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miércoles, 5 de junio de 2013

UNA OCASION PERDIDA




Foto Fernando Marcos. Cortesía T. Zarzuela
 Viento es la dicha de amor (Zarzuela en dos actos de Antonio Zamora (Versión libre de Andrés Lima). Música de José de Nebra). Y. Auyanet. C. Mouriz. B. Díaz. R. González. G. de Gennaro. A. San Juan. Orquesta Barroca de Sevilla. Coro ddel Teatro de la Zarzuela. Dirección de escena: Andrés Lima. Director musical: Alan Curtis. Teatro de la Zarzuela, 29-5-2013.


Tenía puestas muchas esperanzas en este espectáculo que cierra la temporada oficial 2012-13 del Teatro de la Zarzuela, de Madrid.  Poder contemplar una zarzuela barroca (obras ausentes de nuestros teatros a pesar de ser el origen del género) servida por un reparto de buenos cantantes, por una orquesta especializada que aumenta su prestigio día a día y bajo la dirección de un músico famoso en este tipo de música, era una idea muy atrayente. Faltaba lo fundamental, la puesta en escena. Y ahí fue donde toda mi ilusión se vino abajo. Debía haber sospechado algo, porque el espectáculo se ofrecía con detalles muy sutiles: el título era Viento (es la dicha de Amor), en lugar del original Viento es la dicha de amor, y se definía como “poema lírico sobre el Deseo, basado en la zarzuela de Antonio Zamora”, en vez de “zarzuela en dos actos”, sin más. Además, el lugar de la acción pasa a un balneario suizo del siglo XXI, donde ninfas y semidioses se mueven entre masajes, sugerencias eróticas e, incluso, algún desnudo que escandalizó a unos pocos espectadores. Del texto hablado original de Antonio Zamora no ha quedado prácticamente nada y Andrés Lima, responsable de la dramaturgia y la escena, lo ha sustituido por poesía amorosa española de los siglos XVII (Calderón de la Barca) y XX (Ángel González, Valentge, José del Hierro).
Foto Fernando Marcos. Cortesía T. Zarzuela

Tengo dicho y escrito que estos cambios radicales que violentan y cercenan las obras originales me desagradan. Y no estoy tan seguro de que los verdaderos autores los autorizaran. Muchos, desde luego, no lo harían. A pesar de este planteamiento básico, trato siempre de separar la paja del grano y juzgo, cuando tengo que hacerlo, el espectáculo separadamente de la obra. Es decir: puede gustarme mucho una Verbena, aunque no sea La verbena.

En este caso, además, salí con la impresión de que los textos introducidos chirrían con los de las canciones originales. El conjunto de términos usados, el ritmo de estrofas y versos y el entorno de los poemas no encajan, aunque la intencionalidad de sus autores fuera, pretendidamente, similar. Nuestro lenguaje, y sobre todo la forma de entender el verso, han evolucionado tanto desde mediados del siglo XVIII…


El movimiento escénico tampoco me pareció adecuado. Los cantantes estáticos y casi inmóviles, sin apenas expresividad gestual. A su alrededor, sin embargo, un constante movimiento de secundarios, ejecutando una coreografía (responsabilidad de Sol Picó) enlentecida, no sé con que intención. Demasiada gente atrás y siempre en escena, desviaban la atención de manera que el público estuvo más pendiente de las poses y acciones eróticas de los figurantes que de las alegrías y las penas expresadas por los cantantes. Un ejemplo destacado podrían ser las seguidillas, no bailadas, sino solamente esbozadas en sus movimientos más básicos, apenas sugeridos en el fondo del escenario, mientras la música vibraba con el garbo y la fuerza característicos de esta danza tan nuestra.

Los seis cantantes (cinco mujeres y un hombre) me gustaron e hicieron un trabajo muy destacado. La música es difícil de cantar, contiene florituras complejas, necesita de un gran control del volumen para dibujar largas y agotadoras frases musicales.

Cuatro personajes fueron desdoblados en cantantes y actores: Liríope (Yolanda Auyanet, cantante y Silvia Álvarez, actriz), Céfiro (Clara Mouriz y Víctor Massán), Delfa (Ruth González y Marta Megías), y Marsias (Gustavo De Gennaro y José Juan Rodríguez), lo cual consiguió que el público, o al menos yo, no nos enteráramos de quién era quien en cada momento. Si la trama original ya es complicada, estas ideas no ayudaban a esclarecerla.

La parte instrumental estuvo a cargo de la Orquesta Barroca de Sevilla, conjunto que fue colocado en un plano superior al habitual del foso y más afuera, para conseguir una sonoridad mayor. Sonó con fuerza y, aunque hubo algún desajuste (las trompas, siempre tan complicadas), ofreció contraste dinámico, rica sonoridad y adecuación de estilo. Al frente, un  especialista en la música barroca, el norteamericano Alan Curtis que se enfrentaba por primera vez a una obra zarzuelera.

El público frío, desencantado y sin terminar de asimilar lo que veía. Sólo destacaron algunos “bravos” ruidosos que más parecían proceder de una claque familiar, que de un público cautivado por la belleza de la representación.

Viento es la dicha de Amor, la original, es una historia mitológica de amores entrecruzados; un entretenimiento, un pasatiempo. Viento (es la dicha de Amor) pretende ser otra cosa, al menos en su texto hablado: una reflexión filosófica sobre el deseo, el erotismo y el sexo, en un ambiente distinguido (un elegante balneario suizo) donde juega más la provocación que el sentimiento. La verdad es que a mí los desnudos no me dicen nada … si no están lo suficientemente cerca.

La obra original es complicada, lo hemos dicho, pero esta versión no la hace más sencilla. El resultado, la desconexión del público. Al final, después de dos horas largas de representación, no sé si viento, si brisa o si huracán.
 
Vidal Hernando,

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