Pensamientos de un
barbero.
De cuando era pequeño recuerdo un
juego que comenzaba con esta frase: “De La Habana ha venido un barco…”. Supongo
que todavía se conoce, aunque mucho me temo que los niños de hoy no lo jueguen.
Me ha venido a la memoria porque
de América, de la de arriba, nos ha
venido otro juego. Este lo practican en las empresas y tiene bastante difusión;
no sé si éxito, porque eso es otra cosa.
Los americanos lo llaman brainstorming, palabra que algunos han
traducido como “tormenta de ideas”,
recurriendo a la hábil traslación directa de los dos términos ingleses que
forman el nombre original: brain,
cerebro, idea; storm, tormenta.
El juego es sencillo. En una sala
(los expertos saben muy bien cómo prepararla para ambientar adecuadamente el
entorno) y alrededor de una mesa se junta a un grupo de personas de la empresa
de diferentes edades, categorías, actividades, procedencias y responsabilidades
en el negocio. Durante un cierto tiempo podrán hablar de lo que quieran relacionado
con la empresa y sugerir cualquier idea que se les ocurra, con la intención de
mejorar su rendimiento, o alguno de sus procesos productivos. Todo vale, hasta
la idea más peregrina.
Lo que va saliendo de ese
maremágnum, de ese hablar todos a un tiempo de temas distintos, se va apuntando
y, cuando se llega al tiempo establecido, se acaba el juego. Más o menos, suele
ser así.
Verlo jugar por un agujerito es
entretenido. Las propuestas, sugerencias y opiniones, nacen como los truenos y
los rayos de una tormenta, de cualquier lado; explosiones (ideas) grandes y
pequeñas, luces apenas visibles o deslumbradoras. Todo vale.
Al principio, romper el hielo no
es fácil. Ocurre como en las tormentas. se van formando las nubes, suavemente
grises primero, para ir ennegreciéndose poco a poco. De tarde en tarde se ve un
pequeño relámpago entre dos nubes, como de entrenamiento. Después, el cielo se
abre de par en par; agua y granizo caen en tromba, inmisericordes, sin piedad;
los truenos suenan como estruendoso y avasallador redoble de timbal.
Hay una o dos personas que no
intervienen directamente durante el juego. Su cometido es dar la orden de
comenzar y finalizar y anotar las cuatro o seis ideas más interesante que,
luego, serán estudiadas por un grupo de expertos para determinar si, de verdad,
pueden o no ser implantadas.
Algunos participantes, quizá los
que quieren medrar, gesticulan y se multiplican, produciendo un sinnúmero de
ideas para demostrar su capacidad, su interés por la empresa y su implicación
en el proyecto común.
En la mayoría de los casos, el
juego no tiene ni ganador ni premio. Los beneficios, cuando lleguen, serán para
el empresario, el dueño, el amo. A muchos les parece de una gran inocencia, pero a mí no me gusta un pelo,
porque una tormenta, sea de lo que sea, no es buena.
Quede claro que a mi me gusta
escuchar esa lluvia que en pocos segundos pasa del suave acariciar la tierra a
tamborilear sobre ella en un crescendo majestuoso; me gusta contemplar a lo
lejos, esas inmensas cortinas de agua que unen cielo y tierra; me emocionan las
saltarinas gotas en mares y lagos, cuando la lluvia cae sobre ellos. Pero,
sobre todo, me gustan los truenos. ¡Qué poder! ¡Qué energía! ¡Qué autoridad!.
Cuando contemplo una buena
tormenta y veo un relámpago, espero el sonido y cuento los segundos para
averiguar si está lejos o cera. Si sólo cuento dos o tres, pienso: “¡Ese ha
caído cerca!” y me estremezco un poco.
Me gustan las tormentas porque,
además, son solidarias y democráticas: mojan a cualquiera y un rayo puede matar
lo mismo a un rico que a un pobre. Aunque es cierto que suelen cebarse más con
la gente necesitada.
Pero reconozco que las tormentas
no son buenas. Sus aguas no empapan la tierra ni vivifican los campos; al
contrario, arrastran, arrasan, rompen árboles y desfloran plantas. Desbordan
presas y ríos; vuelven a la vida, en un instante, las peligrosas torrenteras y
ahogan los campos inundando los surcos de las huertas.
Me gustan las tormentas, pero no
son buenas. Por eso no me gusta el brainstorming. Eso de hablar todos a la vez
no puede ser bueno. No me resisto a poner un ejemplo. Imagínese esta práctica
en un ejército antes de una batalla: un general con más estrellas que el
firmamento, dos o tres capitanes, un teniente de reemplazo y un par de cabos chusqueros; todos
hablando a la vez sobre cómo utilizar los tanques o hacia dónde debe disparar
la artillería.
No. Una empresa necesita un
director que sepa dónde va y, sobre todo, dónde quiere ir. Capaz de ver a qué
puede aspirar, sin pensar en fantasías, entelequias o metas inalcanzables.
Puede ser muy original vender arena en el desierto o helados en el polo, pero
no parece buen negocio.
En fin, que esto del brainstorming no me gusta; me parece más
una manera de sacarle a otros las ideas que uno no tiene y llevarse los
beneficios.
Por cierto que, aunque el juego
lo hayamos importado de América, la idea básica no es de ellos, sino española.
¿Quién inventó las tertulias, reuniones ante un café u otra bebida, cuya
característica principal es hablar todos a la vez y cada uno de lo suyo? Y
¿quién acuñó la frase “jaula de grillos”?
Lamparilla
(Todo esto es
consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).
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