Seb.
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Buenos
días, Don Hilarión.
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Hil.
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Que
los hados le sean propicios en la jornada que se inicia, dilecto amigo.
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Seb.
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¡Uy,
uy, uy! Por el contenido y el continente de su saludo, infiero que está usted
contento. ¿Me equivoco?
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Hil.
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No.
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Seb.
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Y,
puede pasar a dominio público la razón, causa u origen de su satisfacción
matutina?
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Hil.
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Se
lo diré en pocas palabras: he encontrado la solución para la zarzuela.
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Seb.
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¿No
me diga?
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Hil.
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Sí
le digo.
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Seb.
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Explíquese.
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Hil.
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Me
manifiesto. Usted sabe que llevo dándole vueltas a la cabeza, dicho sea en
sentido metafórico, para hallar una salida a la crisis de la zarzuela.
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Seb.
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Lo
sé.
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Hil.
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Y
también conoce, porque es este tema es usted confidente a la par que amigo, que
nada había descubierto.
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Seb.
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Lo
conozco.
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Hil.
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Pues
eso se ha acabao y se ha arrematao, como dicen en La verbea…porque anoche …
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Seb.
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…
ha encontrado usted una solución.
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Hil.
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Sí,
señor. Anoche vi la luz, encontré tierra al final de la dura travesía por el
proceloso mar los fracasos, se satisficieron mis esperanzas y se colmaron mis
ilusiones.
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Seb.
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¿Todo
a la vez, y de noche?
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Hil.
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No
se burle, Don Sebastián. Es que el descubrimiento ha sido tan grande que
disfruto rememorándolo.
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Seb.
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Pero,
¿me lo va a contar, o lo va a disfrutar usted solo?
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Hil.
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Perdone,
Don Sebastián. Allá voy. Usted sabe que llevo dándole vueltas a la cabeza …
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Seb.
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Eso
lo ha dicho usted antes.
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Hil.
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Ya,
ya. Era para coger el hilo …
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Seb.
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Pues,
áteselo al dedo y siga.
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Hil.
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Pretendía
la solución enfrentando el problema desde el calor de los sentimientos, desde
el corazón. Y no encontraba nada. Y era natural.
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Seb.
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¿Cómo
que natural?
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Hil.
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Pues
claro. Mire usted, querido amigo. Cada parte del cuerpo humano sirve para una
cosa concreta: las piernas para andar …
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Seb.
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…
y para jugar al fútbol … y para meter la pata…
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Hil.
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…
las manos para comer, los ojos para ver, el oído para oír, el corazón para
querer a nuestros semejantes …
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Seb.
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… y semejantas …
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Hil.
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Y,
para pensar … está la cabeza.
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Seb.
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Bueno,
bueno: hay quien piensa con los pies.
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Hil.
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No
me interrumpa, por favor. No estoy hablando de políticos.
Lo
que quiero decirle es que yo buscaba la solución desde el cariño, y me di
cuenta de que tenía que abandonar la vía humanística para circular por la
frialdad del camino científico. Y después de respirar profundamente, me
encaminé hacia la vereda deductiva.
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Seb.
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Y,
¿cuál fue su primer paso?
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Hil.
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Hacerme
a mí mismo las preguntas elementales, las más básicas, las que fundamentan y
asientan todo el edificio del conocimiento humano.
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Seb.
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Déjese
de retóricas. ¿Qué preguntas? ¿De
dónde venimos; a dónde vamos?
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Hil.
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Ni
hablar. Me interrogué sobre ¿qué es lo más popular de estos tiempos, lo que
más interesa a la mayoría, lo que está en boca de todos…?
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Seb.
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¿La
política?
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Hil.
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No,
hombre, no. Eso sólo interesa a los políticos y a los periodistas
subvencionados que viven de ella. El día que al pueblo le interese la
política,… se acabaron los políticos.
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Seb.
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¿El
poder? ¿El dinero?
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Hil.
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Tampoco.
Eso sólo interesa a los que lo pretenden y a los que lo tienen. Unos para
alcanzarlo, otros para no perderlo.
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Seb.
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¿Las
mujeres, el sexo?
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Hil.
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No
lo cera, amigo mío, por mucho que le digan. Las mujeres … solo preocupan a
los hombres, que somos más o menos la mitad del mundo. Y en cuanto al sexo, …
lo que importa, lo que interesa es “hablar de”, “presumir de” … contar la
película, vamos, aunque protagonizarla … sea otra cosa.
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Seb.
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Me
descoloca usted, Don Hilarión. Si no es la política, el poder, el dinero, la
mujer o el sexo, ¿qué puede ser?
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Hil.
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A
ver, Don Sebastián, piense usted … con los pies.
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Seb.
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¡Ah,
Don Hilarión ! ¿Qué sibilino! Usted se refiere, al fútbol, y, por extensión,
al deporte.
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Hil.
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Caliente,
caliente, aunque más que al deporte me refiero a la competición, en general.
Fíjese que, cuando el deporte de verdad tiene poder de convocatoria y mueve
masas, es cuando sobre él se coloca,
se impone la competición, cuando se establece una pugna.
Cuando
esto ocurre, la gente toma partido, se crean bandos, se endiosan individuos o
equipos y se desprecia a otros. Se crea la pasión y ello llena estadios,
ocupa los noticiarios, inspira a periodistas y escribientes… En fin, usted ya
sabe.
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Seb.
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¿Y
qué pretende usted? ¿Convertir la zarzuela en un deporte? ¿Regular, con la
rigidez de un reglamento, los contenidos de una romanza o un dúo? ¿Establecer
cuánto ha de durar cada acto? ¿Qué haya zarzuelas de tenores contra
barítonos, como los partidos de solteros contra casados?
¡Ay,
señor boticario! Que empiezo a creer que la suya es una profesión de riesgo y
que usted pasa muchas horas en la rebotica.
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Hil.
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No
se precipite, amigo mío. De todo esto, hay que quedarse con la idea básica,
con la semilla y adaptarla a nuestro terreno. La zarzuela necesita de ese
apasionamiento que nace de la competencia; a la gente hay que darles iconos;
los divos arrastran a la masa y crean público. Y para seguir en el candelero
hay que trabajar, y los que quieran parecerse a ellos tienen que trabajar
mucho más.
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Seb.
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Pero,
¿no cree usted que convertiríamos los teatros el lugares de escándalo y bronca?
Usted sabe, como yo, que cuando la afición y el entusiasmo se desbordan…
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Hil.
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No
se preocupe, amigo mío. Ya no somos como antes; nos hemos aplacado. Ahora,
cuando en un espectáculo zarzuelero se nos toma el pelo y se nos engaña, ¿qué
ocurre? Nada. ¿Esperamos al responsable a la salida para mostrarle nuestro
enfado?
No,
amigo mío, no. Claro que, cuando una función consigue entusiasmarnos, tampoco
sacamos a hombros a nadie.
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Seb.
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Hombre,
un poquito pusilánimes sí que somos. Pero sigamos, admitamos la idea a
trámite, como dicen en el Congreso. ¿Ha discurrido esa cabeza de usted tan
brillante, alguna idea concreta? O, va a quedarse en los condicionales?:
“Habría que…, sería necesario…, si se hiciera…, en el caso de que….,
considerando …
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Hil.
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Tengo
un plan. Y lo voy a poner en marcha. Es un secreto, así que no becesito
decirle …
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Seb.
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Soy
una tumba.
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Hil.
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Me
fío. Voy a montar una claque, pero no como las de antes; no. Va a ser una
claque moderna, utilizando los medios modernos, la tecnología más puntera,
las herramientas más sofisticadas. No puedo darle detalles, pero va a ser de
órdago.
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Seb.
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¿Y
cree usted que dará resultados?
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Hil.
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¡Pues
claro! ¡Como mis emplastos para el dolor de muelas!
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