Seb.
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¿Y qué me dice usted de los grupos de aficionados?
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Hil.
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Supongo que se refiere usted a los aficionados que hacen
zarzuela, no a los aficionados a escucharla. Pues, ¿qué quiere que le diga?
Que hay de todo, como en botica.
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Seb.
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¡Hombre! … eso de en botica, viniendo de usted …
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Hil,
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Comprenderá, amigo mío, que soy el más indicado para
utilizar una frase tan popular.
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Seb.
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Por supuesto, Don Hilarión. No seré yo quien ponga en duda
su autoridad en ese terreno, pero claro, de haber sido usted cura, podría
haber dicho… “De todo hay en la viña del Señor”…
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Hil.
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Bueno, bueno. Creo que no se trata de saber si hay más
cosas en la botica o en la viña. Lo que quiero decir es que entre esos
grupos, los hay buenos, malos, regulares, semitorpes, mediolelos, …
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Seb.
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Pare, pare … no se acelere. No se acalore, no vaya a
subirle la temperatura de las neuronas y tengamos un disgusto. Échese usted
un traguito de zarzaparrilla al coleto y hablemos tranquilamente.
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Hil,
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Es que cuando se tocan ciertos temas, me enciendo.
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Seb.
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Claro; si se le recalienta la sesera, puede terminar en
incendio declarao.
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Hil.
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De acuerdo, de acuerdo. Mire usted, en esto de los
aficionados, hay mucha tela que cortar.
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Seb.
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De telas y cortes, no me hable. Eso es lo mío. Y aunque no
soy chismoso ni cotilla, bien sabe usted que me paso el día cortando trajes y
vestidos.
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Hil,
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Me quiero referir a que el tema es abordable desde
distintos puntos de vista. Por ejemplo. el nombre. ¿Se ha dado usted cuenta
de que la mayoría se llaman “amigos” de la zarzuela?
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Seb.
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¡Hombre, no querrá usted que se declaren enemigos!
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Hil.
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No, desde luego que no, pero …
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Seb.
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El nombre no tiene mayor importancia; de alguna manera hay
que llamarse y en la “amistad” caben los más grandes sentimientos: cariño,
amor, respeto, admiración…
No me negará usted que, en el fondo, estos conceptos son
la base de la existencia de esos grupos.
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Hil,
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Sí, si. No lo niego. Pero no olvide usted, querido amigo,
que estos grupos también buscan una manera de entretenerse y divertirse.
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Seb.
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Claro. Y también tratan de difundir la zarzuela entre sus
vecinos. Si no fuera por ellos, en muchos lugares de España no se escucharía
ni una nota de zarzuela. Piénselo usted y estará conmigo en que todos estos
intereses son perfectamente compatibles.
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Hil.
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Pues .. Sí, la verdad es que sí.
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Seb.
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Y, además, suelen ser grupos sin ánimo de lucro. Es decir,
no le cuestan un céntimo al erario. Aunque, es verdad que, en algún caso,
reciben algún apoyo en especie (les dejan el teatro, la utilería, las
partituras, …), el noventa y nueve por cien de los gastos proceden de sus
propias cuotas o son pagados a escote.
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Hil,
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¡Eso sí me parece bien! ¿Qué digo bien? ¡Excelente! Cada
día estoy más harto de que todo en este país tenga que ser subvencionado: el
cine, el teatro, el fútbol, los miles y miles de oenegés, asociaciones
benéficas, grupos de ayuda, sindicatos, partidos, empresas, empresarios,
libros, periódicos, …
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Seb.
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No siga usted por ahí. Si le parece, podemos tratar el
tema otro día, pero hoy, presione usted la sinhueso entre los maxilares…
vamos, muérdase usted la lengua, y volvamos a los grupos de aficionados a la
zarzuela. ¿Qué opina usted de sus interpretaciones?
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Hil.
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Ahí sí que hay de todo. Como en botica, como en la viña, …
como en las subvenciones. He tenido ocasión de asistir a alguna y he visto
cada cosa …
Mire usted, para subirse a un escenario hace falta
aprenderse el papel, saber decirlo, gesticular con normalidad y sin
artificiosos aspavientos. Pero, sobre todo, hace falta superar la timidez. Pero una cosa es vencer el
miedo y otra muy distinta, aniquilarlo con irresponsable desvergüenza.
Y si hablamos de canto… Cuando uno pretende cantar en
público, debe tener un mínimo de musicalidad, ir con la orquesta o el piano,
y no por su cuenta, debe ser capaz de llegar a los agudos… Si usted no puede
coon la “espada triunfadora”, cántele a un cuchillo de cocina. Cante con
tranquilidad, deje que la música le ayude y le lleve.
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Seb.
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Le encuentro muy exigente.
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Hil.
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No lo crea, Don Sebastián. En absoluto. Mire, si usted es
un miembro del coro, no dé codazos al de al lado para que se le vea; hable
usted con normalidad, no grite para que se le oiga más que al otro.
Si es usted músico, apóyese en la orquesta; ella le
ayudará, porque si se le enfrenta … perderá.
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Seb.
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Bueno, bueno, Don Hilarión. Los aficionados no siempre son
así.
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Hil,
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¡Claro que no! Debo decirle, en honor a la verdad, que he
visto funciones de aficionados muy dignas, presentada con mucho gusto, con
seriedad y con muy buenos resultados.
He escuchado en alguna ocasión, voces excelentes;
cantantes de muy buen nivel; actores que bien podrían ser profesionales.
Por supuesto, no olvido que muchos de los nombres
importantes de la zarzuela, nacieron en pequeños grupos de aficionados.
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Seb.
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Entonces, ¿está usted de acuerdo conmigo en que los
aficionados cumplen un importante labor?
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Hil.
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Sí, sí. Claro que
sí. No hace falta que me apriete mucho para que diga que cumplen una labor
social y artística …
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Seb.
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Pero, Don Hilarión, sus críticas son muy duras.
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Hil.
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No se equivoque amigo. Cierto es que me confieso exigente,
pero no vea usted en ese comportamiento intransigencia o desprecio. No. Lo
que busco y pretendo es estimular a esas gentes que tanto se esfuerzan, para
que corrijan errores y defectos y mejoren. En el fondo, los aficionados son
un potencial enorme que la zarzuela no puede permitirse el lujo de
perder. Son ellos quienes mantienen
encendida la llama de nuestro género lírico en este tiempo en que los
conjuntos nacionales no salen de la capital, donde los grupos de la autonomía
tal no pueden trabajar en la autonomía cual, donde los medios de comunicación
están “comunicando” para la zarzuela.
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Seb.
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Me sorprende usted, Don Hilarión. No esperaba una defensa
tan clara.
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Hil,
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Mire usted, querido amigo. En el fondo, lo que pretendo
con mis críticas aceradas, con mis exigencias, es comportarme como ese buen
maestro que, sabedor del potencial de un buen alumno, le estimula y le exige
para que aprenda más.
Para conseguir una meta sólo hay un camino: el esfuerzo. Y
el que no transite por esa senda, será un mediocre; puede que con dinero,
poder o influencia, pero mediocre.
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