Escenografía del Teatro de la Zarzuela 2013 |
Hil.
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¡Buenos días, amigo mío!
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Seb.
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¡Buenos días, nos de Dios a todos!
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Hil.
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A todos, a todos … No sé. A algunos, a lo mejor, tenía que
darles un pescozón.
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Seb.
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¿Y eso? ¿Cómo viene usted tan poco solidario con el género
humano?
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Hil.
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Pues, la verdad, es que he dicho lo dicho, sin mucho
convencimiento. Pero ..
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Seb.
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Pero es que algo le reconcome los intestinos, o sea le
raspa las tripas.
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Hil.
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Pues sí.
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Seb.
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¿Y puede saberse?
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Hil.
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Pues que me he enterado de que a una zarzuela cortita le
han añadido música que originalmente no tiene.
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Seb.
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¡Ay, Don Hilarión! ¡Siempre andamos con lo del tamaño! ¿Y
de qué obra se trata, si no es un secreto?
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Hil.
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Pues de la nueva, de Los
amores de la Inés.
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Seb.
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¿La de Falla? ¿La que ha estado más de cien años
durmiendo?
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Hil.
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Sí señor. Esa.
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Seb.
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Hombre, a lo mejor es que después de un siglo en formol,
le convenía un arreglo para presentarla en sociedad.
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Hil.
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No lo sé, pero a mí estas prácticas me causan inquietud.
Porque, dígame usted, ¿tiene sentido que se estén realizando exigentes y
exhaustivas revisiones musicológicas y luego, al llevar las obras a la
escena, se introduzcan cambios o añadidos? ¿Se está alterando la naturaleza
más íntima de las obra? ¿Por qué y para qué se cambian o se añaden músicas o
textos? ¿Qué es eso de “adaptar” las obras a nuestro tiempo? ¿Busca alguien
convertirse en coautor, con lo que eso significa?
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Seb.
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Plantea usted más interrogantes que el examen de conducir,
pero me temo que no tienen una respuesta definitiva.
A mí, como a usted, en principio estas prácticas no me
entusiasman. Hace muchos años, un gran director de orquesta, hablando de esto
de las versiones, me dijo: “Si lo pruebas, el original es lo mejor”. Hablaba
de música sinfónica, pero creo que viene a ser lo mismo.
Pero quizá haya que dar un margen de confianza. esperar a
ver los resultados. A lo mejor esos añadidos no se notan, incluso, puede que
queden bien.
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Hil.
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Hombre, en este caso, además, seguro que la gente ni se
entera. Porque, verá usted: la música que se ha añadido es del propio Falla,
obras de la misma época más o menos y poco conocidas por la mayoría del
público. Además, como la música original de Los amores no la conoce nadie, salvo, claro está, los que la
están haciendo ahora, pues no podemos saber si nos dan chicha o limoná. ¿Me
entiende usted?.
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Seb.
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¡Claro que sí! ¡Cómo no le voy a entender!
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Hil.
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Pero, déjeme que siga y le conteste a esa idea de si queda
bien el añadido o no. Mire usted, puede que el espectáculo sea bueno, bien
hecho, bien cantado, bien dicho, bien interpretado … Bien, bien, vamos. Pero
no es Los amores … En todo caso
será Los amores de la Inés … Plus.
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Seb.
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Hombre, Don Hilarión. En rigor, no le falta a usted razón,
pero a mí me parece que no hay que llevar las cosas al extremo. Ni por los
que hacen estos arreglos, ni por los que escuchamos. Demos tiempo al tiempo; vayamos al teatro y
juzguemos después.
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Hil.
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Ya, ya. Quizá tenga usted razón. Pero es que esto … no
acaba de convencerme. Pienso en lo que habría dicho –y hecho- don Manuel de
Falla en este caso. Él que era muy exigente con sus cosas, no hay más que
recordar las peleas que tuvo con un franchute cuando estrenó La vida breve en París porque el
susodicho no cumplía, es-tric-ta-men-te, lo firmado.
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Seb.
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Es verdad. ¿Qué habría hecho? Era exigente… pero .. ¿sabe
usted que estrenó su Inés con una
orquesta sin oboe, con una viola y un único contrabajo que estaba siempre en
el bar de la esquina?.
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Hil.
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¡Qué fino es usted, Don Sebastián! ¡Cómo se nota que es un
comercial! Acaba usted de darme, sibilinamente, la puntilla. Ahora tengo más
dudas que antes.
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Seb.
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No se martirice, querido amigo. Vaya usted al teatro, vea
y escuche. Si le gusta, aplauda y si no, márchese a casa, pero no se haga
mala sangre.
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