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lunes, 24 de febrero de 2014

CURRO VARGAS: OBRA MAESTRA


Escena del primer acto (Foto. T. Zarzuela)


Curro Vargas (Drama lírico en tres actos de Joaquín Dicenta y Manuel Paso Cano. Música de Ruperto Chapí). C. Faus. M. Martín. R. González. A. Frías. A. Roy. I. Lozano. M. Moncloa. G. Bullón. Escolanía Cantorium. Banda La Lira de Pozuelo. Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director musical: Guillermo García-Calvo. Director de escena: Graham Vick. Teatro de la Zarzuela, 23-2-2014.

Al enfrentarme a Curro Vargas, como a otras obras líricas españolas, podría comenzar echando mi cuarto a espadas sobre si esto es ópera o zarzuela. “Drama lírico” la llamaron sus autores, y no hay razón alguna para buscar –con más o menos justificaciones– otra denominación. Es suficiente. Va siendo hora de ir arrinconando discusiones bizantinas que a nada conducen.

En lo que todo el mundo está de acuerdo es en que se trata de un “obrón”, no sólo por su amplia duración, sino por la intensidad dramática, teatral y musical que ofrece. Curro Vargas es grande, y grandiosa. Parece mentira que esta página haya estado olvidada durante tanto tiempo cuando nos gastamos los dineros de todos en espectáculos de muchísima menor calidad.

Curro Vargas es una obra de enorme intensidad, no sólo por el tema (tantas veces utilizado a lo largo de la historia), sino por su tratamiento y desarrollo. Las partes habladas, en verso – en un verso muy difícil de decir – funcionaría perfectamente en el teatro hablado. En lo musical, el trabajo de Chapí es inmenso: orquestación brillante, con una preciosista gama de colores, con energía, potencia y vigor y con una impresionante construcción de la estructura sonora en los finales de los tres actos.


Curro Vargas ha sido presentada completa, como fue imaginada y escrita. No es poco a la vista de los desmanes que hemos soportado. En el espectáculo que comento, no escuché queja alguna por las tres horas y media largas que dura; los espectadores estuvieron sentados en sus butacas aplaudiendo, salvo por los que están parecen estar esperando el último acorde para salir corriendo (Ayer, con la sala totalmente a oscuras, temí que alguno cayera en el pasillo del patio de butacas).

Bromas aparte, el Teatro de la Zarzuela ha conseguido un gran triunfo con esta nueva producción. Merece nuestras felicitaciones. Un espectáculo de primer nivel, una gran puesta en escena, el empleo de todos los medios necesarios, un equipo artístico muy bueno y, sobre todo, equilibrado.

Los protagonistas son, evidentemente, Curro y Soledad, los enamorados. Él fue interpretado por el tenor asturiano Alejandro Roy. Papel difícil, largo y duro. Mucho tiempo en escena y con numerosos escollos técnicos felizmente superados. Ella fue la mezzo valenciana Cristina Faus, construyó un personaje de amplio registro, con exigencias en los extremos de su tesitura, de manera convincente. Tanto uno como la otra pueden inscribir esta representación como un hito en su carrera.

Los papeles “secundarios” tienen en Curro Vargas mucha importancia, aunque su presencia en el desarrollo argumental pueda parecer menor, comparada con la fuerza de los protagonistas. Don Mariano, esposo de Soledad fue responsabilidad de Marco Moncloa, barítono barcelonés que resolvió con eficacia un papel al que los libretistas han despojado de intensidad dramática en el tercer acto. Gerardo Bullón, madrileño, dio vida al Capitán Velasco, un papel sin demasiada relevancia dramática en la historia, para el que tiene medios más que suficientes. Airam de Acosta, barítono canario, fue el Alcalde, rol en el que acentuó demasiado el típico lenguaje andaluz. (En este tema del lenguaje habría que destacar cómo Dicenta y Paso  hacen hablar a alguno de sus personajes en “andaluz” (para entendernos) y, sin embargo, para los protagonistas evitan estas “tipicidades” tan presentes en el teatro. La Tía Emplastos, típico ejemplo de la mujer cotilla y metomentodo, fue muy bien servida por la soprano malagueña Aurora Frías.
 
Milagros Martín y Luis Álvarez. Foto: T. Zarzuela)
Mención aparte merecen la pareja formada por el Padre Antonio y Doña Angustias, magníficamente interpretados por Luis Álvarez y Milagros Martín. Ambos pusieron sobre las tablas la experiencia y el conocimiento de nuestro género lírico, ambos supieron decir sus largos parlamentos hablados con fuerza, con convicción y hasta maestría. En la parte cantada, cumplieron aunque sus voces acusan el paso del tiempo.

El Coro titular del teatro tuvo, a mi entender, uno de las mejores actuaciones de las últimas temporadas. Sonó con cohesión y empaste (¡qué bien los bajos en la procesión!), cantando dentro y fuera y ocupando tanto la escena como los palcos de proscenio. En cuanto a la orquesta, un sobresaliente. Cubrió una gama dinámica extraordinariamente dilatada, desde el pianísimo del arpa hasta los fortísimos de los finales de los tres actos. Fuerza y energía, pero nunca estridencias. Felicitaciones al maestro García Calvo que, a pesar de la potencia sonora de que disponía, supo mantenerse siempre al servicio de las voces.

También fue destacada la intervención de la Banda La Lira de Pozuelo, en escena –como era habitual hace un siglo– dando color al cuadro de la procesión y al de la fiesta.

En lo que tiene relación con la puesta en escena, debo decir que funcionó perfectamente. Los movimientos de actores y del coro, medidos hasta el detalle, fueron capaces de dar sentido a muchos momentos musicales (los dúos y las arias, fundamentalmente), que por su duración podrían haber resultado “pesados”. No entendí muy bien el significado de la cruz y la imagen de la Virgen durante toda la obra, tampoco el vestuario que no me parece que encaje con la época en que se desarrolla la historia Pero lo que me desorientó, aunque no me sorprendió, fue el tratamiento de la procesión. Hubo protestas y algún grito de “fuera”. La verdad es que la visualización fue inadecuada, inoportuna, incongruente e, incluso, iurreverente. ¿A qué viene la presencia de un crucificado vejado por los soldados, de un ahorcado (¿Judas?), de las cuatro minifalderas que portan la Virgen? ¿Desconoce el responsable el sentido religioso tradicional de los pueblos andaluces? ¿Por  qué mezclar elementos de la Semana Santa con lo que es la procesión de la patrona de un pueblo, o una romería? ¿Qué se busca, qué mensaje se quiere transmitir? ¿Llamar la atención? ¿Revolver las tripas del espectador? ¿Reivindicar algo?

Aparte de estas cuestiones, la pregunta más importante es ¿qué añade este planeamiento al imponente drama lírico Curro Vargas? Sinceramente creo que nada. 

Vidal Hernando.

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