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miércoles, 12 de marzo de 2014

FALLÓ EL PÚBLICO

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Seb.
¿Qué tal, Don Hilarión? Hace algunos días que no le veo.

Hil.
He estado ocupado con asuntos ineludibles.

Seb.
¿No habrán sido de faldas?

Hil.
Pues … sí, señor. De faldas. Pero de faldas de mesa camilla, oséase, asuntos familiares, domésticos.

Seb.
¡Ah, bueno! Si la cosa ha sido de consanguinidad … Espero que haya salido usted indemne…

Hil.
Sí, señor. Totalmente. Por suerte, y por mis buenos oficios, la sangre no llegó al río. Vamos, ¡ni siquiera un leucocito ha sucumbido!


Seb.
¡Estupendo! Pues dejemos a la familia donde debe estar y vayamos a lo nuestro, a las cosas de la zarzuela. ¿Cómo van?

Hil.
Pues mire usted. Estoy un poco enfadado con el público.

Seb.
¿Con el público? Así, en general, sin concretizar …

Hil.
Sí, amigo mío, con el público.

Seb.
Y, ¿puede saberse la causa, el origen, la razón?

Hil.
Pues claro. No solo puede, sino que debe saberse.

Seb.
Pues hable. Mi trompa de Eustaquio está a su entera disposición.

Hil.
Escuche. Mi enfado se cimenta en que el público no se ha comportado como debía en la última representación zarzuelera.

Seb.
¿Y eso? ¿Ha habido bronca, pelea, conflicto…? ¿Algún intento de agresión, algún insulto extemporáneo o la expresión recordatoria hacia algún familiar?

Hil.
No señor, nada de eso. La cosa ha sido que han asistido al teatro menos personas de lo que suele ser habitual.

Mire usted. El Teatro de la Zarzuela, de Madrid suele tener un 85% de ocupación; es decir que de cada cien butacas se ocupan ochenta y cinco; o sea 850 de cada mil … Y así sucesivamente. Persona más o persona menos.

Seb.
Ya le entiendo, no hace falta que me de detalles. Comprendo que es un porcentaje muy alto.

Hil.
Alto, sí señor, porque la zarzuela gusta. Sin embargo a la última, según fuentes bien informada, o sea los que están en el ajo, digo en el teatro, hablan en esta ocasión de un 60 por ciento, es decir, 60 de cada cien, o sea …

Seb.
No me haga más cuentas. Lo entiendo. Pero tampoco está tan mal. Un 60 por ciento, es como decir un aprobado alto.

Hil.
Pero tenía que haber sido notable; ¡qué digo!, ¡sobresaliente!.

Mire usted, Don Sebastián. La obra que han puesto es una cosa musicalmente magnífica; nada tiene que envidiar a ninguna de las grandes zarzuelas, ni siquiera a las óperas de campanillas de su tiempo. ¡Qué línea de canto! ¡Qué orquestación! ¡Qué nivel vocal exige a los protagonistas! ¡Qué manera de construir los finales de cada acto! ¡Qué intensidad dramática!

Seb.
Si no es cosa de la música, a lo mejor es de la letra …

Hil.
¿Del texto? ¡Ni hablar! Los versos, porque está en verso, son densos, apretados, fuertes. Duros en el contenido, como corresponde a la tragedia que narran.

Seb.
¿Y la interpretación? A lo mejor ha corrido la voz de que los cantantes no estaban a la altura…

Hil.
No, señor, tampoco. Al contrario, desde el primer momento se sabía que cantantes y actores eran de alto nivel, como se ha visto y oído cada día.

Seb.
Habrá fallado la publicidad. Ya sabe usted lo que yo digo: lo que no se anuncia, no se vende.

Hil.
Equivocado, Don Sebastián, equivocado. Otra vez.

Usted sabe que no me gusta exagerar, pero diría que  esta representación ha sido la que más se ha anunciado. La noticia de que se recuperaba esta impresionante partitura ha salido hasta en periódicos que no suelen ocuparse de la zarzuela.

Seb.
Me han dicho que la obra es muy larga. ¿No habrá influido?

Hil.
Mire usted, eso es un error de concepto y de terminología. La obra dura bastante, casi cuatro horas, es cierto, pero no es larga. Otras zarzuelas, de menor duración, provocan el síntoma del C.I., es decir del culo inquieto, y usted perdone la expresión.

Además, ¿ha pensado usted en que estas obras “largas”, son un buen negocio: ¡le dan más música por el mismo precio!

Seb.
Entonces, ¿por qué no se ha llenado el teatro?

Hil.
Porque el público, la gente, la multitud, así, en conjunto … es ignorante.

Seb.
¡Hombre, Don Hilarión!

Hil.
¡Sí, señor! Mire usted. Las personas, de una en una, son como son; cada cual es cada cual, y cada uno es cada uno. Pero, en grupo, en masa --- ¡qué quiere que le diga!

Cuando las personas se convierten en gente …

Y luego están los prejuicios … Las etiquetas.


Seb.
¿Cómo los prejuicios?

Hil.
¡Pues claro! Eso de que la obra es un rollo, que dura más que un par de botas,… que si veristas … que si wagneriana … que si …. ¡mediopensionista! ¡Pero si no la conocía nadie!

Seb.
¡Ay, amigo mío! ¡Los prejuicios! ¡Qué daño hacen!

Hil.
¡No me lo cuente! Al teatro habría que ir en “pp”.

Seb.
No se meta usted en política.

Hil.
¡Qué política ni que dos unidades, o sea, ocho cuartos. PP quiere decir en pelota picada. Sin ideas preconcebidas; entrar en la sala y dejar atrás todo. Sentarse en la butaca y abrir ojos y oídos para ver y escuchar. Ver qué nos sorprende; escuchar qué nos emociona.

Dejar que la música, el canto y la imagen nos invadan, nos llenen, nos hagan reír o atenacen nuestra garganta, o provoquen en nuestra espalda un escalofrío.

Insisto: al teatro hay que ir en plan  “pp”; mejor dicho, en plan “ppp”...

Seb.
¿Tres pés?

Hil.
Pelota picada y sin prejuicios.

Seb.
Dígame, amigo mío. Me han rumoreado que esa obra se iba a poner en el Real.

Hil.
Eso se dice. Pero no lo han hecho. Parece que al Teatro Real no le interesa mucho la música española. Menos mal que ahí está la Zarzuela. Otra vez dando la cara por lo nuestro, como ya hizo con La vida breve, …

Pero de eso, si le interesa, hablamos otro día. Ahora tengo que dejarle; con la conversación se me ha ido el virtuoso al firmamento, o sea el santo al cielo. y tengo que abrir la botica,



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