Seb.
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Le
digo a usted, Don Hilarión, que es un buen negocio. Es más, podría ser
nuestro futuro, la base sólida sobre la que asentar nuestra vejez.
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Hil.
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No
sueñe usted con quimeras y asiente los pies en la tierra.
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Seb.
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Insisto
Don Hilarión insisto. Usted y yo somos amigos, ¿no es así?
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Hil.
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Desde
luego, eso es indiscutible.
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Seb.
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Compartimos
ideas, opiniones y gustos, y confiamos el uno en el otro, ¿no es verdad?
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Hil.
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Cierto,
muy cierto.
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Seb.
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Entonces,
¿por qué no podemos asociarnos y explotar esa idea que le acabo de proponer?
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Hil.
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Vamos
a ver, Don Sebastián. Usted me ha sugerido que invente algo para resolver,
corregir u eliminar la contracción repentina de la capacidad torácica, de la
que resulta una liberación violenta del aire de los pulmones, con resultados
sonoros desagradables.
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Seb.
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Supongo
que hablamos de lo mismo. Yo lo que le he propuesto es que invente usted algo
contra la tos: un elixir, una píldora, un caramelo…. Lo que sea, pero que
haga desaparecer inoportunas y molestas toses en el teatro. Fíjese que no le
pido una solución definitiva, basta con que consiga que los individuos
propensos a tales manifestaciones corpóreas molestas e inoportunas, no las
efectúen mientras suenen la música. En su casa de cada uno, o hasta en los
entreactos, si me apura usted, ¡que tosan lo que quieran! ¡Hasta que les
salgan agujetas en el entorno diafragmático!
Usted
invente y déjeme que yo promocione, comercialice u enajene, el “tosicida”.
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Hil.
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Antitusígeno,
quiere usted decir.
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Seb.
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¿Cómo?
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Hil.
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Que
un producto contra la tos se llama antitusígeno, no tosicida.
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Seb.
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Como
usted diga.
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Hil.
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Veamos,
querido amigo. La tos, por mucho que nos resulta incómoda y desagradable, no
es más que el reflejo defensivo de nuestro organismo ante alguna agresión de
distinta naturaleza u origen. Un ejemplo: cuando usted bebe y, por una razón
equis, se le va una gotita de líquido hacia los pulmones, en lugar de hacia
el estómago, que es el destino natural del agua, ¿qué le pasa?
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Seb.
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Pues
que me entra la tos.
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Hil.
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Claro.
Sus pulmones rechazan ese ataque y provocan la tos para despejar totalmente
la tráquea. Si yo le diera a usted algo para anular esa defensa, ¡se
moriría!, Sus pulmones, indefensos y desamparados se encharcarían, los alveolos
se convertirían en un chapatal y habría que transportarlo a usted al lugar
por donde sale el sol.
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Seb.
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¿Para
que se secaran los pulmones?
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Hil.
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¡No,
hombre, no! ¡Ojalá! Me estoy refiriendo al Este, a la sacramental, a la
necrópolis, al camposanto.
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Seb.
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Ya
me hago el croquis. Por eso no le pido un invento definitivo, sino un remedio
temporal. Hágame caso: métase usted en la rebotica, revuelva tubos de ensayo
y matraces, mezcle principios activos y excipientes, y encuentre usted la
fórmula. Luego preséntela en distintas formas, a gusto del consumidor:
elixir, píldora, caramelo, pañuelito impregnado por la milagrosa sustancia …
incluso como solución para fumigar la sala, como aquel ozonopino aéreo que
irrigaba hace tiempo los cines de barrio. ¿Se acuerda?
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Hil.
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¿Y
qué más?
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Seb.
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Algo
fundamental. Añada colores atractivos, algún elemento que endulce, sustancias
odoríferas que atraigan, y, puestos a pedir, un poquito de algún sedante
suave que tranquilice al personal y evite eso que los médicos llaman “tos
nerviosa”. O sea, en cristiano, ¡dore usted la píldora!, que de eso bien
saben los boticarios.
Usted
invente el potingue, yo me encargo del resto.
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Hil.
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¿No
va usted un poco deprisa?
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Seb.
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¡Ni
mucho menos! Ya veo el anuncio:
HILSEB
El remedio inmediato contra la tos.
Alivie sus desagradables espasmos
pulmonares.
Eficaz contra toses mañaneras,
resecas, griposas y perrunas.
Hilseb. Inventado y
fabricado en España.
De venta exclusiva en el Teatro de la
Zarzuela.
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Hil.
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¿Cómo
exclusiva en el Teatro de la Zarzuela? Una medicina hay que venderla en
cualquier botica.
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Seb.
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¡Ay,
amigo mío! Tengo que explicárselo todo. ¡Hilseb no es una medicina! ¡Es un
placebo, un sucedáneo! ¡No cura la tos! ¡La evita lo que dura una romanza o
un dúo. Por eso se venderá solamente en la Zarzuela.
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Hil.
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¿Y
los de la ópera?
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Seb.
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Esos,
como son un poquito estiraos y despreciativos … Bien sabe usted lo difícil
que es erradicar una enfermedad común. Además, alguien tiene que seguir
tosiendo. De lo contrario, ¿Qué sería de los antitusígenos de casta?
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