Pensamientos de un
barbero.
Hoy ha venido a la barbería un
gran magistrado, una importante señoría para que le arreglara la peluca. Tenía
a la vista un juicio muy esperado y no quería aparecer ante los ciudadanos con
la testa cubierta con un postizo despeluchado y, dicho sea con la venia, algo
descolorido.
Le he recibido con toda clase de
parabienes, cortesías y genuflexiones, y he tomado el encargo con toda
diligencia.
-
Enseguida le atiendo, será un honor, pondré en la tarea
el mayor interés, vuecencia quedará satisfecho …
Ha salido de la barbería con la
misma dignidad con que entró; mejor diría, con el mismo envaramiento. y
altivez. El magistrado sabe perfectamente que no es como los demás. Tiene el
poder de la Justicia;
es quien puede enviarte al infierno o dejarte en este valle de lágrimas, porque
el cielo no es cosa de este mundo.
Nuevas inclinaciones y
servilismos por mi parte; mañana … agujetas.
Ya sólo, he cogido la peluca con
mi mano izquierda, lo mismo que hace Hamlet con la calavera, y la he mirado muy
fijamente.
¡Dios, qué cosa! Pelos sueltos
por uno y otro lado, un par de bucles casi desechos, el forro arrugado por la
concentración del sudor, el polvo que la recubrió, níveo y brillante en su día,
aparece grisáceo y pegajoso.
Hamlet dijo aquello filosófico y
profundo de “Ser, o no ser”; yo, que soy mucho más práctico y terrenal, he
pensado: ¡Si la justicia está como la peluca, apañados vamos! Lo he pensado,
pero no lo he dicho en voz alta; a mí la Justicia no me pilla en renuncio tan simple.
Un profundo suspiro y a la tarea.
He puesto la peluca sobre una
cabeza de madera y la he mirado desde todos los lados. ¡Hay que ver lo que
tiene uno que hacer! ¡Me río yo de los restauradores del Museo del Prado! En
fin, ¡fuera consideraciones! ¡Es una peluca y nada más!
Tijeras, peines, tenacillas,
tintes, polvos… paso atrás para ver cómo va quedando el trabajo (si quieren
ustedes llamarlo milagro…) y algún pequeño retoque … Casi dos horas después la
peluca ha quedado irreconocible, como nueva. Brillante, pero con discreción; sus bucles, perfectos;
ningún pelo suelto; el interior, limpio, terso y agradable al tacto. Vamos, una
obra de arte, y que se me perdone la inmodestia.
Incluso he pensado en firmarla,
en dejar de algún modo, una marca indeleble de mi autoría, para que los tiempos
venideros puedan reconocer mis méritos.
Primero, se me ocurrió hacer un pequeño corte en la parte de atrás,
muy discreto desde luego. Pero no lo hice ¿Y si alguien comenta al vuecencia
que lleva un trasquilón en la peluca? Doy con mis huesos en la jaula sin
esperar amén.
Luego me vino a la cabeza marcar
un pequeño mechón un poquito más claro, o más oscuro. Pero no lo hice.
Cualquiera podría decir que al usía se le nota el plumero. Hubiera terminado
directamente en el hotel privado de la Villa, sin hacer transbordo
en las Salesas.
Podría haber aumentado el tamaño
de la pieza, para darle más prestancia y empaque. Tampoco, alguien habría
pensado que al magistrado le viene grande la Justicia.
¿Y colgar un par de minúsculos
tirabuzones? Ni pensarlo; todo el mundo sabe que los tirabuzones se estiran y
se encogen. ¡Para qué queríamos más! ¡La justicia como un yoyó!
¿Y un mechón dorado, caído tras
la oreja derecha? ¡Qué locura! ¿De qué color es el oro?
Pronto vino su excelencia a
recoger el encargo. La miró detenidamente y sonrió. Yo respiré.
-
Magnífico, me dijo, una gran labor, Lamparilla. Pasad
mañana la minuta de vuestro trabajo. Se os pagará con prontitud y largueza.
-
No se preocupe vuestra señoría. No es necesario. Para
este humilde barbero es un honor tener la oportunidad de colaborar con la Justicia, aunque sólo sea
con una sencilla muestra de sus habilidades. Tomadlo como un presente por
vuestra dedicación … constante a la compleja, y a veces, ingrata tarea que
lleváis a cabo. (Ya sabía yo que lo de cobrar “in situ”,,,)
-
Os lo agradezco. Da gusto encontrar buena gente por el
mundo.
-
¡Qué os voy a decir yo!
Cuando su ayudante cerró la
puerta desde fuera, pensé que no había
firmado mi obra. Quizá mejor.
Lamparilla
(Todo esto es
consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).
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