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domingo, 29 de septiembre de 2013

LA ZARZUELA EN LA ESCUELA





Seb.
Buenos días, don Hilarión,

Hil
Buenos días, don Sebastián. ¿Cómo va esa salud?

Seb.
Perfectamente, al menos por lo que se puede ver desde fuera.

Hil.
Buena señal, amigo mío, buena señal. No olvide usted el aforismo de la sabiduría popular: la cara es el espejo del alma.

Seb.
Dígame, don Hilarión. ¿Usted cree que habría  que enseñar la zarzuela en las escuelas?

Hil.
Me deja usted descolocado. ¿A qué viene esa pregunta?

Seb.
La traigo a colación porque he visto que la próxima temporada se anuncian dos programas infantiles (o de zarzuela infantil) para colegios y familias.


Hil.
Vamos a ver. El interrogante tiene su miga y se presta  a muchas lucubraciones del intelecto. pero, vamos, así, a bote pronto, de sopetón, yo le diría que ni sí, ni no, sino todo lo contrario; que no siendo indispensable, tampoco resultará contraproducente.

Porque, pregunto yo, ¿qué necesidad tiene un infante, máxime si todavía mantiene la dentición láctea, de aprenderse de corrido, los ríos y los montes de la Conchinchina, si de mediano ni de grande va a ir más allá de la Villa de Vallecas. ¿Y qué me dice de la maldita lista de los reyes godos.

Seb.
Respire usted un poco y céntrese en la pregunta, porque me da en la nariz que todo ese discurso no es más que un circunloquio indefinido. Vamos, un darle vueltas a la madeja, buscando el hilo para deshacerla.

Hil.
Es que me ha pillado usted de improviso, o sea in albis. Tenía que ganar tiempo.

Seb.
Bien. Perdóneme el asalto, pero conteste a la pregunta. ¿Habría que enseñar la zarzuela en las escuelas?

Hil.
Pues aunque a usted le parezca que arrojo cantos rodados sobre la cubierta de mi domicilio, o sea, que tiro piedras contra mi tejado, le diría que no.

Seb.
Así, radical. ¿Y puede usted explicarse un poquito?

Hil.
Sí, señor. Tengo varias razones. En primer lugar, me parece que en la escuela, los niños deben aprender lo básico: leer, escribir, lo que son las cuatro reglas y alguna otra operación aritmética que les serán útiles en el futuro. algo de geografía y de historia, urbanidad y respeto a Dios, a la patria y al prójimo. Con esta base, cualquier infante, cuando alcance la adultez, será un hombre honrado y de provecho para sus congéneres.

Si quiere aprender más, … ahí están Salamanca o Alcalá de Henares.

Seb.
¿No se queda usted un poco corto?

Hil.
No señor. Me parece que a los chiquillos les agobiamos demasiado en la escuela. ¡Da pena verlos por la mañana temprano ir cargados como burros con tantos libros, cuadernos y lápices! ¿Se ha fijado usted en la cara de pena y sufrimiento que llevan? ¿Se ha preguntado, querido amigo, por qué la mayoría, no quiere ir al colegio?

Además, si les enseñaran zarzuela, ¿no habría que enseñarles, ópera, flamenco, teatro o toros, por ejemplo?

Lo que le digo: una educación básica, pero firme. Cuando crezcan ya aprenderán, si les interesa, que una verónica no siempre es una Virgen.

Seb.
Muy convencido le veo.

Hil.
¡Pues claro! Pero hay más. ¡Míreme y escuche bien! ¿No soy yo, y perdone que me señale, uno de los hombres que más sabe de zarzuela en este valle de lágrimas? Mejorando lo presente, claro está.

Seb.
Nadie lo duda. ¡Si hasta le llaman algunos -y perdone que se lo diga- el EZ!

Hil.
¿EZ?

Seb.
Sí, señor: el Espasa de la Zarzuela.

Hil.
¡Déjese de guasas! Lo que recalco es que lo que sé de zarzuela, y no es poco, no me lo ha enseñado ningún maestrillo de escuela. Lo he aprendido yendo al teatro viendo representaciones buenas y malas,  leyendo todo lo que había que leer y más, escuchando a los que saben en tertulias, foros y conferencias.

En esto de la zarzuela, son un autodidáctico.

Seb.
O sea, que usted es  de los que opinan que el arte de la música o de la zarzuela se disftura solo. Que basta con escuchar los primeros compases de La verbena o del Barberillo para que inunde nuestro cerebro una inmensa sensación de felicidad, que basta con ponerse delante de un cuadro de Velázquez o de Goya, para que los ojos se nos llenen de lágrimas de la emoción.

Hil.
No, no, don Sebastián. No me ha entendido usted bien, o no he sabido explicarme. No estoy en contra de mostrar a los niños y jóvenes los detalles básicos de la zarzuela, de sus voces, de su historia, de sus autores, de sus cantantes… Pero no llevarlo a la escuela como una disciplina más. Es, por así decirlo, como jugar a las cartas: al principiante hay que enseñarle las reglas y la mecánica del juego, pero no tenemos que convertir a todos los muchachos en expertos del subastao.

Seb.
Vamos, que de la zarzuela en la escuela, ná de ná.

Hil.
¡Usted me dirá! Tal y como las gastamos por aquí, eso supondría llenar la cabeza de los niños de nombres y fechas, como hacemos con la literatura, o la pintura o la historia.

La zarzuela es algo vivo que hay que ver, escuchar, disfrutar y sentir.

Seb.
Entonces, ¿estará usted de acuerdo con las producciones para niños?

Hil.
Pues no sé qué decirle. Tendría que ver los detalle porque no basta con dar dos o tres representaciones para media docena de colegios, o para que los abuelos pasen una tarde con los nietos. La enseñanza de la zarzuela requiere un planteamiento didáctico concienzudo, que muestre sus detalles, pero que no descubra todos los secretos.

A veces es más importante insinuar, que enseñar.

No me ponga usted esa cara; no estoy hablando de señoras.


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