Pensamientos de un
barbero.
Desde que mi señora madre, que
Dios haya, me trajo a este mundo (alguno
le llaman “valle de lágrimas”, seguramente por sus inconfesadas
predisposiciones a la melancolía y una permanente fijación por lo depresivo)
son muchas las cosas que he visto. Unas
las he entendido, otras me las han explicado (lo que no quiere decir que haya
llegado a su comprensión) y alguna ha mostrado estar fuera de mi alcance
intelectual.
No sé, por otra parte, lo que me
quedará por ver en esta civilización que avanza a tanta velocidad, en todos los
órdenes del conocimiento humano. Pero hay algo que nunca veré, aunque viva más
años que Matusalén, el bíblico patriarca auqe alcanzó la bonita cifra de 969
años; me estoy refiriendo a la televisión interactiva.
Puedo imaginar la expresión de
sorpresa, especialmente de aquellos que tienen en su casa uno de esos modernos
aparatos, plagado de conectores, de nombre tan familiares como incomprensibles:
USB, HDMI, LED, …, a los que llaman “plasma”, denominación bastante apropiada,
pues para muchos la tele es como la sangre.
Pero no, la televisión
interactiva no la conoceré, por una
simple razón: a ninguno de los que la manejan le interesa, porque la
interacción es que la comunicación se produzca en ambos sentidos.
No se trata de que nos ponga
algún artilugio para que podamos enviar un mensaje conciso de entre varios
preestablecidos. Esto no es interactividad, sino una forma subliminal de
control, dirigida y hasta manipulada.
No, la interacción a la que me
refiero es la que cubra todo el espectro, la que vaya tanto en un sentido como
en el otro. Aquella por la que se pueda desmentir a quien, desde la pantalla,
trata de engañarnos; aquella por la que el espectador pueda contestar a quienes
buscan convencernos con fasos o interesados argumentos.
Interacción es que quien nos
trata como subnormales e ignorantes, puede darse cuenta, a vuelta de correo, de
que no lo somos,. Aquella por la que pudiera contrarrestarse la información
tendenciosa,; aquella por la que pudiéramos exigir datos y no opiniones, casi
siempre interesadas.
Una televisión de esta naturaleza
no la veré nunca.
Fíjese el lector que no pido lo
que para algunos podría ser una justa correspondencia. Es decir, ofender a quienes
me ofenden, molestar a los que me molestan, insultar a quienes me insultan.
Esto último ya lo hago algunas veces en el ámbito de mi privacidad doméstica,
aunque lo único que consigo es que mis familiares me digan: ¡estás tonto! ¡Mira
que hablarle a una máquina!.
Lamparilla
(Todo esto es
consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).
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