Seb.
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¡Cuánto me alegro de verle de nuevo, Don Hilarión! ¡Le
echaba de menos!
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Hil.
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No será para tanto. Total, he estado fuera una semanilla.
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Seb.
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Ya, ya. En la playa. ¡Y casi gratis! O sea, a costa del
erario.
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Hil,
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Pues sí. La verdad es que sí. Ya sabe usted que no soy muy
partidario de esto de que el Estado sufrague ciertas cosas, pero es lo que
hay…
Y, la verdad, como uno sólo no puede arreglar el mundo…
pues si surge la ocasión .. sería tonto no aprovecharla.
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Seb.
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Bueno. ¡Déjese usted de historias y cuente, cuente!
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Hil.
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¡Qué quiere que le cuente! Ya sabe usted lo que son esas
vacaciones “sociales”: tranquilidad (aunque hay quien no para ni un segundo, parece que tuvieran azogue en
lugar de hipertensión o artrosis); buena comida, aunque nada de lujos ni
lujurias gastronómicas, playa por la mañana, alguna excursión –pagada aparte,
desde luego– gimnasias con nombres
foráneos: taichí, step; terapias exóticas como el reiki. Y por las noches,
diversiones populares, también con nombres extranjeros: karaokes, gincanas,
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Seb.
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Hombre, esas actividades son muy buenas para mantener el
cuerpo ágil y el alma en equilibrio...
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Hil,
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Déjese, déjese. El mejor invento para el cuerpo es la
siesta en cualquiera de sus modalidades. Mire usted, desde que se inventó,
que yo sepa, nadie se ha muerto de una siesta. Y, ¡dígame!, ¿cuantos se han
ido al otro barrio por hacer un sobreesfuerzo, por abusar de la gimnasia o
del deporte?.
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Seb.
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Y de zarzuela, ¿qué?
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Hil.
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Pues, en estos sitios, ya sabe usted. El bolo de gentes
que empiezan su carrera, o que deberían haberla dado ya por terminada, y que
necesitan más el aplauso que los garbanzos; algunos jóvenes de conservatorio
que ponen más voluntad que recursos.
Y lo que no es ni medio presentable es lo que llaman
karaoke y que consuste en que quien se cree un figura, empieza a cantar la
“espada triunfadora” y al llegar el agudo se ahoga y a punto está de la
embolia. Ese sujeto al que aplauden sus amigos con entusiasmo, mientras la que
parece su mujer, trata de ocultarse a la vergüenza ajena. Estos personajes
son de lo más entretenido. Ellos lo pasan muy bien, pero …
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Seb.
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Hombre, Don Hilarión, ya sabe usted mi opinión. En cada
caso debemos adecuar nuestro nivel de exigencia. No es lo mismo una
representación de aficionados o estudiantes, que el recital de un profesional
tramposo o un pobre divo venido a menos. Todo hay que verlo con buena
voluntad; debemos ser condescendientes.
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Hil,
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Ya, ya. Usted sabe que suelo ser bastante tolerante en
estos casos.
Pero hay cosas que me resultan imposibles. Y, la verdad,
créame, de lo que a veces me dan ganas es de hacer lo que Don Quijote con el
retablo de Maese Pedro.
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Seb.
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¡No me diga!
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Hil.
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Lo que oye. Coger la espada y empezar a mandoblazo limpio
contra quienes maltratan y violentan a un arte noble como el de la zarzuela.
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Seb.
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Bueno, bueno. No será para tanto …
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Hil,
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Mire usted, Don Sebastián, en esto del karaoke podemos
encontrar dos modalidades: el acompañado y el espontáneo, el torero.
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Seb.
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¡Qué interesante! Y ¿cuáles son las características de
cada uno?
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Hil.
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Verá usted. Lo que lo llamo karaoke acompañado es lo que
todo el mudo conoce: la reproducción de un fondo, u acompañamiento
instrumental, y la proyección sobre
una pantalla de la letra correspondiente, para que el individuo pueda
cantarla, como si tuviera detrás a la orquesta.
Esta modalidad es la más sencilla. Basta ir al ritmo de la
música, dejarse llevar por el acompañamiento y fijarse en la letras. A pesar
de esto, los protagonistas suelen meter la pata ostensiblemente: desafinan
como bellacos, no respetan los tiempos y mucho menos los silencios; ellos van
a su velocidad, y si la música va detrás, no importa: se paran y la esperan.
Pero, ¡ay, amigo!, cuando se reincorporan surge otro problema: han esperado
demasiado y tienen que acelerar; dan
tres o cuatro traspiés en la letra, se comen media palabra o frase entera y,
cuando consiguen acoplarse al ritmo musical, no son capaces de controlar la
inercia cantatriz adquirida y se desbocan. ¡Y vuelta a empezar!
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Seb.
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¿Y el karaoke taurino?
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Hil,
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¡Ése es el peor! ¡Auténticamente peligroso! Quien lo
practica es lo más audaz y descarado; no tiene miedo al peligro ni respeto a
sus amigos y congéneres.
Se motiva con mucha facilidad: un par de copitas o una
ligera provocación (eso de “¿a que no te atreves?”), y es capaz de arrancarse
con el “Canto a Murcia”, el pasodoble “Valencia”, la popularísima canción
“Granada”, o cualquier ora cosa brillante y vistosa.
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Seb.
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Per ¡eso es muy divertido!
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Hil.
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¿Divertido? Es insufrible. Verá usted: Creyéndose capaz de
alcanzar la luna, empieza uno o dos tonos más alto de la cuenta; poco a poco
se va congestionando; las orejas se le ponen coloradas, los ojos parecen
salírse de sus cuencas, las venas del cuello se le hinchan. Seguramente tiene
la presión arterial como los precios, y el corazón está a punto de
estallarle.
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Seb.
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O sea, que le puede dar un síncope.
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Hil.
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Pero no le da. Se ahoga, se atraganta, tose … y nada. A
los pocos minutos está en condiciones de volver a intentarlo.
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Seb.
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¿Es que quiere usted que se muera?
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Hil,
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No, tanto como eso… Pero mire usted, se se quedara mudo…
al menos durante las vacaciones…
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Seb.
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Bueno, bueno. Me hago cargo. Comprendo que a usted, un
zarzuelero de los más exigentes que
conozco, le moleste. Pero, compréndalo, hay gentes que tienen necesidad de
expresarse, que necesitar dar salida a lo que llevan dentro … que, se sienten
artistas…
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Hil.
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Mire usted, querido amigo. Yo soy hombre prudente, liberal
y caritativo. Estoy dispuesto a transigir con muchas cosas, a cumplir con las
bienaventuranzas (eso de dar posada al peregrino, de comer al hambriento, de
beber al sediento, etcétera). Pero cuando me encuentro con uno de estos
karaokistas, que a veces ni siquiera necesitan del karaoke, tengo que hacer
esfuerzos titánicos para no perder el control y salvar al mundo lírico de un
virus peligrosísimo. Porque, no sé si se lo he dicho, estos sujetos son
contagiosos.
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Seb.
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Le comprendo, pero no será para tanto. Seguro que la gente
se divierte y lo pasa bien.
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Hil.
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¿Qué no será para tanto? Mire usted, Don Sebastián, sólo
hay una cosa peor.
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Seb.
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¿Y es?
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Hil,
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Hágase el croquis. Va usted entrando en el mar, poquito a
poco, despacito, para acostumbrar al cuerpo a la diferente temperatura. Ya
sabe usted: dos o tres pasos y un descansito; mirada al horizonte,
inspiración profunda y un saltito cuando viene una pequeña ola. De pronto,
escucha usted, por detrás, un ruido enorme, exagerado; se da la vuelta para
ver de dónde procede, y se encuentra con un energúmeno que corre como un
poseso hacia el agua. A cada paso baña a todo lo que está a su alrededor. A
usted le empapa; la sensación es horrible; el frío del agua marina le azota
con crueldad. El individuo ha destrozado su pausado y cauteloso acercamiento
al mar inmenso.
Y usted tiene que aguantarse las ganas de dar una lección
al niñato ese que, de repente, ha
destrozado su acercamiento al baño, su ritual de iniciación para penetrar en
el inmenso mar.
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Seb.
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Hombre, eso sí es muy desagradable.
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Hil.
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Pues lo del karaoke tauromáco es casi lo mismo. ¡Un
atentado!
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Un blog para los amantes y amigos de la Zarzuela
Anécdotas, curiosidades, comentarios, efemérides, libros, discos... y algunas consideraciones sobre otras músicas.
jueves, 11 de julio de 2013
ZARZUELAS VERANIEGAS - EL KARAOKE
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