Pensamientos de un
barbero.
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¿Juráis o prometéis, por vuestra conciencia y honor,
cumplir fielmente las obligaciones del cargo?
Esta, u otra fórmula parecida, es
la que se usa para tomar posesión de un cargo. Pero, ¿por qué jurar o prometer?
¿No suponen ambas opciones, el compromiso público de cumplir unas normas y
obligaciones? ¿Por qué los “laicos” prometen en vez de jurar? ¿Cómo se puede
prometer o jurar por una patria en la que no se cree? ¿Cómo se lo aceptamos a
estos individuos?
No me diga usted, amigo que me
lee y quizá comparte mis pensamientos, que el tema no tiene enjundia.
Tengo en un anaquel de mi
establecimiento unos pocos libros para entretener el tiempo, mientras espero a
un cliente y no me apetece filosofar, ni fisgar desde la puerta cómo van y
vienen las gentes por la calle. Entre esos libros figura un Diccionario, y a él
recurro en cuanta ocasión se me ocurre. Suele servirme de gran ayuda.
Para los redactores de tan docto
volumen no es lo mismo jurar que prometer, aunque la práctica diaria de nuestro
tiempo ha igualado las dos acciones, de manera que las consideramos
equivalentes: da igual jurar que prometer. Sin embargo, para mí, prometer es
como más descafeinado, pero ya se sabe que soy un rapabarbas a la antigua y
vivo de mi barbería, y no conviene que me meta en sutilezas ni especulaciones
teóricas de cierto nivel intelectual. Lo mío es rapar barbas, y punto.
Pero avancemos un poco en el
tiempo, dejando incluso a un lado las grandiosas y exageradas ceremonias de
este tipo que, sin duda, ofrecen curiosidades a cualquier mente inquieta y
vayamos, por así decirlo, al final de este proceso.
Ya ha jurado o prometido el cargo
el interfecto; ha pasado el tiempo prescrito por la cortesía; se ha disfrutado
– eso siempre – de los privilegios y
ventajas que conlleva el cargo y llega el momento de hacer balance.
¿Ha cumplido el personaje? Si la
respuesta es afirmativa, ¿hay que premiarle, cuando no ha hecho más que lo que
dijo y lo que tenía que hacer?
Pero, si el individuo no ha
cumplido, debería ser censurado, corregido, castigado, pero ¿ocurre en la vida
real? Casi nunca. Muchas veces, lo
contrario: damos honores, medallas, cargos y prebendas a quien se ha comportado
con negligencia, a quien ha sido cegado por la soberbia, a quien ha despreciado
a los que no pensaban como él. Damos premios, cargos o prebendas a quienes nos
han engañado, a quienes nos han llevado a la ruina, a quienes nos han puesto en
ridículo.
¿De que nos sirve entonces tanta
parafernalia de juramentos o promesas?
Lamparilla
(Todo esto es
consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).
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