Seb.
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Buenos días, Don Hilarión.
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Hil,
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Buenos días, Don Sebastián. Le he traído estas píldoras …
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Seb.
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¿Unas píldoras? ¿Por qué? No tengo dolor alguno, ni
molestias; vamos que me encuentro como un muchacho.
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Hil.
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Ya lo veo. Es sólo por precaución. Por si le da un
acelerón a su motor, o sea una taquicardia. O se le juntan el aire y la
saliva en el conducto traqueal y entra usted en un episodio espasmódico.
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Seb.
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¡Don Hilarión! ¿Qué ocurre? ¿Me trae usted algún suceso
irreversible y fatal?
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Hil,
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Nada de eso, todo lo contrario. Le traigo una gran
noticia: Ya sé cómo solucionar el futuro de la zarzuela.
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Seb.
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¿El futuro de la zarzuela? ¡Pero eso es estupendo! Y,
dígame, ¿cómo?
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Hil.
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Ahora viene lo peligroso… ¡Creando un partido político!
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Seb.
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¿Eh?
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Hil,
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¿Lo ve? Se ha quedado usted inútil de la facultad del
habla y empieza a enrojecerle la color de la cara. Si en unos segundos no
vuelve usted a respirar, tendré que hacerle tragar la píldora.
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Seb.
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¡Un partido político! ¿Está usted en sus cabales? ¿Corre
sangre por sus venas o se la han cambiado por aguardiente de orujo? ¿Ha sufrido usted un sismo en la cabeza?
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Hil.
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No se preocupe. Estoy bien, no me pasa nada y comprendo
perfectamente su inicial sorpresa. Permítame que se lo explique.
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Seb.
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Hágalo porque su idea me parece más peregrina que la
procesión del Rocío.
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Hil,
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Allá va. Estará usted conmigo en que la zarzuela está muy
olvidada.
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Seb.
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No puede negarse, pero …
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Hil.
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Que está denostada…
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Seb.
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Como los políticos.
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Hil,
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Que está despreciada …
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Seb.
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Como los políticos.
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Hil.
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Que está desprestigiada …
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Seb.
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¡Como los políticos!
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Hil,
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¿Qué hacer, entonces? Seguir el consejo del mismísimo
Napoleón: si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él. Lo cual, traducido, se
esquematiza en dos palabras: ¡hazte político!
¡Eso es lo que hay que hacer! ¡Un partido! Y tendremos
todas las ventajas, gabelas, prerrogativas, chollos y oportunidades que
tienen ellos: los bancos nos darán créditos que no habrá que pagar y no
faltarán amantes del género que aporten caudales por encima o por debajo de
la cuerda. Además, podremos llevar el mensaje del partido, o sea la zarzuela,
por toda España, viajando gratis o al menos como mediopensionistas.
Participaremos en debates que nada solucionan, pero que
nos permitirán hablar de lo nuestro, venga o no a cuento del asunto que se
discuta.
Fíjese, Don Sebastián, ¡hasta podremos increpar
impunemente a la ópera, al fútbol o a la tele, que nos quitan seguidores cada
día!
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Seb.
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Le veo a usted entusiasmado, pero, déme más detalles.
¿Dónde se alineará el partido, en la izquierda o en la derecha?
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Hil.
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Verá usted. Primero pensé colocarlo cerca de una puerta,
por si hubiera que salir a escape, pero luego me dije: Hilarión, el sitio es
el centro, porque la zarzuela no es vieja, ni decrépita, ni vanguardista, o
sea, el partido debe ser equidistante, ambivalente, ambidextro, ambiguo… lo
que ahora llaman un partido bisagra.
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Seb.
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Ya… Antes los llamábamos chaqueteros.
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Hil.
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Nada de chaqueteros. El partido siempre defenderá y votará
lo mejor para el conjunto de los ciudadanos, … teniendo siempre presente
aquella máxima de: el interés bien entendido empieza por uno mismo.
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Seb.
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Perdóneme, querido amigo. No es el interés, sino la
caridad…
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Hil,
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Lo sé, lo sé. Pero como será un partido laico …
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Seb.
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¿Y el nombre? ¿Ha pensado usted en el nombre? ¿En unas
siglas?
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Hil.
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Naturalmente. Se llamará Partido Zarzuelero. Un nombre
corto, identificable (¿qué hay que suene mejor que la zarzuela?). Partido
zarzuelero, PZ.
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Seb.
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Menos mal que hablamos en castellano, si fuera en inglés…
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Hil.
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No le entiendo.
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Seb.
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Usted sabe que casi todas las siglas en castellano son las
mismas en inglés, pero dadas la vuelta: nuestro OTAN es su NATO…. Su partido
sería … ZP.
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Hil,
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¡No lo tome usted a broma, que la cosa es muy seria!
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Seb.
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Perdone, no quería ofenderle. Es que me vino a la cabeza
como un relámpago. Ya sabe usted que aquí el personal es muy fino y no le
cuesta ningún esfuerzo buscarle las cosquillas a uno, los tres pies al gato,
los colores a la molinera… Pero, siga, siga. ¿La estructura organizativa?
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Hil.
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Piramidal, como todos. Pero como el PZ será un partido
mediano, es decir situado en el medio, he pensado que su organización
estructural debe ser algo novedoso, innovador, moderadamente audaz y al
tiempo, de raíces profundas, anclado en el sólido principio básico de la
supervivencia: nadar y guardar la ropa.
El PZ tendrá dos cabezas visibles y pensantes: La mía
(perdone que me ponga el primero) y la suya.
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Seb.
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¿Yo? ¿Un modesto
tendero de barrio convertido en dirigente político? Decididamente, esta mañana ha confundido usted el café con
leche con alguno de los elixires etéreos de su rebotica y se le ha ido el
santo al cielo.
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Hil.
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¡Y dale! Abra usted los ojos de la mente y piense, sin
prejuicios, que no todo es lo que parece. Vamos a ver, ¿quién soy yo?
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Seb.
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¿Usted? Lo primero, un amigo.
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Hil,
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Vale, de cuerdo. ¿Y después?
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Seb.
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Un buen boticario de extrarradio. Simpático y agradable
con su clientela. Caritativo, aunque sé que no le gusta que se sepa.
Discreto, porque si usted hablara, … ¡me río yo de los secretos de confesión!
¡Y un enamorado del bello sexo!
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Hil.
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De las bellas, de las medianas y de las simplemente
resultonas. Usted mismo lo ha dicho: soy caritativo.
Pero tengo otras cualidades. Cuando hace falta, tengo un
carácter rígido y radical. Soy intransigente y cabezón, Hay cosas con las que
no trago y caminos por lo que no transito. No me negará usted que esto, en el
mundo de la política, no es importante. Se puede negociar, ceder, consensuar,
acordar, … pero uno tiene principios básicos inamovibles, y en este mundo se
demuestra con firmeza, con rigor, … o absteniéndose, que viene a ser como
escurrir el bulto, pero en parlamentario.
Además, soy boticario. Es decir, un experto en alquimias,
en mejunjes. En la rebotica estoy siempre rodeado de matraces, pipetas y
tubos de ensayo. Tengo cientos de redomas con los más variados principios
básicos de la farmacopea científica y popular. Algunos son extremadamente
peligrosos, pero de su mezcla y combinación salen medicinas que curan grandes
males. Y yo, el boticario, soy el habilidoso experto que lo hace posible. Soy
casi como un santo milagrero, permítame que presuma un poco.
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Seb.
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Cierto, bien cierto. Usted es capaz de mezclar el hambre
con las ganas de comer y que el enfermo se crea saciado. Usted es capaz,
también, de darle a quien lo necesite un tósigo que le facilite el transporte
al otro barrio, sin los inconvenientes y desagradables trámites aduaneros. Y,
que, además, se lo agradezcan.
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Hil.
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¿No le parecen todas cualidades adaptables al mundo
político?
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Seb.
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Visto desde ese vértice. Pero, dígame, ¿qué pinto yo en
esto? Soy un sencillo comerciante de barrio sin más pretensiones que seguir
viviendo honradamente de mi negocio.
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Hil,
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¿Usted? ¿Un simple mercader? Nada de eso, querido amigo. No se
minusvalore. Usted es un verdadero genio de las finanzas, compra barato y
vende caro. Un mago de las ventas: todo el mundo sabe sus trucos, pero los hace
usted delante de sus narices y nadie los descubre. Tiene usted una envidiable
mano izquierda que muestra a la vista de todos por derecho. Que tiene falta
de efectivo, se monta una campana de dos por una en medias … y las vende como
enteras. Que hay que dar salida a lo almacenado, rebajas por cambio de
temporada o por arqueo. Y, ¿Qué me dice del éxito de los precios del céntimo?
Sí, hombre sí; eso de 9 con 99 en lugar de diez. ¡Quien mejor que usted sabe
que es lo mismo dos duros que cuarenta reales! Si usted se encarga de las
finanzas del partido, le veo capaz de juegos malabares con las ayudas y
subvenciones, y me río de los expertos en ingeniería financiera
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Seb.
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Bueno, Don Hilarión. Usted también es comerciante.
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Hil.
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No señor mío; yo no puedo hacer descuentos porque lo
prohíbe la Ciega,
o sea la Ley. Tampoco
utilizar otros métodos de venta. Fíjese hasta donde llega el asunto que a mi
negocio lo llaman “oficina” y no tienda. Tampoco puedo regatear con mis
parroquianos y en eso es usted un hacha. ¿O me equivoco? Pero, además, es
usted el mejor sicólogo que conozco.
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Seb.
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¿Yo sicólogo? ¡No me diga!
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Hil.
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Lo digo. Usted, y corríjame si me equivoco, sabe al primer
golpe de vista si la que entra por la puerta de su tienda tiene intención de
comprar o sólo busca pegar la hebra. En cuanto la ve, sabe la talla que usa,
el tipo de vestimenta que le conviene, el color adecuado que destaque sus
virtudes y palie sus defectos.
Llega usted más allá, a terrenos de sicología aplicada
porque, una vez que le ha colocado la mercancía, aconseja a su cliente qué
peinado necesita o qué zapatos le cuadran.
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Seb.
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Hombre, Don Sebastián. Eso lo sabe cualquier tendero.
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Hil,
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No sea usted modesto, amigo mío. Le he visto en su tienda
y usted es de los que retuerce la cinta, es decir, de los que riza el rizo. A
todas las mujeres las convence de lo bien que les queda el modelito y si alguna descubre que le
sobresalen las gorduras, usted cambia las lorzas por evidencias de buena
salud y mejor alimentación. Y cuando a un hombre le prueba usted un traje, el
susodicho se yergue poniéndose firme como un capitán general.
Aplique usted esa habilidad a la política del PZ y subimos como la espuma.
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Seb.
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O nos evaporamos como la gaseosa. Y dígame, ¿y los
militantes?
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Hil.
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Por eso no se preocupe. Tenemos muchos porque en este
país, aunque no lo parezca, la gente sigue gustando de la zarzuela. Además,
en cuanto salgamos a la palestra (que no sé muy bien lo que es pero parece el
sitio donde debe esta cualquier partido), tendremos gentes de todas clases:
personas cultivadas amantes de las grandes obras de Barbieri, Arrieta o
Gaztambide; gentes del pueblo llano, enamoradas del género chico; juventud
soñadora de utopías y exotismos que se ven retratadas en las fantasiosas
operetas; gentes de diversa condición enamorados de la comedia musical;
individuos picarones que se emboban con la revista y las piernas de las
intocables vedetes; sujetos que se desternillan con las vicisitudes de los
paletos cuando llegan a la ciudad; campesinos que se burlan de los señoritos
de pan pringado, incapaces de distinguir una vaca lechera de un toro de
lidia… Gente no nos va a faltar, variopinta, desde luego.
No olvide que, en cierto modo, somos un país de zarzuela.
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Seb.
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Veo que lo trae usted todo pensado, Don Hilarión.
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Hil.
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¡Sí señor!. Fíjese que tengo casi preparado un Gobierno,
por si acaso tuviéramos mayoría …
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Seb.
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¿Un Gobierno?
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Hil,
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Pues claro. Mire usted: Para las cosas de Hacienda, ¿quién
mejor que Moniquito y sus compañeros de la tabla de multiplicar de La rosa del azafrán? Al fin y al cabo,
para manejar dineros, con las cuatro reglas es suficiente…
Para Sanidad, nadie como los doctores de El rey que rabió.
Educación la llevaría Leandro, el de Las Leandras, capaz de dirigir en el mismo edificio un colegio
para señoritas remilgadas y una escuela de artes amatorias; un centro
educativo que lo mismo enseña a hacer una tortilla que …. usted ya me
entiende.
Defensa la veo en manos de Gaspar, el gran patriota de El tambor de granaderos.
Del Turismo se ocuparían Los sobrinos del Capitán Grant, que son muy viajados.
Interior podríamos dárselo a cualquier empresario, porque
esos siempre barren para adentro.
En cuanto se me ocurran candidatos para Agricultura,
Vivienda y Obras Públicas, presento los estatutos y listo. ¿Está usted
conmigo para el PZ?
|
Seb.
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Hombre, Don Hilarión, ¡Déjeme usted, al menos, una jornada
de reflexión!
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