Escena del primer acto (Foto. T. Zarzuela) |
Curro Vargas (Drama lírico en tres
actos de Joaquín Dicenta y Manuel Paso Cano. Música de Ruperto Chapí). C. Faus.
M. Martín. R. González. A. Frías. A. Roy. I. Lozano. M. Moncloa. G. Bullón.
Escolanía Cantorium. Banda La Lira de Pozuelo. Coro del Teatro de la Zarzuela.
Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director musical: Guillermo García-Calvo.
Director de escena: Graham Vick. Teatro de la Zarzuela, 23-2-2014.
Al enfrentarme
a Curro Vargas, como a otras obras
líricas españolas, podría comenzar echando mi cuarto a espadas sobre si esto es
ópera o zarzuela. “Drama lírico” la llamaron sus autores, y no hay razón alguna
para buscar –con más o menos justificaciones– otra denominación. Es suficiente.
Va siendo hora de ir arrinconando discusiones bizantinas que a nada conducen.
En lo que todo
el mundo está de acuerdo es en que se trata de un “obrón”, no sólo por su
amplia duración, sino por la intensidad dramática, teatral y musical que
ofrece. Curro Vargas es grande, y
grandiosa. Parece mentira que esta página haya estado olvidada durante tanto
tiempo cuando nos gastamos los dineros de todos en espectáculos de muchísima
menor calidad.
Curro Vargas es una
obra de enorme intensidad, no sólo por el tema (tantas veces utilizado a lo
largo de la historia), sino por su tratamiento y desarrollo. Las partes habladas,
en verso – en un verso muy difícil de decir – funcionaría perfectamente en el
teatro hablado. En lo musical, el trabajo de Chapí es inmenso: orquestación
brillante, con una preciosista gama de colores, con energía, potencia y vigor y
con una impresionante construcción de la estructura sonora en los finales de
los tres actos.
Curro Vargas ha sido
presentada completa, como fue imaginada y escrita. No es poco a la vista de los
desmanes que hemos soportado. En el espectáculo que comento, no escuché queja
alguna por las tres horas y media largas que dura; los espectadores estuvieron
sentados en sus butacas aplaudiendo, salvo por los que están parecen estar esperando
el último acorde para salir corriendo (Ayer, con la sala totalmente a oscuras,
temí que alguno cayera en el pasillo del patio de butacas).
Bromas aparte,
el Teatro de la Zarzuela ha conseguido un gran triunfo con esta nueva
producción. Merece nuestras felicitaciones. Un espectáculo de primer nivel, una
gran puesta en escena, el empleo de todos los medios necesarios, un equipo
artístico muy bueno y, sobre todo, equilibrado.
Los protagonistas
son, evidentemente, Curro y Soledad, los enamorados. Él fue interpretado por el
tenor asturiano Alejandro Roy. Papel difícil, largo y duro. Mucho tiempo en
escena y con numerosos escollos técnicos felizmente superados. Ella fue la
mezzo valenciana Cristina Faus, construyó un personaje de amplio registro, con
exigencias en los extremos de su tesitura, de manera convincente. Tanto uno
como la otra pueden inscribir esta representación como un hito en su carrera.
Los papeles
“secundarios” tienen en Curro Vargas mucha
importancia, aunque su presencia en el desarrollo argumental pueda parecer
menor, comparada con la fuerza de los protagonistas. Don Mariano, esposo de
Soledad fue responsabilidad de Marco Moncloa, barítono barcelonés que resolvió
con eficacia un papel al que los libretistas han despojado de intensidad
dramática en el tercer acto. Gerardo Bullón, madrileño, dio vida al Capitán
Velasco, un papel sin demasiada relevancia dramática en la historia, para el
que tiene medios más que suficientes. Airam de Acosta, barítono canario, fue el
Alcalde, rol en el que acentuó demasiado el típico lenguaje andaluz. (En este
tema del lenguaje habría que destacar cómo Dicenta y Paso hacen hablar a alguno de sus personajes en
“andaluz” (para entendernos) y, sin embargo, para los protagonistas evitan
estas “tipicidades” tan presentes en el teatro. La Tía Emplastos, típico
ejemplo de la mujer cotilla y metomentodo, fue muy bien servida por la soprano
malagueña Aurora Frías.
Mención aparte
merecen la pareja formada por el Padre Antonio y Doña Angustias, magníficamente
interpretados por Luis Álvarez y Milagros Martín. Ambos pusieron sobre las
tablas la experiencia y el conocimiento de nuestro género lírico, ambos
supieron decir sus largos parlamentos hablados con fuerza, con convicción y
hasta maestría. En la parte cantada, cumplieron aunque sus voces acusan el paso
del tiempo.
El Coro
titular del teatro tuvo, a mi entender, uno de las mejores actuaciones de las
últimas temporadas. Sonó con cohesión y empaste (¡qué bien los bajos en la
procesión!), cantando dentro y fuera y ocupando tanto la escena como los palcos
de proscenio. En cuanto a la orquesta, un sobresaliente. Cubrió una gama
dinámica extraordinariamente dilatada, desde el pianísimo del arpa hasta los
fortísimos de los finales de los tres actos. Fuerza y energía, pero nunca
estridencias. Felicitaciones al maestro García Calvo que, a pesar de la
potencia sonora de que disponía, supo mantenerse siempre al servicio de las
voces.
También fue
destacada la intervención de la Banda La Lira de Pozuelo, en escena –como era
habitual hace un siglo– dando color al cuadro de la procesión y al de la fiesta.
En lo que
tiene relación con la puesta en escena, debo decir que funcionó perfectamente.
Los movimientos de actores y del coro, medidos hasta el detalle, fueron capaces
de dar sentido a muchos momentos musicales (los dúos y las arias,
fundamentalmente), que por su duración podrían haber resultado “pesados”. No
entendí muy bien el significado de la cruz y la imagen de la Virgen durante
toda la obra, tampoco el vestuario que no me parece que encaje con la época en
que se desarrolla la historia Pero lo que me desorientó, aunque no me
sorprendió, fue el tratamiento de la procesión. Hubo protestas y algún grito de
“fuera”. La verdad es que la visualización fue inadecuada, inoportuna, incongruente
e, incluso, iurreverente. ¿A qué viene la presencia de un crucificado vejado por
los soldados, de un ahorcado (¿Judas?), de las cuatro minifalderas que portan
la Virgen? ¿Desconoce el responsable el sentido religioso tradicional de los
pueblos andaluces? ¿Por qué mezclar
elementos de la Semana Santa con lo que es la procesión de la patrona de un
pueblo, o una romería? ¿Qué se busca, qué mensaje se quiere transmitir? ¿Llamar
la atención? ¿Revolver las tripas del espectador? ¿Reivindicar algo?
Aparte de
estas cuestiones, la pregunta más importante es ¿qué añade este planeamiento al
imponente drama lírico Curro Vargas?
Sinceramente creo que nada.
Vidal
Hernando.
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