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miércoles, 25 de diciembre de 2013

NI EL HUEVO, NI LA GALLINA: LA TORTILLA


Teresa Berganza, mezzosoprano madrileña


Seb.

Buenos días, Don Hilarión.

Hil.
Buenos días, Don Sebastián, ¿Cómo le va?

Seb.
¿A mí? Usted es el que tiene que contar. ¿Qué tal la presentación de La del manojo de rosas?

Hil.
¡Ah!, Bien. Como puede imaginar, de una producción que se ha visto varias veces en la Zarzuela no se pueden decir muchas novedades, pero quedó claro que puestas en escena como ésta, que a sus veinticinco años sigue llenando los teatros, demuestran que el género es un espectáculo vivo que gusta a las gentes.

Seb.
Estoy de acuerdo. Usted lo sabe bien. Si a ello añadimos la presencia de buenos cantantes y de un magnifico director de orquesta, los resultados no pueden ser mejores.

Hil.
Tiene usted razón, Don Sebastián, tiene muchísima razón. Cuando la zarzuela se presenta con seriedad y profesionalidad, la zarzuela gusta. Lo que no agrada al personal es que le den gato por liebre, ni que le tomen por el instrumento acústico del vigilante nocturno, como dice un amigo mío, más chulo que un ocho.

Seb.
Ya, ya, pero cuente lo importante, no se haga el remolón.

Hil.
¿Lo importante? ¿Lo importante? La verdad, …

Seb.
Es usted incorregible. ¡Cuánto le gusta hacerme sufrir! Me refiero a la presencia de Doña Teresa Berganza, la gran dama de la música, nuestra señora de la zarzuela. ¿Cómo está? ¿Qué dijo? ¿Por qué estaba allí?


Hil.
Ya me imaginaba que a usted le interesaba Tereza Berganza y no tanto La del manojo de rosas… ¿Qué cómo está? En lo físico, digamos madura, pero con mucha gracia y soltura, ¡no le digo más que dio unos pasos de baile?

Seb.
¿Qué bailó? ¡No puedo creerlo!

Hil.
Puer créalo usted, amigo mío: unos pasos de chotis recordando cuando le dijo a un director de orquesta chino cómo había que tocar el de La Gran Vía. ¿Se lo imagina usted?: Teresa haciendo que el chino la agarre con fuerza, y que se arrime, para hacerlo girar lentamente, a compás, sobre la suela de sus zapatos… ¡Pa grabarlo en vídeo!

Seb.
¡Se les saldrían los ojos a los músicos!

Hil.
Pues no lo sé, porque como tienen las persianas tan entornadas …

Pero sigo. En lo físico, como digo, madurita. En lo del espíritu, como siempre: joven. Con la fuerza y las ganas del principiante, con la ilusión del que vela sus primeras armas, con la fuerza del que está dispuesto a comerse el mundo, pero con la experiencia y sabiduría del que ya se lo ha merendado. Y poniendo toda esa energía, esa vitalidad al servicio de la interpretación de la zarzuela.

Seb.
Lástima que no la hayamos podido ver en la Zarzuela en una producción como Dios manda.

Hil.
Cosas de los empresarios y responsables, que a veces tienen los ojos más cerraos que los chinos.

Seb.
Pero, dígame, Don Hilarión, ¿qué más dijo?

Hil.
Además de cuatro o cinco verdades, muchas cosas. Ya sabe usted que Doña Teresa no es parca en palabras, precisamente. Tiene mucho que decir y lo dice, ¡vaya si lo dice! ¡Alto y claro! Habló de su carrera, de su experiencia, de su excelente relación con Alfredo Kraus…

Pero si tuviera que quedarme con una sola idea, escogería la de Mozart y la zarzuela.

Seb.
¿Mozart? ¿Qué tiene que ver Mozart con la zarzuela?

Hil.
Hasta el otro día, nada. Pero desde ahora, puede decirse que hay una relación, porque Teresa dijo que la zarzuela hay que interpretarla como se hace Mozart. ¡Y ella sabe de lo que habla!

Seb.
Pero, ¿qué hacía allí la Berganza? ¿No irá a cantar la Ascensión de La del manojo? ¿O la Clarita?

Hil.
No, hombre, no, aunque si hiciera la florista, Joaquín, tendría que dejar de ser mecánico y convertirse en ingeniero especialista en automoción para estar a su altura. Y si hiciera el personaje de Clara, el pobre Capó se convertiría en un tartamudo ignorante.

Pero no, Teresa no va a interpretar el sainete de Sorozábal. Teresa estaba allí porque ha querido hacer un regalo al Teatro de la Zarzuela, mejor dicho, a la Zarzuela en general.

Seb.
¿Un regalo? ¿Qué regalo?

Hil.
El mejor que podía hacerle: su arte, su experiencia, su magisterio. Teresa, la Berganza, ha compartido la preparación de esta obra con un plantel de jóvenes cantantes que empiezan en esto de la zarzuela.

Seb.
O sea, como una “master class”, de esas que se llevan ahora.

Hil.
¡Qué “master clas” ni qué gaitas! ¡Mes y medio de ensayos y convivencia! ¡Mes y medio mostrando cómo hay que cantar la zarzuela y cómo hay que decir el texto de la zarzuela.

Seb.
¡Qué buena idea! Los chavales estarán tan contentos.

Hil.
¡Qué le voy a decir! ¡Imagínese! Como si a usted le diera una clase el dueño de El Corte Inglés, o a mí … el de la farmacia El Globo.

Seb.
Y, dígame ¿de quién ha sido la idea? ¿Del teatro o de la cantante?

Hil.
Pues no lo sé. Y no me importa. En esta caso, da igual saber si fue primero el huevo o la gallina. Lo importante es que hay tortilla.



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