Pensamientos
de un barbero.
Entró anteayer
en la barbería un señor, para mí desconocido, un cliente nuevo. De porte
distinguido y ademanes elegantes, pronto me cautivó con su conversación fluida
y culta, pero, sobre todo, con las ideas que alguna de sus palabras dejaba
caer, como sin pensarlo, como quien no quiere la cosa. Con esa habilidad
especial que tienen algunas personas para hacer que se te revuelva el cerebro,
pensando en cosas serias a partir de una idea peregrina. Me explico. Me contó
el chiste de aquel gitano que, buscando el perdón divino, se acercó a un
confesionario y dijo al sacerdote:
“Padre, me acuso de haber robado una gallina”.
Y, enseguida,
añadió:
“Y ponga usted otra, que la estoy
oyendo cacarear”.
Aunque ya
conocía la gracieta, esbocé una amplia sonrisa que el cliente vio a través del
espejo.
Cuando se
marchó, después de un saludo amable y cortés, y de retribuir mis servicios con
largueza, no sé por qué, quedó rondando en mi pensamiento la historia de las
gallinas. Y como el ser humano tiene esta capacidad de extraer grandes
conclusiones a partir de cosas o sucesos insignificantes (no hay más que
recordar que el Señor Newton dedujo la Ley de la Gravitación Universal a partir
de la caída de una manzana) me dije: El calé no tenía la más mínima intención
de arrepentirse; su acto de contrición no tenía valor alguno. Eran palabas
vacías.
Cuando
exigimos a un colectivo que pida perdón por los crímenes que cometieron sus
correligionarios hace cien o doscientos años, ¿de verdad estamos dispuestos a
perdonarlo? ¿O sólo buscamos su humillación pública?
Un juez que,
por razones bastardas, deja hoy impune lo que ayer condenó, ¿basta con que diga
“me arrepiento”?
A un sujeto
que ha robado el dinero de los demás, y que no lo devuelve, ¿es suficiente con
que se dé tres golpes de pecho en la plaza del pueblo?
¿Qué valor
tiene la petición de perdón de un asesino de niños, convicto, condenado y
encarcelado? ¿No andará buscando aliviar
su situación personal?
¿Debe la
sociedad ser magnánima? ¿Hasta dónde? ¿Cómo se asegura que el ladrón no va a
volver a robar, que el asesino no va a matar de nuevo? ¿Cómo se mide el
arrepentimiento o el propósito de enmienda?
Pedir perdón
no es tan difícil; decir “me equivoqué”, no parece tan complicado, sobre todo
cuando el premio puede ser la propia libertad, o seguir manteniendo la
situación privilegiada de que se goza.
Una sociedad
no debe ser condescendiente con quienes transgreden deliberadamente las normas
más elementales de la convivencia.
Esto de pedir perdón
no me acaba de convencer. Quizá hayamos equivocado las ideas y el perdón no sea
algo que podamos pedir, sino algo que podamos otorgar. Y, en cualquier caso,
quien puede perdonar es el ofendido, nunca el que busca, por esa vía, obtener réditos
o escapar de las consecuencia de su actitud antisocial o criminal.
Lamparilla
(Todo
esto es consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).
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