En 1863 Giuseppe Verdi vino a Madrid para supervisar
la puesta en escena de su ópera La fuerza
del destino, que se estrenó en el Teatro Real el 21 de febrero. Barbieri
fue a visitarle por dos veces a la
Casa de Castaldi, en la plaza de Oriente, donde se hospedaba.
El compositor italiano no estaba y Barbieri dejó constancia de sus visitas y
recado de su interés en sendas notas. Pero Verdi se marchó sin dar la más
mínima señal de vida.
En 1866, el italiano estaba enfrascado en el Don Carlos y buscaba como loco música
española para ambientar mejor su partitura. El tenor Fraschini, que está a
punto de salir para Madrid, se ofrece a resolverle el problema porque es gran
amigo de Barberi, de quien se deshace en elogios ante Verdi.
Cuando el cantante encuentra al músico español y le
cuenta la historia, Barbieri, según Martínez Olmedilla
contesta:
-
“Vea usted, querido Fraschini. Todo esto son partituras de bailes y
piezas populares españolas de la época del Don
Carlos. Hay zarabandas, chaconas, todo cuando haga falta y un poco más.
-
¡Admirable, magnífico, carísimo maestro! No necesito sino tres o
cuatro, media docena a lo sumo, para que Verdi se inspire. Usted ya sabe que él
tiene unas condiciones insuperables de asimilación. Le bastará para compenetrarse
una simple lectura.
-
Encantado, maestro.
-
Pero que no se lo puedo proporcionar.
-
¿Cómo? ¿Por qué, carísimo Barbieri?
-
Por una razón poderosísima.
-
¿Y es...?
-
Que no me da la gana.
Frasquini creía no haber entendido.
-
¿Cómo dice?
- Que no me da la gana, sencillamente! Y esto no es una grosería,
porque yo no estoy obligado a ser cortés con quien no tuvo para mí ni la más
leve atención”
Arrieros
somos. Desde luego si Verdi se comportó como parece, no es extraña la reacción
de Barbieri. Porque, se puede ser un gran compositor, incluso un genio, pero,
aunque está claro que se puede, no se debe ser maleducado.
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