Pensamientos
de un barbero.
Para los
católicos, el día de Navidad es uno de los más importantes del calendario. No
solo celebran el nacimiento del Hijo de Dios, sino que es fecha señalada para
reunirse con la familia. En este día, muchos de los que se declaran no
católicos y hasta los que dicen ser enemigos acérrimos de todo lo que tenga que
ver con la Iglesia, siguen esta tradición de reunirse con la familia (también mantienen
la tradición de cobrar la Paga Extraordinaria de Navidad, por aquello de que “lo
cortés no quita lo valiente”).
En fecha tan
destacada, como digo, las familias se reúnen: padres, hijos, hermanos, tíos,
yernos, nueras … todo el catálogo de parentescos. Es día de comilonas, de
excesos en el beber, de alegría, de recordar a los que no están, de abrazos … y
de música.
Digo de música
porque, en muchas casas se cantan villancicos, esas agradables, sencillas y
encantadoras cancioncillas que ensalzan la vida y el entorno en el que nació
Jesús. También se escuchan villancicos en toda clase de conciertos y recitales,
desde los grandes coros y orquestas profesionales, hasta los modestos grupos
escolares o vecinales. Todo se llena de música en estos días. ¡Qué maravilla!
Hasta la
Televisión Española, esa que llamamos “nuestra” pero en la que nada mandamos, ha
decidido este año de 2013 ofrecer música a sus espectadores, en el mismísimo
Día de Navidad. ¿Qué música? ¿Conciertos navideños, música popular, obras
infrecuentes, páginas creadas para la ocasión …? No, amigo mío, no. Televisión
Española, “la nuestra”, decidió proporcionar a sus espectadores nada menos que
el Evangelio de la música sinfónica: Las sinfonías de Beethoven. Y, ¿cómo lo
han hecho? Muy sencillo: metiéndolas todas, seguidas, desde la primera a la
última (que es la Novena, por si alguno no lo sabe) después de la célebre Misa
del Gallo. Más o menos desde la una y media de la madrugada hasta casi las
siete de la mañana. ¿Alguien duda que es la ocasión y horario más adecuado? Si
es así, se equivoca. El de Navidad, insisto, es el día de la reunión familiar
y, ¿qué mejor actividad que escuchar música juntos? Los padres traspasan su
emoción a los hijos, mientras suenan las notas de la Quinta, los novios
(algunos han entrado en casa este día por primera vez) recuerdan momentos
románticos al oír los pajarillos de la Pastoral, y todos unen sus manos en
simbólica unidad, al escuchar el último movimiento de la Novena… ¡Precioso!
La hora, las
horas mejor dicho, elegidas para emitir tan singular producción ha sido la
mejor: horario nocturno, no “prime time”, como dicen los “televisionófilos”,
sino en “sleep time” que es el momento de mayor intimidad de las gentes (¿No es
a esas horas cuando las gentes se “confiesan” ante brujas, echadoras de cartas,
magas, adivinadoras y toda suerte de futurólogos? ¿No es a esa hora cuando más
clientela tienen los consultorios amorosos y/o sentimentales? ¿No son esas
horas donde, en la soledad del dormitorio, nos hacemos toda clase de buenos
propósitos para el día siguiente? ¿No es en esas horas, según sostiene la
“comunidad científica”, cuando el cuerpo humano recopila, selecciona, guarda y
asimila las actividades y vivencias del día pasado?.
Pues eso, el
“sleeping time” es la hora más adecuada para escucharse, de un tirón, las nueve
sinfonías de Beethoven.
¿No es esto,
además, promocionar la cultura? Y, hacerlo a las tantas de la mañana, cuando la
familia está reunida (aunque la mitad esté tirada en camastros y sofás, y la
otra mitad se encuentre algo “perjudicada”), ¿no es oportunidad única? ¿Hay
algún día del año en que se den mejores circunstancias para conocer estas obras
musicales? Descarten los días laborales, quiten los de vacaciones, que son para
descansar (aunque la actividad turística es una de las más cansadas para el
género humano) y den un repaso a los feriados … ¿Encuentran algún día mejor que
el de Navidad para empaparse de los pentagramas del alemán de la Para Elisa?
Todavía hay
más argumentos en favor de tal programa en tales momentos. Todo el mundo sabe
que la música clásica hay que escucharla callados. En silencio. ¡Ah, el
silencio! Dice nuestro refranero que en boca cerrada no entran moscas, y es
verdad indiscutible que en familia callada no hay discusiones (puede haber
asesinatos, porque hay miradas que matan, pero discusiones, no).
Para no
alargar estas reflexiones, debo decir que cuando me enteré del asunto, me
enfadé muchísimo. Como no había nadie en la barbería no pude despotricar, como
me pedía el cuerpo, con indignada energía ante tamaño atropello contra la cultura
y la música de los de la tele. Así que, poco a poco, fui calmándome y con el
sosiego vino la luz, y me di cuenta de la sibilina intención de los de la tele,
¡qué habilidad para dar a conocer las Sinfonías beethovenianas a las familias!
Cada día me convenzo más de que los designios de TVE son como los divinos:
inescrutables.
No sé si a Don
Jesús López Cobos, el gran músico español que dirigió las obras hace unos
meses, le han hecho un favor o la puñeta, porque esto de la televisión es …
tremendamente familiar: lo mismo puede querernos como una madre amantísima
o … despreciarnos como la suegra más
virulenta.
Por último,
una noticia: en Televisión Española barajan colocar, para las próximas
Navidades, las cuarenta y tantas sinfonías de Mozart o las ciento y pico de
Haydn. El problema es que duran más que la noche de Navidad. Se plantean
resolverlo comprimiendo las obras: hay quien ha escuchado algo como mp3, rar,
zip o cosas parecidas.
Lamparilla
(Todo
esto es consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).
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