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lunes, 2 de septiembre de 2013

UNA "CORTE DE FARAÓN" SIN ADITIVOS.



UNA CORTE DE FARAÓN SIN ADITIVOS.
La corte de Faraón (Opereta bíblica en un acto de Guillermo Perrín y Miguel de Palacios. Música de Vicente Lleó). A. Mateo. B. Álvarez. M. Martín. J.A. Ruiz. J.M. Cifuentes. M. Moncloa. F. Lahoz.  E. Carranza. Orquesta. Dirección de escena: Jesús Castejón. Director musical: Carlos Aragón. Jardines de Sabatini, 23-8-2013.


 Cuando el Faraón presenta a la bella tebana Lota como la esposa que va a entregar a su general Putifar, dice de ella con mayestática picardía que “no le falta nada, absolutamente”. Eso es lo que tiene La corte de Faraón, que no le falta nada. Esta opereta bíblica, escrita por la popular pareja de libretistas Guillermo Perrín y Miguel de Palacios (los mismos de El barbero de Sevilla, El húsar de la guardia, La Generala o Bohemios), con música del valenciano Vicente Lleó y estrenada en Eslava en 1910, es una obra redonda, modelo de un simpático género no siempre bien entendido. Tiene un texto de clara intencionalidad erótica, pero ingenioso y sutil, sin ninguna palabra fuera de tono, sin groserías ni vulgaridades, sin sal gorda, y mucho menos, obscenidades. Es un modelo de  habilidad para tratar un tema delicado con un humor hilarante en muchas ocasiones. La trama argumental es sencilla pero muy efectiva, y su desarrollo ágil y dinámico. La música es espectacular desde la introducción orquestal (clara parodia de la marcha triunfal de Aida), hasta el vibrante y espectacular garrotín de cierre, sin olvidar la presentación de Lota, la declaración amorosa de Putifar ni, por su puesto, el pícaro terceto de las viudas y los sensuales cuplés babilónicos.


Confieso que asistí a la representación con cierto miedo. Teniendo en cuenta como las gastan algunos y su interés por presentar óperas y zarzuelas fuera de contexto, cargadas de una violencia que no tienen, de un erotismo imaginado por mentes calenturientas y quizá frustradas, una Corte de Faraón, que, además es parodia de una historia religiosa, supone para estos individuos una verdadera  tentación.

Pero no. Jesús Castejón ha presentado una Corte en su estado original, como es, sin permitirse  añadidos o “actualizaciones”, salvo en el terceto de las viudas, donde sustituyó a una de las mujeres por un viudo convenientemente disfrazado (hay que ver lo que le gusta al público esto del travestismo, debe ser cosas de algún cromosoma X). En este fragmento, además, introdujo alguna “morcilla” muy en la línea tradicional del género. El otro número popular, los cuplés babilónicos, fue puesto en escena a base de unas sillas que trajeron a nuestra mente el número más conocido de la película Cabaret.

La utilería, sencilla, pero eficaz; un simple lienzo convierte el estrado del Faraón en el dormitorio de los deseos de la infeliz Lota. No hace falta más, porque el juego teatral va implícito en la propia opereta. La fachada del Palacio Real, ayuda, desde luego.

En lo interpretativo, el más destacado fue Ángel Ruiz, que hizo un Casto José muy convincente y atractivo, dando el valor adecuado a  los distintos registros del personaje. Putifar, a cargo de Marco Moncloa, dominó su papel sin problemas. El Farón, Juan Manuel Cifuentes, fue, junto al Casto José el triunfador de la noche, especialmente por su intervención al final del espectáculo, gracioso y dicharachero, convirtió su amplia humanidad en una virtud del personaje. Los dos papeles femeninos principales estuvieron a cargo de Anna Mateo y Milagros Martín. La primera fue una Lota quizá algo más rígida de lo deseable, en especial en los momentos “dramáticos”. Milagros, por su parte, puso toda su experiencia en dar vida a la Reina y consiguió un personaje muy convincente y muy en su lugar.

En cuanto a la orquesta y al canto, podemos decir que cumplieron. No hubo desajustes ni errores, salvo la ausencia de las primeras palabras en la entrada del Faraón con el garrotín. Para los solistas, la Corte no es una obra difícil, pero la delicadeza que requiere su canto en algunos momentos, no se pudo apreciar por estar el sonido electrónicamente amplificado y tratado. Voces e instrumentos sonaron demasiado “dentro”, lejanos. Y perdimos los matices de la intervención de Putifar, por ejemplo, o la elegante distinción de los valses del diálogo entre Lota y José. El sonido es el problema de los Jardines de Sabatini y, en general, de los escenarios al aire libre. Pero esta vez, la espectacularidad de esa disparatada Corte de Faraón, se sobrepuso a los ruidos ambientales e hizo disfrutar a los espectadores que ocuparon todas las localidades. Y no nos preocupó si la sirena de la policía era por José o la de la ambulancia por el pobre Putifar.

¡Ah!, el programa de mano, manifiestamente mejorable. ¡Por lo menos poner los nombres de los autores!


Vidal Hernando,

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