Hil.
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Buenos
días, nos de Dios a todos, querido Don Sebastián.
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Seb.
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Buenos
días tenga usted, Don Hilarión. ¿Qué hay de bueno?, porque algo bueno trae
usted hoy.
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Hil.
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¿Cómo
sabe que transporto satisfactorias nuevas?
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Seb.
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¡Ay,
amigo mío! Para mí es usted un incunable extendido, o sea, un libro abierto.
Desde que le veo en la lontananza, ya sé si viene usted recto o torcido.
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Hil.
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¡Qué barbaridad! ¡Que pupila!
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Seb.
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Será
porque, como cuando me bautizaron, me entró agua en el ojo, a lo mejor me lo
limpió de impurezas. Pero, dígame, dígame, ¿Cuál es la noticia que pone la
felicidad en su rostro?
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Hil.
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Se
lo voy a decir. Usted sabe que en la
zarzuela, muchas veces el texto que escuchamos no es el original.
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Seb.
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En
la zarzuela, en la ópera, en la opereta … y ¡vaya usted a saber!
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Hil.
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Ya,
ya lo sé. Pero a mí me interesa la zarzuela. Prosigo.
En
la zarzuela, como decía, los textos que se dicen, o sea los hablados, es
decir los no cantados, suelen cambiarse a gusto del señor director de escena
de turno.
La
excusa es actualizar la obra, porque los originales ya no tienen un pasar,
porque nadie se cree hoy lo que se decía entonces, porque hay que revitalizar
el género, porque …
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Seb.
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Ya,
ya. Conozco los ingredientes y el guiso.
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Hil.
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Continúo.
En los programas que enajenan a la entrada, se incluye, junto a doctos
estudios sobre la obra, el libreto de la susodicha.
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Seb.
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Lo
constato, los adquiero y los colecciono. Tengo ya casi, casi, media docena.
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Hil.
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¡No
me tome usted el pelo, Don Sebastián!
Lo
de los programas viene a cuento porque
el libreto que contienen suele ser el original. Es decir, el auténtico, el
primigenio.
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Seb.
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Siga,
siga usted, y deme alguna otra pista, porque no veo a dónde quiere llegar.
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Hil.
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Bien
fácil. Entre lo que está en el programa y lo que se escucha en la escena, no
hay coincidencias. ¡Menos mal que en el teatro apagan la luz de la sala y no
se puede leer!
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Seb.
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Ya
le entiendo.
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Hil.
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¡Imagínese!
La gente buscando en el libro la frase que acaba de escuchar para ver por
dónde va la cosa. Pasando páginas, adelante y atrás, sin encontrarlo, hasta
llegar a la conclusión de que esa frase es cosecha del año, no es ni crianza
ni reserva.
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Seb.
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¡Menudo
lío!
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Hil.
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Pues
bien. Un servidor de usted ha encontrado la solución para que el personal
sepa, sin esfuerzo, si lo que escucha es original o sustitutorio, e, incluso,
adicionado.
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Seb.
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¿Y
se trata de …?
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Hil.
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Lo
explico. Usted sabe que el Teatro de
la Zarzuela tiene una pantallita en lo alto de la embocadura del escenario,
en la que se pueden leer los textos que se cantan.
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Seb.
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La
conozco.
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Hil.
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Y
sabe usted que, cuando los intérpretes hablan, está apagada o vacía.
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Seb.
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Claro,
cuando hablan no hace falta que nos transcriban lo que dicen. Aunque ahora
aprovechan para poner un resumen de lo que pasa en la escena en inglés.
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Hil.
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Bueno,
ese es otro tema del que ya hablaremos.
Lo
que se me ha ocurrido es que en esa pantalla se ponga un puntito verde cuando el texto sea original, y uno
rojo, cuando sea añadido.
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Seb.
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¿Qué
me dice?
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Hil.
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Lo
que oye. Ítem mas: con la moderna
tecnología que hoy tenemos (hay que ver lo que adelantan las ciencias, ¿no le
parece), al final de la obra, se pueden poner en verde el porcentaje de texto
original y en rojo el del ajeno.
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Seb.
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¡Qué
idea! Disculpe que me ausente un momento que voy a buscar a Alfredo.
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Hil.
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¿A
qué Alfredo?
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Seb.
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A
Alfredo Nobel, para que le ponga a usted en su lista.
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Hil.
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¡No
se ría usted de un amigo, Don Sebastián!
Así
sabríamos cuánto gato nos dan a precio de liebres, y cuánto habría que pagar
a Autores, porque si el texto no es, pongamos por caso, de Don Ricardo de la
Vega, ¿porqué hay que soltar la mosca?
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Seb.
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Vamos
a ver, Don Hilarión. Comprendo su euforia ante un descubrimiento semejante,
pero, analizando tranquilamente el asunto, hemos de concluir que no sería
práctica para la zarzuela, porque convertiría
el panel de sobretítulos, ¡en un semáforo!
Y
sería peligroso, muy peligroso.
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Hil.
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¿Peligroso!
¿Por qué?
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Seb.
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Porque
detrás de un semáforo, siempre hay un guardia.
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