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lunes, 12 de agosto de 2013

LA PELUCA




Pensamientos de un barbero.
 
Hoy ha venido a la barbería un gran magistrado, una importante señoría para que le arreglara la peluca. Tenía a la vista un juicio muy esperado y no quería aparecer ante los ciudadanos con la testa cubierta con un postizo despeluchado y, dicho sea con la venia, algo descolorido.

Le he recibido con toda clase de parabienes, cortesías y genuflexiones, y he tomado el encargo con toda diligencia.

-         Enseguida le atiendo, será un honor, pondré en la tarea el mayor interés, vuecencia quedará satisfecho …

Ha salido de la barbería con la misma dignidad con que entró; mejor diría, con el mismo envaramiento. y altivez. El magistrado sabe perfectamente que no es como los demás. Tiene el poder de la Justicia; es quien puede enviarte al infierno o dejarte en este valle de lágrimas, porque el cielo no es cosa de este mundo.

Nuevas inclinaciones y servilismos por mi parte; mañana … agujetas.

Ya sólo, he cogido la peluca con mi mano izquierda, lo mismo que hace Hamlet con la calavera, y la he mirado muy fijamente.

¡Dios, qué cosa! Pelos sueltos por uno y otro lado, un par de bucles casi desechos, el forro arrugado por la concentración del sudor, el polvo que la recubrió, níveo y brillante en su día, aparece grisáceo y pegajoso.

Hamlet dijo aquello filosófico y profundo de “Ser, o no ser”; yo, que soy mucho más práctico y terrenal, he pensado: ¡Si la justicia está como la peluca, apañados vamos! Lo he pensado, pero no lo he dicho en voz alta; a mí la Justicia no me pilla en renuncio tan simple.

Un profundo suspiro y a la tarea.


He puesto la peluca sobre una cabeza de madera y la he mirado desde todos los lados. ¡Hay que ver lo que tiene uno que hacer! ¡Me río yo de los restauradores del Museo del Prado! En fin, ¡fuera consideraciones! ¡Es una peluca y nada más!

Tijeras, peines, tenacillas, tintes, polvos… paso atrás para ver cómo va quedando el trabajo (si quieren ustedes llamarlo milagro…) y algún pequeño retoque … Casi dos horas después la peluca ha quedado irreconocible, como nueva. Brillante,  pero con discreción; sus bucles, perfectos; ningún pelo suelto; el interior, limpio, terso y agradable al tacto. Vamos, una obra de arte, y que se me perdone la inmodestia.

Incluso he pensado en firmarla, en dejar de algún modo, una marca indeleble de mi autoría, para que los tiempos venideros puedan reconocer mis méritos.

Primero, se me ocurrió  hacer un pequeño corte en la parte de atrás, muy discreto desde luego. Pero no lo hice ¿Y si alguien comenta al vuecencia que lleva un trasquilón en la peluca? Doy con mis huesos en la jaula sin esperar amén.

Luego me vino a la cabeza marcar un pequeño mechón un poquito más claro, o más oscuro. Pero no lo hice. Cualquiera podría decir que al usía se le nota el plumero. Hubiera terminado directamente  en el hotel privado de la Villa, sin hacer transbordo en las Salesas.

Podría haber aumentado el tamaño de la pieza, para darle más prestancia y empaque. Tampoco, alguien habría pensado que al magistrado le viene grande la Justicia.

¿Y colgar un par de minúsculos tirabuzones? Ni pensarlo; todo el mundo sabe que los tirabuzones se estiran y se encogen. ¡Para qué queríamos más! ¡La justicia como un yoyó!

¿Y un mechón dorado, caído tras la oreja derecha? ¡Qué locura! ¿De qué color es el oro?

Pronto vino su excelencia a recoger el encargo. La miró detenidamente y sonrió. Yo respiré.

-         Magnífico, me dijo, una gran labor, Lamparilla. Pasad mañana la minuta de vuestro trabajo. Se os pagará con prontitud y largueza.
-         No se preocupe vuestra señoría. No es necesario. Para este humilde barbero es un honor tener la oportunidad de colaborar con la Justicia, aunque sólo sea con una sencilla muestra de sus habilidades. Tomadlo como un presente por vuestra dedicación … constante a la compleja, y a veces, ingrata tarea que lleváis a cabo. (Ya sabía yo que lo de cobrar “in situ”,,,)
-         Os lo agradezco. Da gusto encontrar buena gente por el mundo.
-         ¡Qué os voy a decir yo!

Cuando su ayudante cerró la puerta desde fuera, pensé que no había  firmado mi obra. Quizá mejor.


Lamparilla

(Todo esto es consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).


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