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miércoles, 15 de enero de 2014

EL ANTITUSÍGENO



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Seb.
Le digo a usted, Don Hilarión, que es un buen negocio. Es más, podría ser nuestro futuro, la base sólida sobre la que asentar nuestra vejez.

Hil.
No sueñe usted con quimeras y asiente los pies en la tierra.

Seb.
Insisto Don Hilarión insisto. Usted y yo somos amigos, ¿no es así?

Hil.
Desde luego, eso es indiscutible.

Seb.
Compartimos ideas, opiniones y gustos, y confiamos el uno en el otro, ¿no es verdad?

Hil.
Cierto, muy cierto.

Seb.
Entonces, ¿por qué no podemos asociarnos y explotar esa idea que le acabo de proponer?

Hil.
Vamos a ver, Don Sebastián. Usted me ha sugerido que invente algo para resolver, corregir u eliminar la contracción repentina de la capacidad torácica, de la que resulta una liberación violenta del aire de los pulmones, con resultados sonoros desagradables.

Seb.
Supongo que hablamos de lo mismo. Yo lo que le he propuesto es que invente usted algo contra la tos: un elixir, una píldora, un caramelo…. Lo que sea, pero que haga desaparecer inoportunas y molestas toses en el teatro. Fíjese que no le pido una solución definitiva, basta con que consiga que los individuos propensos a tales manifestaciones corpóreas molestas e inoportunas, no las efectúen mientras suenen la música. En su casa de cada uno, o hasta en los entreactos, si me apura usted, ¡que tosan lo que quieran! ¡Hasta que les salgan agujetas en el entorno diafragmático!

Usted invente y déjeme que yo promocione, comercialice u enajene, el “tosicida”.

Hil.
Antitusígeno, quiere usted decir.

Seb.
¿Cómo?

Hil.
Que un producto contra la tos se llama antitusígeno, no tosicida.

Seb.
Como usted diga.

Hil.
Veamos, querido amigo. La tos, por mucho que nos resulta incómoda y desagradable, no es más que el reflejo defensivo de nuestro organismo ante alguna agresión de distinta naturaleza u origen. Un ejemplo: cuando usted bebe y, por una razón equis, se le va una gotita de líquido hacia los pulmones, en lugar de hacia el estómago, que es el destino natural del agua, ¿qué le pasa?

Seb.
Pues que me entra la tos.

Hil.
Claro. Sus pulmones rechazan ese ataque y provocan la tos para despejar totalmente la tráquea. Si yo le diera a usted algo para anular esa defensa, ¡se moriría!, Sus pulmones, indefensos y desamparados se encharcarían, los alveolos se convertirían en un chapatal y habría que transportarlo a usted al lugar por donde sale el sol.

Seb.
¿Para que se secaran los pulmones? 

Hil.
¡No, hombre, no! ¡Ojalá! Me estoy refiriendo al Este, a la sacramental, a la necrópolis, al camposanto.

Seb.
Ya me hago el croquis. Por eso no le pido un invento definitivo, sino un remedio temporal. Hágame caso: métase usted en la rebotica, revuelva tubos de ensayo y matraces, mezcle principios activos y excipientes, y encuentre usted la fórmula. Luego preséntela en distintas formas, a gusto del consumidor: elixir, píldora, caramelo, pañuelito impregnado por la milagrosa sustancia … incluso como solución para fumigar la sala, como aquel ozonopino aéreo que irrigaba hace tiempo los cines de barrio. ¿Se acuerda?

Hil.
¿Y qué más?

Seb.
Algo fundamental. Añada colores atractivos, algún elemento que endulce, sustancias odoríferas que atraigan, y, puestos a pedir, un poquito de algún sedante suave que tranquilice al personal y evite eso que los médicos llaman “tos nerviosa”. O sea, en cristiano, ¡dore usted la píldora!, que de eso bien saben los boticarios.

Usted invente el potingue, yo me encargo del resto.

Hil.
¿No va usted un poco deprisa?

Seb.
¡Ni mucho menos! Ya veo el anuncio:

HILSEB
El remedio inmediato contra la tos.
Alivie sus desagradables espasmos pulmonares.
Eficaz contra toses mañaneras, resecas, griposas y perrunas.

Hilseb. Inventado y fabricado en España.
De venta exclusiva en el Teatro de la Zarzuela.

Hil.
¿Cómo exclusiva en el Teatro de la Zarzuela? Una medicina hay que venderla en cualquier botica.

Seb.
¡Ay, amigo mío! Tengo que explicárselo todo. ¡Hilseb no es una medicina! ¡Es un placebo, un sucedáneo! ¡No cura la tos! ¡La evita lo que dura una romanza o un dúo. Por eso se venderá solamente en la Zarzuela.

Hil.
¿Y los de la ópera?

Seb.
Esos, como son un poquito estiraos y despreciativos … Bien sabe usted lo difícil que es erradicar una enfermedad común. Además, alguien tiene que seguir tosiendo. De lo contrario, ¿Qué sería de los antitusígenos de casta?


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