidad de sus autores
fuera, pretendidamente, similar. Nuestro lenguaje, y sobre todo la forma de
entender el verso, han evolucionado tanto desde mediados del siglo XVIII…
El movimiento escénico tampoco me
pareció adecuado. Los cantantes estáticos y casi inmóviles, sin apenas
expresividad gestual. A su alrededor, sin embargo, un constante movimiento de
secundarios, ejecutando una coreografía (responsabilidad de Sol Picó)
enlentecida, no sé con que intención. Demasiada gente atrás y siempre en
escena, desviaban la atención de manera que el público estuvo más pendiente de
las poses y acciones eróticas de los figurantes que de las alegrías y las penas
expresadas por los cantantes. Un ejemplo destacado podrían ser las seguidillas,
no bailadas, sino solamente esbozadas en sus movimientos más básicos, apenas
sugeridos en el fondo del escenario, mientras la música vibraba con el garbo y
la fuerza característicos de esta danza tan nuestra.
Los seis cantantes (cinco mujeres
y un hombre) me gustaron e hicieron un trabajo muy destacado. La música es
difícil de cantar, contiene florituras complejas, necesita de un gran control
del volumen para dibujar largas y agotadoras frases musicales.
Cuatro personajes fueron
desdoblados en cantantes y actores: Liríope (Yolanda Auyanet, cantante y Silvia
Álvarez, actriz), Céfiro (Clara Mouriz y Víctor Massán), Delfa (Ruth González y
Marta Megías), y Marsias (Gustavo De Gennaro y José Juan Rodríguez), lo cual
consiguió que el público, o al menos yo, no nos enteráramos de quién era quien
en cada momento. Si la trama original ya es complicada, estas ideas no ayudaban
a esclarecerla.
La parte instrumental estuvo a
cargo de la Orquesta Barroca
de Sevilla, conjunto que fue colocado en un plano superior al habitual del foso
y más afuera, para conseguir una sonoridad mayor. Sonó con fuerza y, aunque
hubo algún desajuste (las trompas, siempre tan complicadas), ofreció contraste
dinámico, rica sonoridad y adecuación de estilo. Al frente, un especialista en la música barroca, el
norteamericano Alan Curtis que se enfrentaba por primera vez a una obra
zarzuelera.
El público frío, desencantado y
sin terminar de asimilar lo que veía. Sólo destacaron algunos “bravos” ruidosos
que más parecían proceder de una claque familiar, que de un público cautivado
por la belleza de la representación.
Viento es la dicha de Amor, la original, es una historia mitológica
de amores entrecruzados; un entretenimiento, un pasatiempo. Viento (es la dicha de Amor) pretende
ser otra cosa, al menos en su texto hablado: una reflexión filosófica sobre el
deseo, el erotismo y el sexo, en un ambiente distinguido (un elegante balneario
suizo) donde juega más la provocación que el sentimiento. La verdad es que a mí
los desnudos no me dicen nada … si no están lo suficientemente cerca.
La obra original es complicada,
lo hemos dicho, pero esta versión no la hace más sencilla. El resultado, la
desconexión del público. Al final, después de dos horas largas de
representación, no sé si viento, si brisa o si huracán.
Vidal Hernando,
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