Buscar este blog

viernes, 6 de septiembre de 2013

BRAINSTORMING


 Pensamientos de un barbero.


De cuando era pequeño recuerdo un juego que comenzaba con esta frase: “De La Habana ha venido un barco…”. Supongo que todavía se conoce, aunque mucho me temo que los niños de hoy no lo jueguen.

Me ha venido a la memoria porque de América, de la de arriba,  nos ha venido otro juego. Este lo practican en las empresas y tiene bastante difusión; no sé si éxito, porque eso es otra cosa.

Los americanos lo llaman brainstorming, palabra que algunos han traducido como  “tormenta de ideas”, recurriendo a la hábil traslación directa de los dos términos ingleses que forman el nombre original: brain, cerebro, idea; storm, tormenta.

El juego es sencillo. En una sala (los expertos saben muy bien cómo prepararla para ambientar adecuadamente el entorno) y alrededor de una mesa se junta a un grupo de personas de la empresa de diferentes edades, categorías, actividades, procedencias y responsabilidades en el negocio. Durante un cierto tiempo podrán hablar de lo que quieran relacionado con la empresa y sugerir cualquier idea que se les ocurra, con la intención de mejorar su rendimiento, o alguno de sus procesos productivos. Todo vale, hasta la idea más peregrina.

Lo que va saliendo de ese maremágnum, de ese hablar todos a un tiempo de temas distintos, se va apuntando y, cuando se llega al tiempo establecido, se acaba el juego. Más o menos, suele ser así.

Verlo jugar por un agujerito es entretenido. Las propuestas, sugerencias y opiniones, nacen como los truenos y los rayos de una tormenta, de cualquier lado; explosiones (ideas) grandes y pequeñas, luces apenas visibles o deslumbradoras. Todo vale.

Al principio, romper el hielo no es fácil. Ocurre como en las tormentas. se van formando las nubes, suavemente grises primero, para ir ennegreciéndose poco a poco. De tarde en tarde se ve un pequeño relámpago entre dos nubes, como de entrenamiento. Después, el cielo se abre de par en par; agua y granizo caen en tromba, inmisericordes, sin piedad; los truenos suenan como estruendoso y avasallador redoble de timbal.

Hay una o dos personas que no intervienen directamente durante el juego. Su cometido es dar la orden de comenzar y finalizar y anotar las cuatro o seis ideas más interesante que, luego, serán estudiadas por un grupo de expertos para determinar si, de verdad, pueden o no ser implantadas.

Algunos participantes, quizá los que quieren medrar, gesticulan y se multiplican, produciendo un sinnúmero de ideas para demostrar su capacidad, su interés por la empresa y su implicación en el proyecto común.

En la mayoría de los casos, el juego no tiene ni ganador ni premio. Los beneficios, cuando lleguen, serán para el empresario, el dueño, el amo. A muchos les parece de una gran  inocencia, pero a mí no me gusta un pelo, porque una tormenta, sea de lo que sea, no es buena.

Quede claro que a mi me gusta escuchar esa lluvia que en pocos segundos pasa del suave acariciar la tierra a tamborilear sobre ella en un crescendo majestuoso; me gusta contemplar a lo lejos, esas inmensas cortinas de agua que unen cielo y tierra; me emocionan las saltarinas gotas en mares y lagos, cuando la lluvia cae sobre ellos. Pero, sobre todo, me gustan los truenos. ¡Qué poder! ¡Qué energía! ¡Qué autoridad!.

Cuando contemplo una buena tormenta y veo un relámpago, espero el sonido y cuento los segundos para averiguar si está lejos o cera. Si sólo cuento dos o tres, pienso: “¡Ese ha caído cerca!” y me estremezco un poco.

Me gustan las tormentas porque, además, son solidarias y democráticas: mojan a cualquiera y un rayo puede matar lo mismo a un rico que a un pobre. Aunque es cierto que suelen cebarse más con la gente necesitada.

Pero reconozco que las tormentas no son buenas. Sus aguas no empapan la tierra ni vivifican los campos; al contrario, arrastran, arrasan, rompen árboles y desfloran plantas. Desbordan presas y ríos; vuelven a la vida, en un instante, las peligrosas torrenteras y ahogan los campos inundando los surcos de las huertas.

Me gustan las tormentas, pero no son buenas. Por eso no me gusta el brainstorming. Eso de hablar todos a la vez no puede ser bueno. No me resisto a poner un ejemplo. Imagínese esta práctica en un ejército antes de una batalla: un general con más estrellas que el firmamento, dos o tres capitanes, un teniente de  reemplazo y un par de cabos chusqueros; todos hablando a la vez sobre cómo utilizar los tanques o hacia dónde debe disparar la artillería.

No. Una empresa necesita un director que sepa dónde va y, sobre todo, dónde quiere ir. Capaz de ver a qué puede aspirar, sin pensar en fantasías, entelequias o metas inalcanzables. Puede ser muy original vender arena en el desierto o helados en el polo, pero no parece buen negocio.

En fin, que esto del brainstorming no me gusta; me parece más una manera de sacarle a otros las ideas que uno no tiene y llevarse los beneficios.

Por cierto que, aunque el juego lo hayamos importado de América, la idea básica no es de ellos, sino española. ¿Quién inventó las tertulias, reuniones ante un café u otra bebida, cuya característica principal es hablar todos a la vez y cada uno de lo suyo? Y ¿quién acuñó la frase “jaula de grillos”?


Lamparilla

(Todo esto es consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).

No hay comentarios:

Publicar un comentario