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viernes, 9 de mayo de 2014

PEDIR PERDON

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Pensamientos de un barbero.


Entró anteayer en la barbería un señor, para mí desconocido, un cliente nuevo. De porte distinguido y ademanes elegantes, pronto me cautivó con su conversación fluida y culta, pero, sobre todo, con las ideas que alguna de sus palabras dejaba caer, como sin pensarlo, como quien no quiere la cosa. Con esa habilidad especial que tienen algunas personas para hacer que se te revuelva el cerebro, pensando en cosas serias a partir de una idea peregrina. Me explico. Me contó el chiste de aquel gitano que, buscando el perdón divino, se acercó a un confesionario y dijo al sacerdote:

“Padre, me acuso de haber robado una gallina”.

Y, enseguida, añadió:

            “Y ponga usted otra, que la estoy oyendo cacarear”.

Aunque ya conocía la gracieta, esbocé una amplia sonrisa que el cliente vio a través del espejo.

Cuando se marchó, después de un saludo amable y cortés, y de retribuir mis servicios con largueza, no sé por qué, quedó rondando en mi pensamiento la historia de las gallinas. Y como el ser humano tiene esta capacidad de extraer grandes conclusiones a partir de cosas o sucesos insignificantes (no hay más que recordar que el Señor Newton dedujo la Ley de la Gravitación Universal a partir de la caída de una manzana) me dije: El calé no tenía la más mínima intención de arrepentirse; su acto de contrición no tenía valor alguno. Eran palabas vacías.

Cuando exigimos a un colectivo que pida perdón por los crímenes que cometieron sus correligionarios hace cien o doscientos años, ¿de verdad estamos dispuestos a perdonarlo? ¿O sólo buscamos su humillación pública?

Un juez que, por razones bastardas, deja hoy impune lo que ayer condenó, ¿basta con que diga “me arrepiento”?

A un sujeto que ha robado el dinero de los demás, y que no lo devuelve, ¿es suficiente con que se dé tres golpes de pecho en la plaza del pueblo?

¿Qué valor tiene la petición de perdón de un asesino de niños, convicto, condenado y encarcelado?  ¿No andará buscando aliviar su situación personal?

¿Debe la sociedad ser magnánima? ¿Hasta dónde? ¿Cómo se asegura que el ladrón no va a volver a robar, que el asesino no va a matar de nuevo? ¿Cómo se mide el arrepentimiento o el propósito de enmienda?

Pedir perdón no es tan difícil; decir “me equivoqué”, no parece tan complicado, sobre todo cuando el premio puede ser la propia libertad, o seguir manteniendo la situación privilegiada de que se goza.

Una sociedad no debe ser condescendiente con quienes transgreden deliberadamente las normas más elementales de la convivencia.

Esto de pedir perdón no me acaba de convencer. Quizá hayamos equivocado las ideas y el perdón no sea algo que podamos pedir, sino algo que podamos otorgar. Y, en cualquier caso, quien puede perdonar es el ofendido, nunca el que busca, por esa vía, obtener réditos o escapar de las consecuencia de su actitud antisocial o criminal.

Lamparilla


(Todo esto es consecuencia de que no sólo de zarzuelerías vive el hombre).
 

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