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domingo, 10 de noviembre de 2013

PROMOCIONAR LA ZARZUELA












Seb.
Definitivamente, Don Hilarión, creo llegado el momento de plantearse en serio la promoción de la zarzuela.

Hil,
¿Ahora? ¿Con la crisis?

Seb.
Sí señor. Ahora mismo, sin perder más tiempo.

Hil.
Créame, Don Sebastián, admiro su entusiasmo porque tal como están las cosas, no sé si nuestro arte lírico está en condiciones de levantar cabeza.

Seb.
No hablo de levantar la cabeza, sino de ponerse de pie y empezar a andar de nuevo.

Hil,
¿Está usted bien? ¿Nota alguna presión en la nuca?  ¿Ve usted con claridad? Ya sabe que si le hace falta, en la botica …

Seb.
Nada de boticas, ni mejunjes. Mire usted: Esto de la crisis es como un gran pedrusco en el camino contra el que hemos tropezado; no lo hemos visto por ir mirando a otro lado y el batacazo ha sido morrocotudo. Hemos caído de narices, y eso duele.

Hil.
¡Qué me va usted a contar! ¡No olvide que vivo de los dolores!! De los dolores ajenos, se entiende.


Seb.
Pero fíjese usted. Nosotros, los zarzueleros, no hemos caído como los demás. Ya veníamos renqueando. Caer, caer, no habíamos caído del todo, pero nos habíamos acostumbrado a recorrer el camino dando traspiés. 

Hil,
No le acabo de entender muy bien. Siga, siga.


Seb.
Usted sabe, como yo, que la zarzuela, desde hace algunos años viene parándose y  acomodándose a lo que hay; es decir, a las miserias que hay. O que la dejan.

Hil.
Hombre, Don Sebastián. He escuchado decir a gente enterada que en estos últimos años el consumo de la zarzuela ha aumentado.

Seb.
No le digo que no, pero mire usted:  Hace años que no se estrena nada nuevo, que no se crea nada, el público apenas se renueva, seguimos consumiendo los mismos títulos. De discos y vídeos … ni hablemos. Nunca ha tenido la madrileña Gran Vía más locales dedicados a la música y ¿cuántos a la zarzuela?

Hil,
Hombre, alguna obra sí hemos podido ver.

Seb.
Cierto … Las de siempre. Yo lo entiendo así: antes de esta célebre crisis que nos agobia a todos (menos a los que están aprovechándose de ella) la zarzuela ya tenía su crisis particular. Una crisis casi diría que más grave: la crisis de la acomodación.

Hil.
Me sorprende usted, Don Sebastián. Ya sé que la zarzuela ha tenido  y superado varias crisis a lo largo de la historia, ¡Pero la que usted dice es nueva!

Seb.
Y la peor de todas. Mire usted. Sin entrar en detalles, ahí van los síntomas: empresas que se han acomodado a vivir de la ayuda oficial y de la subvención, sin arriesgar ni poco ni mucho. Unas cuantas funciones de los títulos de más tirón, se justifica la subvención y hasta el año que viene.

En el teatro oficial se funde el presupuesto en cuatro o cinco programas que ocupan el 30 o el 40 por ciento de los días del año. En el verano, cerrado a cal y canto, con lo que ningún visitante puede ver zarzuela.

Hil,
Bueno, bueno, Don Sebastián. En el calurosos verano madrileño hay zarzuelas en otros lugares, incluso al aire libre…

Seb.
No me interrumpa. Ni se agarre usted a clavos ardiendo, que hasta los mejores fierros chamuscan la epidermis.

Los cantantes, salvo cuatro o seis excepciones, son como las aves de paso. Intervienen en unas cuantas funciones, cumplen lo mejor que pueden, procuran dar el agudo que todos esperan y dejan a un lado la parte actoral.

Los regidores siguen dos modelos: el que mueve a los intérpretes como fichas de ajedrez, usando los clásicos decorados de cartón-piedra. Y los “innovadores” que como aprendices de carniceros, destrozan la pieza porque no saben cortar un buen filete. Muchos de ellos, lo que hacen son albondiguillas: todo lo mezclan y lo lían; una una pelota que nos quieren hacer tragar con la salsa de la modernidad y el progreso del género.

El público, acomodaticio. Pagamos la entrada, vamos al teatro, escuchamos y vemos zarzuelas que conocemos, y hasta no falta quien las canta. Aplaudimos  dos o tres veces, muy educados, destacamos al cantante que no se ha ahogado y salimos más contentos que unas castañuelas. Hemos cumplido.

¿No me diga usted que esto no es una auténtica crisis?

Hil.
Tal y como lo cuenta … Pero el dinero …

Seb.
¡El dinero! ¡Es importantísimo! ¡Claro que sí! Básico, pero no es el principal problema.

Hil,
¡Don Sebastián! ¡Que todo cuesta dinero! Todo, menos morirse.

Seb.
Se equivoca, amigo mío. Aquí, hasta morirse cuesta; una parcelita en la Almudena sale más cara que un apartamento en el barrio de Salamanca.

Créame. El problema no es el dinero, sino cómo se administra el que se tiene. Bien lo sé, no olvide que soy comerciante.

Hil.
¿Y como se sale de esto? ¿Cuál es su receta?

Seb.
Invirtiendo.

Hil.
¡Por favor, Don Sebastián! No me tome usted el pelo. Invertir ... ¡es dinero!

Seb.
Invertir en sensatez y en mesura. No gastarse en un divo el presupuesto de media temporada, solo porque se haga una foto con nosotros. No pagar ni un duro a quienes buscan destrozar nuestro patrimonio musical. No es necesario que cada pueblo de España tenga un teatro como un estadio olímpico. No es sensato que un teatro tenga más asesore, consejeros, patronos y colaboradores externos que currantes.

Es necesario distribuir bien los recursos y sacarles el mejor rendimiento posible. Fomentar la colaboración entre teatros (siempre se ha dicho que comprando por junto, sale más barato). Ayudar a los artistas jóvenes.

Hil,
Mucho pide usted, querido amigo. ¿Seguro que no le duelen las meninges, ni alguna parte del cerebelo?

Seb.
No, Don Sebastián, no. Estoy en mis cabales, perfectamente. Y, si lo piensa usted bien, sólo pido un poco de sentido común. ¡Tampoco es tanto!

Hil.
No, la verdad es que no. No pide usted mucho … ¡Un milagro!

1 comentario:

  1. Me parece una buena idea. ¡Hay que hacer algo por la zarzuela!

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