UNA CORTE DE FARAÓN SIN ADITIVOS.
La corte de Faraón (Opereta bíblica en un acto de Guillermo
Perrín y Miguel de Palacios. Música de Vicente Lleó). A. Mateo. B. Álvarez. M.
Martín. J.A. Ruiz. J.M. Cifuentes. M. Moncloa. F. Lahoz. E. Carranza. Orquesta. Dirección de escena: Jesús
Castejón. Director musical: Carlos Aragón. Jardines de Sabatini, 23-8-2013.
Cuando el Faraón presenta a la
bella tebana Lota como la esposa que va a entregar a su general Putifar, dice
de ella con mayestática picardía que “no le falta nada, absolutamente”. Eso es
lo que tiene La corte de Faraón, que
no le falta nada. Esta opereta bíblica, escrita por la popular pareja de
libretistas Guillermo Perrín y Miguel de Palacios (los mismos de El barbero de Sevilla, El húsar de la
guardia, La Generala o Bohemios),
con música del valenciano Vicente Lleó y estrenada en Eslava en 1910, es una
obra redonda, modelo de un simpático género no siempre bien entendido. Tiene un
texto de clara intencionalidad erótica, pero ingenioso y sutil, sin ninguna
palabra fuera de tono, sin groserías ni vulgaridades, sin sal gorda, y mucho
menos, obscenidades. Es un modelo de
habilidad para tratar un tema delicado con un humor hilarante en muchas
ocasiones. La trama argumental es sencilla pero muy efectiva, y su desarrollo
ágil y dinámico. La música es espectacular desde la introducción orquestal
(clara parodia de la marcha triunfal de Aida),
hasta el vibrante y espectacular garrotín de cierre, sin olvidar la
presentación de Lota, la declaración amorosa de Putifar ni, por su puesto, el
pícaro terceto de las viudas y los sensuales cuplés babilónicos.
Confieso que asistí a la
representación con cierto miedo. Teniendo en cuenta como las gastan algunos y
su interés por presentar óperas y zarzuelas fuera de contexto, cargadas de una
violencia que no tienen, de un erotismo imaginado por mentes calenturientas y
quizá frustradas, una Corte de Faraón,
que, además es parodia de una historia religiosa, supone para estos individuos una
verdadera tentación.
Pero no. Jesús Castejón ha
presentado una Corte en su estado
original, como es, sin permitirse
añadidos o “actualizaciones”, salvo en el terceto de las viudas, donde
sustituyó a una de las mujeres por un viudo convenientemente disfrazado (hay
que ver lo que le gusta al público esto del travestismo, debe ser cosas de algún
cromosoma X). En este fragmento, además, introdujo alguna “morcilla” muy en la
línea tradicional del género. El otro número popular, los cuplés babilónicos,
fue puesto en escena a base de unas sillas que trajeron a nuestra mente el
número más conocido de la película Cabaret.
La utilería, sencilla, pero
eficaz; un simple lienzo convierte el estrado del Faraón en el dormitorio de
los deseos de la infeliz Lota. No hace falta más, porque el juego teatral va implícito
en la propia opereta. La fachada del Palacio Real, ayuda, desde luego.
En lo interpretativo, el más
destacado fue Ángel Ruiz, que hizo un Casto José muy convincente y atractivo,
dando el valor adecuado a los distintos
registros del personaje. Putifar, a cargo de Marco Moncloa, dominó su papel sin
problemas. El Farón, Juan Manuel Cifuentes, fue, junto al Casto José el
triunfador de la noche, especialmente por su intervención al final del
espectáculo, gracioso y dicharachero, convirtió su amplia humanidad en una
virtud del personaje. Los dos papeles femeninos principales estuvieron a cargo
de Anna Mateo y Milagros Martín. La primera fue una Lota quizá algo más rígida
de lo deseable, en especial en los momentos “dramáticos”. Milagros, por su
parte, puso toda su experiencia en dar vida a la Reina y consiguió un personaje
muy convincente y muy en su lugar.
En cuanto a la orquesta y al
canto, podemos decir que cumplieron. No hubo desajustes ni errores, salvo la
ausencia de las primeras palabras en la entrada del Faraón con el garrotín. Para
los solistas, la Corte no es una obra
difícil, pero la delicadeza que requiere su canto en algunos momentos, no se
pudo apreciar por estar el sonido electrónicamente amplificado y tratado. Voces
e instrumentos sonaron demasiado “dentro”, lejanos. Y perdimos los matices de
la intervención de Putifar, por ejemplo, o la elegante distinción de los valses
del diálogo entre Lota y José. El sonido es el problema de los Jardines de
Sabatini y, en general, de los escenarios al aire libre. Pero esta vez, la
espectacularidad de esa disparatada Corte
de Faraón, se sobrepuso a los ruidos ambientales e hizo disfrutar a los
espectadores que ocuparon todas las localidades. Y no nos preocupó si la sirena
de la policía era por José o la de la ambulancia por el pobre Putifar.
¡Ah!, el programa de mano,
manifiestamente mejorable. ¡Por lo menos poner los nombres de los autores!
Vidal Hernando,
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