Hil.
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Buenos
días, Don Sebastián, ¿qué tal?
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Seb.
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Bien,
muy bien. ¿Y usted?
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Hil.
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Perfectamente,
incluso contento.
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Seb.
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¿Y
eso? ¿Alguna noticia interesante u atractiva? ¿Le ha tocado a usted la
lotería? ¿Se acaba la crisis?
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Hil.
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Nada
de eso. Estoy contento porque se me ha ocurrido una gran idea para
promocionar la zarzuela; si los que pueden hacerlo lo llevan a cabo, será una
verdadera revolución en la historia del género.
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Seb.
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¿Una
idea nueva para promocionar la zarzuela?
Pues usted dirá, porque, perdóneme que se lo señale, me parece que ya
se ha hecho todo lo que se podía. O casi todo.
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Hil.
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Pues
no, querido amigo. Todavía faltan cosas.
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Seb.
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Pues
explíquese; soy todo oídos.
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Hil.
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Verá
usted. Ayer estuve dando un paseo por la Gran Vía. ¡Qué ambiente! Gente por
todos lados, las cafeterías casi llenas, los comercios con mucha clientela,
los escaparates abarrotados, … por fuera, se entiende, pero algo es algo.
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Seb.
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No
me extraña. La Gran Vía es … la Gran Vía.
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Hil.
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Lo
sé, lo sé. Pero lo que más me llamó la atención fue las aglomeraciones
superlativas en las entradas de los teatros. ¡Qué barbaridad! ¡Fíjese que me
dio la impresión de estar en la Quinta Avenida de Nueva York!
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Seb.
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¡Pero
si usted no ha estado nunca en Nueva York!
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Hil.
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Ya
lo sé, ya lo sé, pero es lo mismo.
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Seb.
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Además,
usted, seguramente, quiere decir Broadway, que es donde están los teatros.
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Hil.
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¡Qué
más da! ¡No sea usted picajoso! Lo que quiero decir es que había mucha, mucha
gente, con sus entradas en la mano para ver esos espectáculos musicales importados
que han conquistado España.
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Seb.
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Bueno,
¿y qué? ¿Qué tiene que ver la Gran Vía, la calle, me refiero, con la
zarzuela?
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Hil.
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Mucho,
mucho, querido amigo. La Gran Vía es una de las calles con más vida de la
capital. Esto no se puede discutir.
Ahora
piense usted en calles como Cedaceros, Zorrilla, Los Madrazo, Marqués de Casa
Riera, o la mismísima de Jovellanos, la del Teatro de la Zarzuela. ¿Cuánta
gente ve usted deambular por ellas? ¿Cuántas grandes tiendas hay? ¿Y
escaparates? No se puede comparar con la Gran Vía. ¿Estamos?
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Seb.
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Ya,
ya. Pero no le entiendo.
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Hil.
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Es
muy sencillo. ¡Hay que trasladar el Teatro de la Zarzuela a la Gran Vía!
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Seb.
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¿Cómo?
¿Llevar la Zarzuela a la Gran Vía? ¿Está usted loco? ¿O es que le ha dado en
demasía a alguno de esos elixires alcohólicos que maneja en la rebotica?
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Hil.
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Nada
de eso, amigo mío. No es una idea descabellada. Es lo más lógico.
Usted
es comerciante y sabe que hay que aprovechar las ocasiones, los tiempos, los
sitios… ¿Usted vendería mantas zamoranas en el mes de agosto? ¿No buscan los
comerciantes los locales mejor situados? ¿Pondría una tienda donde no pasaran
ni los espíritus?
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Seb.
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¡Hombre
…!
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Hil.
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¡Pues
es lo mismo. ¡Hay que llevar la zarzuela donde está la gente! ¡A la Gran Vía!
Imagínese:
con los espectáculos tan magníficamente presentados, con cantantes que pueden
ensimismarnos a la luz de una vela porque no necesitan electricidad, con una
orquesta capaz de tocar la “marcha” de Cádiz o las sinfonías de Beethoven, y
con unas zarzuelas que tienen más música que la mayoría de esas comedias
musicales.
Si
el Teatro de la Zarzuela estuviera en la Gran Vía, la gente lo vería, les
picaría la curiosidad y entrarían … De lo demás se encargaría la propia
zarzuela.
Usted
sabe mejor que yo que aquello de que “el buen paño en el arca se vende”, ya
no sirve. El único arca que ha quedado es la de Noé y eso porque ¡tiene una
historia! Ahora funciona “lo que no se anuncia no se vende”, o como diría una
suripanta culta “lo que no se manifiesta al conocimiento público, no se
enajena, ni se arrienda”.
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Seb.
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¡Hombre,
visto desde esa manera! Es cierto que las técnicas de promoción han cambiado
muchísimo, pero lo de “vender la zarzuela” me
provoca unas cosquillas en el estómago.
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Hil.
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¡Bicarbonato,
amigo mío, bicarbonato! Hay que llevar la zarzuela al público, darla a
conocer a las nuevas generaciones, despertar el interés de todos. Me cuesta
darle la razón al Profeta del Islam, pero la tenía cuando dijo aquello de que
“si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma irá a la montaña”. Así que, a subir
cuestas, amigo mío.
Además,
si el Teatro de la Zarzuela se trasladara a la Gran Vía, nuestro teatro
quedaría libre de ciertas influencias negativas que le acechan
permanentemente.
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Seb.
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¿Qué
influencias negativas? No le entiendo.
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Hil.
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Es
muy sencillo, querido amigo. ¿Dónde está el Teatro de la Zarzuela?
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Seb.
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Don
Hilarión, ¡que llevo décadas yendo una o dos veces por semana!
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Hil.
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Ya,
ya. Ya sé que no se pierde usted una función. Pero fíjese, el Teatro está
entre el Congreso de los Diputados y la trasera del Ministerio de Educación.
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Seb.
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¿Y
qué?
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Hil.
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¿Cómo
que qué y qué? El Ministerio de
Educación lleva años sin sacar una Ley decente que libre de la ignorancia a nuestros muchachos; cada
día saben menos y son más torpes que el asa de un cubo.
Y
de los Diputados …. ¡Mejor no hablar!
No hacen una ley a derechas. Bueno, Ni a izquierdas, tampoco.
¿Le
parece a usted que unos y otros son buena compañía?
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