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domingo, 14 de julio de 2013

ZARZUELAS VERANIEGAS - LOS BOLOS



Seb.
Buenos días, Don Hilarión

Hil.
Buenos días, Don Sebastián. ¿De qué hablamos hoy?

Seb.
Pues, si le parece, siguiendo con lo de las zarzuelas en verano podemos tocar el tema de los bolos.

Hil,
Los bolos … Me parece bien. Es un asunto a considerar

Seb.
Como imaginaba que este tema le iba a gustar, me he tomado la libertad de consultar el Diccionario para ver qué dice sobre esa palabra.

Hil.
¿Y qué ha averiguado?

Seb.
Pues verá usted. Hay tres definiciones de esta palabra que tienen que ver con el teatro. Se llama bolo al actor ajeno a una compañía al que se contrata para hacer un  papel determinado.

Hil,
Eso no nos interesa por ahora, creo yo.

Seb.
Cierto. Nos interesan estas dos acepciones: “Reunión de pocos y medianos cómicos que recorren los pueblos para explotar alguna obra famosa”, y “representación o representaciones que, en escaso número, ofrece una compañía teatral para actuar en una o varias poblaciones con el fin de aprovechar circunstancias que se juzgan económicamente favorables”.

Hil.
Bien. Definiciones correctas, no faltaba más. ¡No seré yo quien pretenda enmendar la plana a los doctos redactores del Diccionario!  Pero …

Seb.
Me parece que no está usted del todo conforme …

Hil,
No es que no esté conforme. Las definiciones son correctas, ¡claro!, pero me resultan –¡cómo lo diría yo!– algo asépticas y escasas . Les falta algo. Lo más importante.
 
Seb.
Pues usted dirá …

Hil.
Mire usted, querido amigo. Le falta algo relacionado con la intención, con los planteamientos artísticos, con los resultados. Porque, hay que reconocerlo, la palabra “bolo” suele ir asociada, aunque no se diga, a la idea de escaso rigor interpretativo, de no esforzarse en exceso, de cumplir y poco más.

Cuando se habla de bolo, quien más y quien menos, entiende que se trata de una representación para salir del paso, sin esforzarse en extremo… porque se piensa en una función sin trascendencia.

Seb.
Hombre, Don Hilarión, supongo que no siempre será así. Aunque hay que reconocer que las condiciones de trabajo no son las más adecuadas para despertar el entusiasmo.

Piense usted, mi querido amigo, en las condiciones más habituales de un bolo:

-         Suele ser una función aislada
-         Se ofrece en pueblos o pequeñas ciudades, donde habitualmente no hay representaciones de este tipo.
-         Se hacen aprovechando que la compañía “pasaba por ahí”.
-         Disponen de poco presupuesto, a veces verdaderamente escaso.
-         El tirón publicitario suele recaer en uno o dos nombres famosos, pero a veces se descuidan el resto de elementos de la compañía: papeles no protagonistas, coros, orquesta, …
-         El repertorio es el conocido, el popular, el de siempre … El que garantiza una gran asistencia y un aplauso fácil.
-         No siempre el público sabe comportarse adecuadamente.
-         No siempre se dispone de la orquesta necesaria, ni de los decorados, …

Hil.
Hombre, Don Sebastián, lo pone usted muy negro.

Seb.
Si es verdad, pero, créame: en estas condiciones cantar una zarzuela no es tarea fácil.

Hil,
Y no digamos si la función se hace al aire libre, cosa muy habitual.

Seb.
Tiene, razón, Don Sebastián, tiene muchísima razón. Ya se que la vida del cómico es dura como las piedras del camino, pero al arte hay que ponerle un poco de entusiasmo.

Hil.
Y, entonces, que hacemos con los bolos.

Seb.
Lo único que se puede hacer. Ser un poco condescendiente con estos profesionales que tienen que hacer su trabajo en tan precarias condiciones. Y, sobre todo, educar al público. Mostrarle de verdad cómo debe hacerse la zarzuela, ofrecerle funciones serias aunque no puedan ser espectaculares, entregarse a la zarzuela con entusiasmo, dejando fuera la abulia y el desinterés. Y, sobre todo, no tratar al público pueblerino como si fuera medio tonto. Hay que recordar aquello de que “también la gente del pueblo tiene su corazoncito”.




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