Seb.
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¿Qué
tal, Don Hilarión? Hace algunos días que no le veo.
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Hil.
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He
estado ocupado con asuntos ineludibles.
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Seb.
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¿No
habrán sido de faldas?
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Hil.
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Pues
… sí, señor. De faldas. Pero de faldas de mesa camilla, oséase, asuntos
familiares, domésticos.
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Seb.
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¡Ah,
bueno! Si la cosa ha sido de consanguinidad … Espero que haya salido usted
indemne…
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Hil.
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Sí,
señor. Totalmente. Por suerte, y por mis buenos oficios, la sangre no llegó
al río. Vamos, ¡ni siquiera un leucocito ha sucumbido!
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Seb.
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¡Estupendo!
Pues dejemos a la familia donde debe estar y vayamos a lo nuestro, a las
cosas de la zarzuela. ¿Cómo van?
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Hil.
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Pues
mire usted. Estoy un poco enfadado con el público.
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Seb.
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¿Con
el público? Así, en general, sin concretizar …
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Hil.
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Sí,
amigo mío, con el público.
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Seb.
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Y,
¿puede saberse la causa, el origen, la razón?
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Hil.
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Pues
claro. No solo puede, sino que debe saberse.
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Seb.
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Pues
hable. Mi trompa de Eustaquio está a su entera disposición.
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Hil.
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Escuche.
Mi enfado se cimenta en que el público no se ha comportado como debía en la
última representación zarzuelera.
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Seb.
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¿Y
eso? ¿Ha habido bronca, pelea, conflicto…? ¿Algún intento de agresión, algún
insulto extemporáneo o la expresión recordatoria hacia algún familiar?
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Hil.
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No
señor, nada de eso. La cosa ha sido que han asistido al teatro menos personas
de lo que suele ser habitual.
Mire
usted. El Teatro de la Zarzuela, de Madrid suele tener un 85% de ocupación;
es decir que de cada cien butacas se ocupan ochenta y cinco; o sea 850 de
cada mil … Y así sucesivamente. Persona más o persona menos.
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Seb.
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Ya
le entiendo, no hace falta que me de detalles. Comprendo que es un porcentaje
muy alto.
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Hil.
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Alto,
sí señor, porque la zarzuela gusta. Sin embargo a la última, según fuentes
bien informada, o sea los que están en el ajo, digo en el teatro, hablan en
esta ocasión de un 60 por ciento, es decir, 60 de cada cien, o sea …
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Seb.
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No
me haga más cuentas. Lo entiendo. Pero tampoco está tan mal. Un 60 por
ciento, es como decir un aprobado alto.
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Hil.
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Pero
tenía que haber sido notable; ¡qué digo!, ¡sobresaliente!.
Mire
usted, Don Sebastián. La obra que han puesto es una cosa musicalmente
magnífica; nada tiene que envidiar a ninguna de las grandes zarzuelas, ni
siquiera a las óperas de campanillas de su tiempo. ¡Qué línea de canto! ¡Qué
orquestación! ¡Qué nivel vocal exige a los protagonistas! ¡Qué manera de
construir los finales de cada acto! ¡Qué intensidad dramática!
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Seb.
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Si
no es cosa de la música, a lo mejor es de la letra …
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Hil.
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¿Del
texto? ¡Ni hablar! Los versos, porque está en verso, son densos, apretados,
fuertes. Duros en el contenido, como corresponde a la tragedia que narran.
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Seb.
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¿Y
la interpretación? A lo mejor ha corrido la voz de que los cantantes no
estaban a la altura…
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Hil.
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No,
señor, tampoco. Al contrario, desde el primer momento se sabía que cantantes
y actores eran de alto nivel, como se ha visto y oído cada día.
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Seb.
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Habrá
fallado la publicidad. Ya sabe usted lo que yo digo: lo que no se anuncia, no
se vende.
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Hil.
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Equivocado,
Don Sebastián, equivocado. Otra vez.
Usted
sabe que no me gusta exagerar, pero diría que
esta representación ha sido la que más se ha anunciado. La noticia de
que se recuperaba esta impresionante partitura ha salido hasta en periódicos
que no suelen ocuparse de la zarzuela.
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Seb.
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Me
han dicho que la obra es muy larga. ¿No habrá influido?
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Hil.
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Mire
usted, eso es un error de concepto y de terminología. La obra dura bastante,
casi cuatro horas, es cierto, pero no es larga. Otras zarzuelas, de menor
duración, provocan el síntoma del C.I., es decir del culo inquieto, y usted
perdone la expresión.
Además,
¿ha pensado usted en que estas obras “largas”, son un buen negocio: ¡le dan más
música por el mismo precio!
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Seb.
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Entonces,
¿por qué no se ha llenado el teatro?
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Hil.
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Porque
el público, la gente, la multitud, así, en conjunto … es ignorante.
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Seb.
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¡Hombre,
Don Hilarión!
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Hil.
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¡Sí,
señor! Mire usted. Las personas, de una en una, son como son; cada cual es
cada cual, y cada uno es cada uno. Pero, en grupo, en masa --- ¡qué quiere
que le diga!
Cuando
las personas se convierten en gente …
Y
luego están los prejuicios … Las etiquetas.
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Seb.
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¿Cómo
los prejuicios?
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Hil.
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¡Pues
claro! Eso de que la obra es un rollo, que dura más que un par de botas,… que
si veristas … que si wagneriana … que si …. ¡mediopensionista! ¡Pero si no la
conocía nadie!
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Seb.
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¡Ay,
amigo mío! ¡Los prejuicios! ¡Qué daño hacen!
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Hil.
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¡No
me lo cuente! Al teatro habría que ir en “pp”.
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Seb.
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No
se meta usted en política.
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Hil.
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¡Qué
política ni que dos unidades, o sea, ocho cuartos. PP quiere decir en pelota
picada. Sin ideas preconcebidas; entrar en la sala y dejar atrás todo.
Sentarse en la butaca y abrir ojos y oídos para ver y escuchar. Ver qué nos
sorprende; escuchar qué nos emociona.
Dejar
que la música, el canto y la imagen nos invadan, nos llenen, nos hagan reír o
atenacen nuestra garganta, o provoquen en nuestra espalda un escalofrío.
Insisto:
al teatro hay que ir en plan “pp”;
mejor dicho, en plan “ppp”...
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Seb.
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¿Tres
pés?
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Hil.
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Pelota
picada y sin prejuicios.
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Seb.
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Dígame,
amigo mío. Me han rumoreado que esa obra se iba a poner en el Real.
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Hil.
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Eso
se dice. Pero no lo han hecho. Parece que al Teatro Real no le interesa mucho
la música española. Menos mal que ahí está la Zarzuela. Otra vez dando la
cara por lo nuestro, como ya hizo con La
vida breve, …
Pero
de eso, si le interesa, hablamos otro día. Ahora tengo que dejarle; con la
conversación se me ha ido el virtuoso al firmamento, o sea el santo al cielo.
y tengo que abrir la botica,
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