Hil.
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¡Buenos días, Don Sebastián!
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Seb.
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¡Buenos días, Don Hilarión¡ Le echaba de menos. He llegado
a pensar que estuviera usted enfermo y poco me ha faltado para mandar un
propio a su casa a preguntar por su salud.
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Hil.
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Estoy bien; no me ha ocurrido nada. Le agradezco mucho su
interés. Mi “desaparición” ha tenido otra causa.
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Seb.
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¿No será el disgusto o la furia por lo de los Juegos
Olímpicos?
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Hil.
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No, pero .. sí.
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Seb.
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¿Cómo que sí, pero no? ¿Puede usted explicarse?
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Hil.
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¡Pues claro!
Usted sabe que me ha molestado muchísimo ese robo
descarado y esa desfachatez de no darnos los juegos cuando, según los mismos
que habían de hacerlo, éramos la mejor candidatura. No sólo nos han engañado
sino que se han pasado por el arco de triunfo sus propias valoraciones.
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Seb.
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Ya, ya. No tiene usted que recordarme su reacción cuando
se enteró. ¡Si se hubiera visto la cara! ¡Como un tomate! ¿Qué digo como un
tomate? ¡Como una guindilla! ¡Roja y echando fuego!
Pero ya no tiene remedio. Se han portado muy mal, se han
desacreditado a los ojos de todos los españoles y de cualquier hombre de bien
y de palabra. Pero ya no tiene solución.
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Hil.
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Ya, ya lo sé. Pero mi ausencia no tiene que ver con esto.
Aunque sí.
Mire usted. ¿Recuerda que me dijo, seguramente para
tranquilizarme, que si eso hubiera ocurrido hace un siglo, enseguida
habríamos tenido alguna zarzuela que hubiera explotado el tema?
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Seb.
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Sí, sí, lo recuerdo. .
En aquellos tiempos el teatro se alimentaba muchas veces
de la actualidad; lo de los Juegos Olímpicos hubiera sido tema de “primo cartelone”, como dicen los
italianos: alguna zarzuela de tipo patrioteríl poniendo el ofendido honor
nacional a salvo de tan cobardes desmanes; o se habrían reído de los juegos,
de los atletas, de los deportes y hasta de la misma Grecia que los inventó.
También dije que hoy eso no sería posible porque ya no
quedan libretistas, porque a ningún escritor le interesa nuestro teatro
cantado, porque la zarzuela lleva
mucho tiempo viviendo de las rentas.
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Hil.
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Si, pero … ¿Ve usted esta carpeta? Pues en ella traigo el
resumen argumental de una zarzuela.
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Seb.
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¿Qué me dice?
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Hil.
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Lo que oye.
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Seb.
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¡No puedo creerlo!
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Hil.
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¡Pues créalo! Aquí
está. ¡Y de actualidad!
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Seb.
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¿No me estará usted diciendo que …?
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Hil.
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Pues sí. Sobre el tema que está pensando. Pero, ¿qué hace
usted?
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Seb.
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¡Llamar al mozo para pedirle que nadie nos moleste, que
mande alguien a mi casa diciendo que iré … cuando sea. ¡Yo no me muevo de
aquí hasta que no me lo cuente usted todo, aunque tenga que esperar a los
próximos Juegos!.
¡Vamos, hable! ¡Enjuáguese la boca, aclárese la garganta…
pero empiece de una vez!
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Hil.
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Bien, bien, pero antes,
déjeme decirle que estos folios son culpa suya. Sus palabras me
hicieron pensar y el enfado monumental que tenía me han llevado a esta
pequeña locura.
Cuatro días he estado encerrado en la rebotica sin más
contacto con el mundo exterior que las visitas de rigor de mi señora esposa
para traer las tres comidas. Me he estrujado las neuronas hasta dolerme las
sienes… Menos mal que no me faltan las aspirinas…
En fin. Aquí está el resultado.
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Seb.
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¡Lea, lea, que no aguanto más!
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Hil.
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Ahí va el título: Madrid
olímpico, zarzuela en tres actos, el segundo dividido en seis cuadros.
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Seb.
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¿Tres actos? ¡Nada
menos!
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Hil.
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Ahí va el primero.
Comienza el preludio orquestal con una sencilla melodía
infantil, en la flauta, que irá pasando por los violines y el resto de la
orquesta. El escenario a oscuras, sólo una suave luz cenital ilumina el
extremo de una de las cajas en el que un niño juguetea con un aro de color
azul. Poco a poco se incorporan otros dos niños con sendos aros negro y rojo.
La música va creciendo y la luz del escenario también, dando paso a otros dos
niños con sus aros, de color amarillo y verde.
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Seb.
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¡Los aros olímpicos!
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Hil.
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Sí, señor. Los niños juegan, corretean por el escenario,
hacen elegantes y discretos movimientos deportivos. Lanzan los aros al aire,
no muy alto, y los recogen. La música va ganando en intensidad y cuando llega
a tener una presencia importante, los niños lanzan los aros hacia arriba, muy
alto, al tiempo que la escena se llena de humo y los oculta.
Inmediatamente la música cambia y se convierte en una
fanfarria brillante y poderosa. Y cuando el humo se despeja, se ven los cinco
grandes aros, entrelazados; al fondo un moderno estadio abarrotado de
espectadores.
Enseguida salen a la escena numerosos deportistas, con sus
elementos característicos, deambulando de un lado a otro.
En aparente desorden va colocándose hasta quedar formados.
La orquesta sugiere el himno nacional y los deportistas entonan el “Himno al
deporte”.
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Seb.
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Un arranque grandioso.
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Hil.
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¿Va usted haciéndose una idea? La cosa tiene que ser
espectacular, naturalmente.
Luego vienen unas escenas de la vida real de los madriles.
Una calle en obras, con los obreros adoquinando rítmicamente la calzada; unos
albañiles levantando la estructura de un edificio; los guindillas haciendo la
ronda con la tranquilidad de siempre … Lo habitual.
En otro bloque, el interior de una corrala. Unos niños
juegan a pídola y otros a las chapas, hasta que aparece un señor moderno que
habla con ellos y … los chavales terminan haciendo ejercicios gimnásticos,
preparándose para el gran acontecimiento deportivo.
En una esquina cuatro hombres, más bien maduros, juegan a
las cartas, ajenos a todo. Hasta que, sigilosamente, aparecen sus mujeres y
tras un simpático diálogo, les ordenan levantar la partida porque tienen que
ayudar en las tareas de la casa. Al fin y al cabo, ni el tute ni el julepe
serán deportes olímpicos.
Una última escena presentará a un grupo de jovencitas,
embutidas en atractivos uniformes deportivos, haciendo gimnasia muy serias y
deportivas.
Al final , todos los participantes formarán un único grupo
que ha de mostrar el máximo entusiasmo y alegría por la celebración
deportiva.
Así acaba el primer acto.
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Seb.
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¿Y no hay una pareja de jóvenes enamorados que se quieran,
se peleen, y se reconcilien cuando cada uno gane una medalla?
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Hil.
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No señor. En los ambientes deportivos de alto nivel, no es
aconsejable el amor. Los deportistas han de reservar todas sus energías para
la competición y no malgastar fuerzas. Tiempo tendrán de celebraciones, si
ganan.
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Seb.
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O de consolaciones, si pierden.
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Hil.
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¡Qué pícaro es usted!
Vamos al segundo acto.
Seis lechuginos, que representan al Comité de Selección,
han venido a Madrid para inspeccionar todo, para sacarnos las vergüenzas,
para enterarse de los entresijos. Pero estamos preparados.
Empieza el acto con una febril actividad de gentes que se
preparan para recibir la visita. Todos uniformados, altos y guapos,
moviéndose de un lado a otro nerviosos ante la importante prueba que han de
pasar. Cuando lleguen los visitantes, todo será cortesía y amabilidad.
Cuadro I. Las instalaciones. En una gran pantalla se
proyectarán imágenes de las distintas construcciones necesarias: estadios,
pabellones, piscinas, edificios auxiliares,
transportes, implicación de las personas… Todo muy moderno y
funcional. Todo cercano y accesible. Los presentadores cantarán, por partes,
las virtudes de estas instalaciones y los lechuginos, además de tomar nota
sin parar, mostrarán signos evidentes de sorpresa y aceptación.
Cuadro II. La ciudad. Vistas de los parques y jardines. El
Retiro, la Casa
de Campo, Sabatini, el Botánico… y los grandes edificios: Palacio, el Prado, la Plaza Mayor, la Cibeles … Lo presentarán
una pareja como si fueran guías turísticos.
Cuadro III. El deporte. Imágenes de grupos de jóvenes
haciendo deporte. Mucha gente y mucho entusiasmo. Al mismo tiempo,
instalaciones deportivas terminando con el estadio Santiago Bernabeu, donde
juega el mejor equipo de fútbol del mundo. Este cuadro se cierra con un guiño
simpático: unos pequeños niños, casi unos bebés, haciendo movimientos
gimnásticos.
Cuadro IV. Los toros. Imágenes espectaculares de una
corrida de toros. La belleza estética del festejo, la elegancia de los
participantes. Detalles de la lidia. Y una narración, cantada, de lo que es
una corrida de toros. Los lechuginos mostrarán, al principio, caras de
rechazo, pero a las explicaciones y las imágenes irán cambiando de expresión
y entregándose. Al final terminarán integrados y gritando “olés”
Cuadro V. La cultura. Imágenes del interior del Museo del
Prado y del Palacio Real. De las grandes iglesias. Cuadros de Goya y
Velázquez, orfebrería, detalles arquitectónicos … Los evaluadores quedarán
impresionados.
Cuadro VI. La gastronomía. Este es el plato fuerte.
Sentados a una mesa, casi de espaldas al público, verán en una pantalla la
variedad de platos que ofrece nuestra cocina: carnes, pescados, mariscos,
verduras, frutas, postres … ejemplo de la riquísima y variada cocina
española. Especial interés mostrarán por los vinos. Y quedarán totalmente
rendidos cuando sus mesas den la vuelta hacia el público y desde los
laterales salgan varios camareros con unas bandejas de aperitivos y sendas
cañas de vino y cerveza que saborearán sin inhibición alguna. El final de
este cuadro y del acto, será la
retirada de los evaluadores, contentos, satisfechos y alguno dando un
traspiés.
¿Qué le parece?
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Seb.
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¡Me da envidia! Es un trato de rey. ¡Así cualquiera!
Seguro que alguno de los lechuguinos, al despedirse, no
podrá evitar alguna lagrimita porque ahora tiene que volver a la oscuridad de
su vida anodina: sin jamoncito, sin el vino de mediodía o la cervecita de la
tarde, sin el sol y la luz de esta maravillosa ciudad.
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Hil.
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Y los nuestros, contentos, abrazándose y felicitándose
porque les han dicho que la prueba ha sido superada. ¡Y con nota, con mucha
nota!. ¡Madrid tendrá unos Juegos
Olímpicos!
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Seb.
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¡Vaya fiesta! Esto da mucho juego
¿Y el tercer acto? ¿Sigue en la misma línea?
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Hil.
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No, no, ni mucho menos.
La escena está casi a oscuras. En el fondo del escenario,
una gran mesa está ocupada por nueve personas, vestidas uniformemente, con
colores oscuros. Apenas si se distinguen las siluetas. Son el Jurado
riguroso, exigente y duro, sin `piedad y casi anónimo. A izquierda y derecha dos grandes libros
con los informes.
Frente a ellos, sentados en el suelo, los personajes que
mostraron la ciudad en el segundo acto. Nerviosos, cruzando los dedos tras la
espalda. Esperan la decisión final.
La música es triste, angustiosa y provoca inquietud.
Una voz en off, desde lo alto: da las instrucciones. Cada
miembro del jurado, cuando sea llamado por su número, dejará encendida la
vela que tiene frente a sí, si su voto es positivo. En caso contrario, la
apagará. Así de simple y de radical. El Presidente sólo votará si se diera un
empate. La intervención de cada uno de los jurados será precedida por un
acorde, o un breve motivo, de la orquesta.
Se escucha la voz en off: “Empieza la votación. Número 1”. Un instante de silencio y,
el jurado del extremo izquierdo sopla su vela y la apaga. Acorde disonante de
la orquesta.
“Número dos”. Nuevo silencio. El jurado del extremo
derecho sopla y apaga su vela.
Así transcurre la votación. Todos los miembros van
apagando su vela y cuando el último también lo hace, se escucha un grito y
todos los que están sentados caen hacia atrás como muertos.
La escena debe permanecer
a oscuras, aunque se notarán la siluetas inmóviles de los jurados. El
silencio se apodera del teatro, aunque para que nadie aplauda ni interrumpa,
la cuerda grave de la orquesta (contrabajos y violonchelos) deben mantener un
sonido uniforme.
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Seb.
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¡Vaya final! ¿Así acaba? Triste y muy fuerte.
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Hil.
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No, no. Ni mucho menos. Eso sería el triunfo de la
desventura. De ninguna manera. Una cosa es la injusticia de la realidad, de
la iniquidad de quienes primero te hacen creer en algo y luego destrozan tus
ilusiones sin la menor consideración.
No, de ninguna manera, Lo bueno que tiene el teatro es que
la solución a los problemas está en manos del autor. Y, como el autor, soy yo
…
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Seb.
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Dígame, ¿en qué ha pensado? ¿Alguna venganza popular?
¿Algún exaltado comete un crimen? ¿Una revolución?
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Hil.
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No. Simplemente una justicia superior. Escuche.
De pronto una luz vivísima inunda el escenario; toda la
parafernalia del jurado desaparece como incendiada, como si nunca hubiera
existido. La alegría viene con la luz, los que estaban en el suelo se
incorporan y, aunque deslumbrados, se abrazan unos a otros, y, muy despacio,
poco a poco van girándose hacia el público.
En la orquesta vuelve a sonar el tema de la flauta con que
comenzó la zarzuela. Al fondo unos niños juegan con sus aros de colores y,
poco a poco, van subiendo hacia lo alto, formado el símbolo olímpico.
Las gentes empiezan a cantar recordando que Madrid es una ciudad alegre, vitalista y
acogedora, ha sabido sobreponerse a guerras, agitaciones políticas, epidemias
… Ningún comité va a doblegar a estas gentes capaces de dar la vida por su
ciudad.
Los madrileños sacan las fuerzas de su misma ciudad, de
sus piedras, de sus aguas, de la especial luminosidad de su cielo.
En sus caras vas dibujándose la alegría poco a poco.
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Seb.
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¡Un final esperanzador! Bueno, ¿y ahora qué?
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Hil.
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¿Qué, de qué?
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Seb.
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¿Qué en qué queda esto? ¿Y los textos, los diálogos, los
cantables, la música? ¡El estreno!
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Hil.
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¡Alto, alto! ¡Detenga usted el vehículo, Don Sebastián! Yo
sólo he querido demostrarle a usted que hoy sería posible escribir una
zarzuela, con un tema actual, poniendo en la escena sentimientos alegres y
tristes. Pero nada más.
No pretendo nada más.
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Seb.
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¡Hombre, ya ha dado usted el primer paso! ¡Échele agallas!
Yo le ayudo en lo que pueda, incluso puedo sustituirle en la botica. ¡No
estoy dispuesto a que se malogre un talento como el suyo!
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