Pensamientos de un
barbero.
Imagino la cara de sorpresa de alguno de mis seguidores, si es que los tengo, cuando hayan leído el título de esta reflexión. ¿Se puede filosofar de una mesa?, se habrán preguntado. ¡Pues claro! Se puede filosofar de todo, sobre cualquier objeto, concepto o idea, sobre todo lo que hay en este mundo (esté vivo o muerto) y lo que suponemos fuera de él.
Pero, ¡cuidado!, filosofar no es
sólo pensar o escribir sobre algo, sino relacionar ese algo con el
comportamiento humano, determinar sus influencias en el desarrollo del hombre
individual o colectivo. Fijémonos en una mesa, que es el tema.
Las hay de muy diversos tamaños,
de diferentes materiales, con muy variadas normas; describir este objeto no es filosofar, es hacer un
catálogo, una relación. Mientras el hombre no le de una utilización, la mesa,
cualquier mesa, no será más que un objeto inerte.
Pero en cuanto aparece el hombre,
la cosa cambia. Sobre una mesa se escribe un poema de amor o una carta de
despedida. Sobre una mesa se firma un armisticio, quizá en la misma en que se
redactó la declaración de guerra.
Alrededor de una mesa se junta la
familia. Que la reunión sea feliz o desgraciada, que el ambiente resulte tenso
o distendido, alegre o triste, no depende de la mesa, pero ella será testigo.
En ocasiones, para acercarse a
una mesa hay que seguir un protocolo. Uno no se sienta donde quiere, sino en el
lugar que le corresponde según normas sociales establecidas. La cabecera, el
sitio más importante, la ocupa la persona de más relevancia, salvo que, por
cortesía, se ceda ese lugar al invitado, mostrando así con él una deferencia
especial. Esta distribución funciona perfectamente cuando todos conocen el
protocolo y lo respetan, pero da lugar a malos entendidos y conflictos si
alguien pretende más honores de los que merece. En cualquier caso, la mesa no
interviene, se limita a esperar que se solucionen las diferencias.
Para reuniones sociales o políticas, y con idea de
evitar estos problemas, inventamos la “mesa redonda”, donde no existen lugares
preferentes. A veces la mesa redonda es más un concepto que una forma física.
Redonda o de cualquier otra forma, esta invención es otro convencionalismo,
pues en la práctica, la presidencia de la mesa, el lugar de honor, el sitio
destacado está donde se sienta la persona a la que reconocemos como líder, el
poderoso, el rico, el fuerte.
Esto de la igualdad queremos
llevarlo tan lejos que hemos dado en llamar “mesa redonda” a un tipo de
reuniones en las que se habla o se discute de algún tema concreto y en las que
un grupo no muy numeroso de personas plantea sus puntos de vista, y son
escuchados por un auditorio, más o menos conocedor del tema. Lo de “mesa
redonda” viene porque cualquiera puede expresar su propio punto de vista o
preguntar lo que se le ocurra sobre el asunto presentado, pero la realidad es
que hay una diferencia, una separación entre quienes hablan y quienes escuchan.
Suele haber, en ocasiones, un presidente y nunca falta un moderador.
Una mesa puede unir o separar.
Ejemplo de esto último es esa situación en la que el jefe de una empresa o
negocio se coloca a un lado y, en el otro, enfrente, ha de sentarse el
empleado. Físicamente quizá solo haya un metro o poco más de separación, pero
la distancia entre ellos es enorme. Cuando entras en un despacho y te señalan
la mesa, la situación es una; si te invitan al sofá, otra muy distinta, más
amable, más íntima.
Una mesa, volvemos al tema, nos
da un retrato “al minuto” de la personalidad de quien la ocupa, independientemente
de su tamaño y material. Una mesa llena de papelotes, amontonados, sin apenas
espacio para desenvolverse, muestra un hombre desordenado, seguramente sin
criterios claros, con mucha información, pero poca capacidad de síntesis. Una
mesa colocada, limpia y ordenada, da idea de un propietario metódico, objetivo,
capaz de tomar decisiones basándose en fríos datos. Una mesa vacía, con sólo un
teléfono, indica que su dueño sólo da órdenes o se limita a recibir
informaciones.
Todo esto y más da de sí una
mesa, que a pesar de sus variadas formas y tamaños, es un mero objeto, un
mueble inerte que ni siente ni padece, ni canta ni llora. Incluso, cuando
alguien da un puñetazo sobre la mesa, el golpe no es para ella.
Lamparilla
(Todo esto es
consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).
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